Rafael R. Vidal

 

 

 

 

Quiero Ser Rosa

(Opus 44)

Para mi hija Ruth

 

         Se quejaba la rosa de su suerte:

soy bella, soy hermosa y soy perfecta,

pero soy, por mi mal, la predilecta

de las ansias vehementes de la muerte;

 

         esta queja sutil llegó hasta el cielo,

y se apiadó el Señor de tanto duelo,

y a un buen ángel mandó que fuera al suelo

a dar para tal mal dulce consuelo;

 

         Bajó el ángel de prisa. Son las rosas,

como lo son también las mariposas,

los pensamientos puros como armiños

que nacen de los sueños de los niños;

 

         los ángeles y niños son hermanos,

tienen iguales, inocentes ojos,

y en los sueños idénticos antojos

y en igual forma a Dios alzan las manos.

 

         El ángel se sintió tan conmovido

cuando estuvo en presencia de la rosa

y oyó su voz sutil y dolorosa,

que en llanto prorrumpió, compadecido.

 

         ¿Cómo calmar el insondable duelo

que padecen las rosas en el suelo?

Seguro que hallarían en el cielo,

término a su dolor, paz y consuelo;

 

         mas, ¿qué néctar tendrán las mariposas

cuando no existan en el mundo rosas?

¿Seguirán siendo puros como armiños

los sueños inocentes de los niños?

       

         Pensó el ángel: dudó. Al fin, sereno,

se dijo para sí: Dios es tan bueno

y ama tanto a los niños, que su ciencia

remediará mi pobre insuficiencia.

 

         La rosa, en tanto, oía conmovida

al ángel que sufría y que lloraba

y se sentía toda estremecida,

y cual cáliz divino palpitaba;

 

         y dijo así: ¡Oh, ángel!, cuántas cosas,

con tu bondad, revelas a las rosas;

en las penas más hondas y secretas,

de Dios van las verdades más concretas;

 

         es la belleza frágil que se mustia

al contacto del vientre de la tierra,

el mensaje de Dios y de su angustia

por nos, y del amor que en él se encierra;

 

         si al amor que nos da cercan dolores

y lo bello se extingue por divino,

alcemos sus verdades entre loores

y bebamos con fe su santo vino.

 

         El ángel sonrió como una llama

divina, y dijo entonces a la rosa:

puedes dejar de ser flor olorosa

y ser hoja, raíz, o tronco, o rama;

 

         y la rosa, cual llama luminosa

y divina, olvidó su amarga angustia,

olvidó que ya estaba casi mustia,

y al ángel replicó: quiero ser rosa.

 

Oración Al Dolor

(Opus 51)

 

A E. Matamoros y Lucha, en Cuba

 

            Bendito seas, dolor. Eres sagrado.

Proclaman que eres negro, y me has iluminado;

me dicen que doblegas, y tú me has levantado;

difunden que encadenas, y tú me has liberado;

tú me has llevado

a respirar el aire a las montañas,

que están solas, verdad, pero no anidan

gusanos ni alimañas,

ni a sus interminables proles cuidan.

 

            Eres fuego que templa;

matas al flojo, al fuerte haces más fuerte,

y aquél que sin temores te contempla,

desprecia hasta la muerte.

 

            No es acero el que al fuego no es templado,

ni es diamante el que antes no ha probado

lo negro del carbón, ni un humano ha nacido,

ni un arroyo ha brotado,

ni un árbol ha crecido,

ni una flor sus perfumes ha dado,

ni una luz ha alumbrado,

ni un ideal ha surgido

o cristalizado,

ni un ensueño nos ha adormecido

o arrullado,

si un vientre antes no se ha quebrado

y por tus manos ha sido

desgarrado.

 

           Bendito seas, dolor. Eres sagrado.

Santificado

seas y seas glorificado,

 por tu cáliz de amargura,

por tu vino que depura,

por tu hostia que cura,

y por el sabor

de tu amargor

que transfigura;

por tu arado que ara

y hace las maravillosas fibras

que la fortaleza nos depara,

y con el cual a los hombres calibras;

por las infinitas hebras

de tu oro,

y porque quiebras

ruindades

y falsedades,

y forjas el tesoro

de un eterno bien;

porque nos llegas en

un carro torvo y obscuro,

que pensamos que, inseguro,

pueda prestarte sostén,

y con él vas al futuro

seguro

y al tiempo das tu desdén;

porque eres muro,

contén

y heroísmo

impuro;

porque pones en nuestra sien

lauro puro

y consistencia de fruto maduro

nos das también;

porque eres sagrado

y porque eres el bien,

santificado

y glorificado

seas, (oh, dolor! Amén.

Rafael R. Vidal (†)