MUERTO EL PERRO SE ACABO LA RABIA...
Marco Antonio Landa
...No necesariamente. Aunque es obligado procedimiento, cuando un perro ha sido diagnosticado de padecer de rabia, sacrificársele inmediatamente, las consecuencias de sus mordidas son, usualmente, fatales para las personas u otros animales que las hayan sufrido, si no se les administra prontamente la vacuna antirrábica. Por eso, aunque el perro feroz que ha venido encabezando la jauría de otros perros tan rabiosos como él, sucumba de una vez y para siempre, las victimas de sus mordeduras, han perecido sin remisión o se encuentran sufriendo una larga agonía y si hay recuperación, será lenta y prolongada. Y lo más triste y doloroso es que los perros que forman la jauría encabezada por el perro mayor, todavía andan sueltos y con las fauces siempre abiertas y los afilados colmillos siempre listos para clavarlos en sus presas, infelices e indefensas.
Lamentablemente, aunque el perro mayor, muerto, vivo o medio muerto, ha silenciado su odiosa voz, quedan tras él los ecos de sus ladridos y parece que los compañeros de tiro se disponen a destrozarse mutuamente para lograr alcanzar la posición de líder de la jauría. El escritor norteamericano Jack London describió con singular crudeza, en sus novelas, escenificadas en las heladas planicies del Yukon, las luchas entabladas por los perros conductores de trineos que no vacilaban en luchar a dentelladas, unos contra otros, para conquistar el primer lugar del grupo.
Así habrá de pasar en Cuba, si es que no está
pasando ya, cuando al perro mayor, rabioso, con su mente envenenada de odio y
crueldad, le toque emprender el viaje para comparecer ante el Juez Supremo, que
dictará el castigo que le corresponde por sus crímenes y fechorías. Allá se
encontrará él con una eternidad para meditar mientras sufre la adecuada
penalidad, pero no hay duda que por acá, LA HISTORIA, un juez implacable, que a
veces se demora en dictar sentencia, pero que es de una justeza sorprendente,
no podrá absolverlo jamás y su nombre pasará a las páginas de ella como lo que
es: uno de los grandes farsantes y criminales del siglo XX. En su destino eterno
podrá compartir su tiempo inacabable con su compinche el Che Guevara y otros de
su misma calaña.
Lo más triste de toda esta historieta, que parece una fábula de ficción, pero
que es tan real y verdadera como la vida que vivimos, es que las consecuencias
fatales de las mordeduras de los perros rabiosos, van acompañadas de una larga
agonía, o, en el mejor de los casos, de una difícil recuperación que suele
parecer siempre interminable. Y contando con que se le administre a la victima
una vacuna antirrábica, que en el caso que nos ocupa, seria una dosis de
esperanza para que brille en el horizonte una luz de libertad, tras la oscuridad
de la noche triste, pero tan débil la dosis que muchos de nosotros ya no
podremos beneficiarnos de ella.
Lo confieso con hondo pesar: creo que es inútil llenarse de optimismo y pensar
que a la muerte del perro se acabará la rabia. El resto de la jauría, que se
dispone a devorarse entre ellos para obtener el liderazgo del grupo, no va a ser
una cosa fácil de eludir y van a seguir prodigando mordidas de rabia a diestro y
siniestro. Pasaran años, largos años, para poder ver cómo de las tristes
cenizas aventadas por el odio, la intolerancia y la crueldad, pueda resurgir
gallardamente el Ave Fénix de la libertad.
