A MANERA DE PRÓLOGO
Por Emilio Martínez Paula
He reservado los nombres
de Gertrudis Gómez de Avellaneda, Emilia Bernal, Pura del Prado, Eliana Onetti,
Sara Martínez Castro, para un estudio que será muy arduo, dada, entre otras
razones, que la inspiración apenas me ha permitido escribir en prosa. No soy
poeta, por suerte para las bellas artes. Pero, tal vez, marque un camino
interesante.
Mi muy admirada amiga la poetisa Leonora Acuña de Marmolejo me ha hecho el honor
de que sea yo quien escriba el prólogo para su poemario VIAJE A LA ALBORADA.
Ya en camino, me asaltan nombres de poetas,- poetisas-
Alfonsina Storni, esa mujercita menuda y valiente, a la que el mar abrazó con
amor, la uruguaya Juana de Ibarbourou, Gabriela Mistral,…Lorca, marica
universal, nadie ha logrado extraer más musicalidad al idioma español que él,
-el crimen fue en Granada-, mataron a Federico……
Pero retomamos el camino. Dejamos atrás el crepúsculo,
releemos los versos de Leonora Acuña de Marmolejo: en su singladura ella
persigue la armonía en las cosas más simples y su magia…
Muchas veces las credenciales de poeta se reparten
alegremente, pero el don poético se recibe como una especie de fatalidad
inevitable que pesa y oprime, y obliga. Leonora es poeta, poetisa, y, por suerte
para nosotros, no puede eludir su compromiso con las bellas artes, tanto en
prosa como en verso. Su ofrecimiento con el amor, con la belleza, con la
amistad.
Algunos poemas de este libro revelan que la autora escribe
con la misma facilidad que brota fresca el agua del manantial. No hablo de
escuelas para catalogar a Leonora; todos sabemos de antemano que nadie ha
inventado la poesía. La poesía brota del cauce de los ríos y de los ríos sin
cauce, de los rayos y centellas, del relámpago que ilumina la noche tempestuosa,
del Niágara undoso con su torrente de agua, -que al solitario cazador espanta-.
Del mar y sus olas que baten las rocas de la costa como el héroe desafía a los
tiranos, del arrollo que murmura.
Lo saben los poetas que no pueden eludir pertenecer a ese
grupo minoritario, obligado a ser poetas, poetisas, que es como prefiero
llamarlas, por una especie de hado, arcano misterioso, que hace que el verso
salte y el entusiasmo estalle.
Todo buen poeta lo sabe: sin la inspiración, ese modo, ese
estado en que es fácil producir una obra de arte, sin ese soplo divino que
acompaña en momentos de gracia, no hay poesía.
Mientras haya una mujer hermosa habrá poesía; mujer, estatua
de carne, cauce perpetuo donde la vida se prolonga, donde un beso hace el
milagro que nazca un ángel…
Hay fabricantes de poesías, que responden a las consignas de
una teoría política, algunos han ganado oscuras glorias al cantarle a criminales
famosos, Oh Stalin, padre de los pueblos.
El escritor de Partido, mientras más sirva a su causa, menos
autoridad tiene fuera de esos moldes.
Leonora canta aquí al amor: “salvándome el paisaje, en una
abrileña mañana, a un amor ambiguo, disperso itinerante, cuando el numen canta
al amor, ese críptico misterio”
Algunos poemas de este libro abarcador, donde la poetisa se
pregunta, al ver los alcatraces formar la V de la victoria: quién la orden les
daría de formar o en una tarde preciosa, asolferinada, que me lanzó sobre el
inocente diccionario que no quiso responder, tal vez un color rojizo, mientras
él está muy lejos… un viejo amor ni se olvida ni se deja, de nuestra alma sí se
aleja…pero nunca dice adiós. Ella tiene su Historia de Amor, en su mundo de niña
soñadora.
Una de las principales cualidades de este poemario y de su
autora es la inventiva, la creatividad, poética; no se trata de acrobacias
métricas. Pero siempre hay un soplo mágico de vivencias creadoras, una palabra
nueva.
Leonora no se encierra en su yo. Ella canta al amor en un Día
de San Valentín, brinda por la paz, porque la buena literatura proviene de la
lucha contra la injusticia.
Canta a los cuatro pelos de un amigo, también poeta,
historiador, León con melena y sin melena, noble amigo.
Erradica la tristeza, sin poder evitar un recuerdo vago que
recuerda la muerte.
No olvida ni le duelen glorias ajenas: Nando, poeta del
pincel Nibio honesto, leal, sapiente, y sin dudas tiene la Razón. Odón Betanzos
Palacios, nauta, labrador, apóstol. Maceo, Titán de bronce, mulato del honor.
Leonora, gloria de las letras colombianas, extrae voces
mágicas del talego del Manco de Lepanto.
Remoza el castellano.
Nada más. Para no alargar este prólogo insuficiente. Traspase
el lector el pórtico mágico de los poemas de Leonora, que cantan al amor, al de
ella y al de otros: a todo lo que trasciende…
Emilio Martínez Paula