Mientras tanto, se escucharán algunas palabras que lucirán alentadoras, como las pronunciadas últimamente, por el T,S.F. (tirano por sustitución familiar), porque me niego a entusiasmarme con palabritas que puedan sonar como más o menos amistosas y conciliadoras. Si las críticas ahora ya no son para acusar a Estados Unidos y al embargo de la situación económica de Cuba, sino a la descomposición interior del sistema y de los hombres que lo sostienen, cosa que se sabe ya hace mucho tiempo, esas declaraciones no son ni más ni menos, leyendo entre líneas, que un indicio muy claro de que se está preparando el terreno para las purgas inevitables que surgen siempre en las tiranías cuando desaparece el tirano mayor. Y no importa para prolongar esa vida tan nefasta, que cualquier medicucho de allende el mar se dé un saltico hasta Cuba y sin más ni más, sin decir que ha practicado pruebas adicionales y después de conversar un par de veces con su paciente, declare enfáticamente que el mismo no padece de ningún mal incurable y que su recuperación es cuestión de tiempo. !Pamplinas! Podría confiarse en la recuperación de un perro rabioso, si es que en el infierno existe alguna caldera destinada a candidatos en lista de espera. Pero no creo que la haya… Y si los hombres de negocios norteamericanos, incluyendo congresistas y políticos, que piensan que ahora podrán tener la oportunidad de desembarcar en la isla portando los dólares necesarios para las inversiones, las especulaciones y los consiguientes negocios, aunque a la postre lo logren , para los cubanos ansiosos de libertad, las conquistas serán sólo, a nuestro entender, el cambiar de lenguaje a la hora de enfrentarse a los nuevos empresarios: hasta ahora los cubanos han podido hablar en español, con los cómplices de la madre patria (que tal vez piensen que están saboreando un poco de venganza por lo ocurrido en 1898); en inglés con ingleses y canadienses, en italiano, en francés, en chino o en ruso . En lo adelante hablaran un español chapurreado o un inglés diferente: un lenguaje salpicado de coca-cola mientras pueda alcanzarse un menú de Mcdonald. Todo, menos la ansiada liberación total.
Lo demás, a nuestro juicio, seguirá igual como hasta ahora. Y hasta que pasen los años y el mundo alcance otro nivel evolutivo.
EL TIEMPO RECOBRADO
He manipulado con lento cuidado las manecillas del reloj....He vacilado un poco....Al fin logro dominar la incertidumbre y, entonces, dale que dale, el reloj vuela, montando una secuencia retrospectiva, como para despejar las brumas del tiempo que han ido nublando con implacable insistencia y un silencio retador, los años vividos en este mundo.
Al resonar de las tres campanadas clásicas, en este caso del íntimo retumbar de la nostalgia, se descorre la cortina invisible de los recuerdos.
Recuerdos de lo que fue; de lo que viví; de lo que pienso que ya no puede volver... Escucho entonces, como en una cámara de resonancia, la voz del profesor de literatura, que en el aula callada de alumnos atentos, va ofreciendo sus sabias explicaciones. Y dice, y repite, y resuena en mi recuerdo, atrapado a través del tiempo, que la frase <todos hemos de morir, es un pensamiento trivial, pero un verdadero poeta, al conjuro de sus facultades creadoras, utilizando sugestivas imágenes, puede expresar en forma novedosa, de esencial originalidad, el pensamiento de mayor trivialidad.> Y nos trae el ejemplo reflejado en las Coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre: <Recuerde el alma dormida....> y termina la estrofa....<cómo después de acordado -- da dolor---, cómo a nuestro parecer -- cualquiera tiempo pasado -- fue mejor>.
Jorge Manrique, situado frente al fenómeno turbador de la muerte, volvió sus ojos al pasado (que para él siempre <fue mejor>) y se dispuso a hacer una revisión de la gloriosa historia de guerreros y monarcas y establecer un paralelo con la propia, agitada y turbulenta vida de su padre. En sus Coplas, amén del recuento histórico, intercaló, como era de rigor, consideraciones de tipo doctrinal y filosófico, ya que así lo requería el estilo sermonal de la época.
Pero al margen de esta apenas esbozada digresión crítico-literaria, lo que me interesa plantear ahora en términos interrogativos, contraponiendo mi traviesa imaginación a la autoridad del poeta, es: ¿fue en realidad para mí, para ustedes, para todos nosotros, cualquiera tiempo pasado, mejor que el que vivimos hoy? ¿Quién se atreve a contestar la pregunta en forma categórica?
Si la respuesta es afirmando, ¿será por ventura, cuando se recuerda con nostálgica intensidad lo que ya se vivió, que se renuncia al placer inefable y único de seguir viviendo como estamos viviendo? ¿O es que se prefiere morir esclavo de un pasado, vivido y recordado con nostalgia, antes de que realmente llegue el temido momento en que las oscuras puertas de lo desconocido se abran y se cierren en un instante para guiar nuestro paso por los ignotos confines de la eternidad?
Si la respuesta es negando, que no siempre el <tiempo pasado fue mejor>, ¿será por ventura que estamos despreciando y traicionando los tiempos vividos, los años de la niñez, de la adolescencia y de la juventud: juventud triunfante, juventud alegre y despreocupada y los años sosegados de la madurez, sacrificando el recuerdo en aras del presente, aunque estemos enredados cada día en la ramplona turbulencia de los años que declinan, con sus fracasos, sus frustraciones, sus impotencias? ¿Y sin que sintamos recaer sobre nosotros todo <el peso del tiempo recordado>?
Puede ser una cosa u otra... Todo puede ser... cada uno que hurgue en lo profundo de su espíritu esencial para ofrecer la mejor respuesta.
Pero lo cierto es, a despecho de mejores o peores tiempos pasados, que toda vivencia en la vejez se traduce en nostalgia. Nostalgia que agarra, que oprime, que revuelve los sentimientos. Bien lo sabia Antonio Machado cuando desgranaba sus versos melancólicos, poniendo tristuras desoladas en labios del hermano que regresaba: <He andado muchos caminos>===<Y algo de nuestro ayer, que todavía vemos vagar por estas calles viejas>,===<Y monotonía de la lluvia en los cristales>
No pudo escapar aquel poeta de otros siglos, ni el de éstos, al poderoso machacar del recuerdo que puede traducirse en nostalgia.
La nostalgia, vara larga y sajante, que hiere los sentidos, que invade el pensamiento, que apresura el respirar y detiene el vivir; la nostalgia que nos clava al recuerdo de las calles viejas, de la lluvia sobre los techos, del coche que rueda y de la campana que suena. La nostalgia indefinible que nos hace recordar una y mil veces, la visión de aquellos lugares queridos, tiendas, parques, teatros; casas y ventanas abiertas, invitadoras a la amistad; romances furtivos en penumbrosas esquinas y música nocturnal bajo palmas arrogantes. La nostalgia, que teje una madeja irrompible al compás de los años que pasan. La nostalgia, que insiste en hacernos recordar al profesor en el aula, a los compañeros que estudiaban, a las muchachas que sonreían, a las que decían <sí> y mucho más a las que decían <no> y que nos hace sentir el ansia imprecisa de volver a amar como entonces... De conservar el recuerdo intacto, la imagen cristalizada en el fondo del pasado, como quería Proust.
Me escribe un amigo residente en Madrid, un amigo valiente que puntualmente acude cada año a Cuba a renovar las querencias de la añoranza que enriquecen su espíritu: <Quiero decir sin ningún recato que personalmente me siento feliz de vivir en Madrid, un lugar donde existen tantas posibilidades de enriquecimiento espiritual y cultural. Donde hay tantas <tentaciones> de goce estético y de contactos humanos también enriquecedores. Pero yo me siento mejor en <mi> Habana, allí donde suelo ir a recuperar gozosamente la memoria de los sentidos y acrecer la nostalgia del futuro. Donde soy capaz de percibir el latido de la Cuba eterna, de la Cuba profunda, que nada ni nadie, antes, ahora o después, podrá hurtarnos. !Y vive Dios que lo han intentado y lo intentarán también los de mañana! Allí está, en presencia o en potencia, todo lo que construyó mi personalidad humana. La fe que dio sentido a mi vida la encontré bajo aquel cielo y sobre aquella tierra. ¿Cómo la podría olvidar si Cuba sigue siendo Cuba a despecho de nuestras torpezas? >
No podemos evitar el rendirnos a la nostalgia, que está escribiendo un poema mayor en el gran libro de la vida, que se agiganta con la distancia y a la que nos aferramos como una vigorosa tabla de salvación, cuando la barca, sobrecargada de tiempo, está a punto de zozobrar y hundirse para siempre en el mar agitado y profundo de la muerte...