Ha echado por caminos la existencia moderna, en que la serenidad del ánimo, la claridad de lo interior y la vida legítima van siendo imposibles.  

No en gobiernos se piense siempre; que de acudir al gobierno para todo, viene luego que el gobierno crea con cierto asomo de justicia, que no se puede pensar, ni creer, ni obrar, sin él.

Un pueblo crea su carácter en virtud de la raza de que procede, de la comarca que habita, de las necesidades y recursos de su existencia y de sus hábitos religiosos y políticos.

Con cada virtud que luce, se encienden todos los vicios que la combaten. Con cada esperanza que alborea, rompen la sombra todos los obstáculos que pueden ahogarla. Parece la vida una caza perpetua, fatigosa, implacable, frenética, de las virtudes que desmayan y la traílla de satanes diputados a estorbar su triunfo.

Sólo sirve dignamente a la libertad el que, a riesgo de ser tomado por su enemigo, la preserva sin temblar de los que la comprometen con sus errores.

La actividad humana es un monstruo que cuando no crea, devora.

Todos aquellos placeres que no vienen derechamente y en sazón de los afectos legítimos, aunque sean champaña de la vanidad, son acíbar de la memoria.

Sólo ven y proclaman la virtud los que son capaces de ella.

Odian los hombres y ven como enemigo al que con su virtud les echa involuntariamente en rostro que carecen de ella.

La mente humana, por esencial virtud, acude con súbita revelación al remedio de un mal, tan pronto como lo conoce.

Quien desee patria segura, que la conquiste. Quien no la conquiste, viva a látigo y destierro, oteado como las fieras, echado de un país a otro, encubriendo con la sonrisa limosnera ante el desdén de los hombres, la muerte del alma.

Todo trabajador es santo y cada productor es una raíz; y al que traiga trabajo útil y cariño, venga de tierra fría o caliente, se le ha de abrir hueco ancho, como a un árbol nuevo; pero con el pretexto del trabajo y la simpatía del americanismo, no han de venir a sentársenos sobre la tierra, sin dinero en la bolsa ni amistad en el corazón, los buscavidas y los ladrones.

Los mercaderes, como la yedra venenosa, nacen en las paredes de todos los templos. Luego Jesús los echa.

Ungido nace el poeta, como un rey; investido nace, como un sacerdote.

En las grandes ciudades los hombres no mueren, sino que se derrumban; no son organismos que se desgastan, sino Icaros que se caen.

A la poesía, que es arte, no vale disculparla con que es patriótica o filosófica, sino que ha de resistir como el bronce y vibrar como la porcelana.

    Entre palacios que pasman y ruidos que aturden, no es el hombre mejor, ni de más divina estampa e inteligencia que aquéllos que tuesta el sol.

Tras la guerra con causa justa, descansará el sable glorioso junto al libro de la libertad.

    Quien intenta gobernar, hágase digno del gobierno, porque si, ya en él, se le van las riendas de la mano, o de no saber qué hacer con ellas, enloquece, y las sacude como látigos sobre las espaldas de los gobernados, de fijo que se las arrebatan, y muy justamente, y se queda sin ellas por siglos enteros.

    No hay cuenta que no se pague en la naturaleza armoniosa y lógica, y para no llevar como una cadena al pie el deber desentendido, cúmplase el deber, por la ventaja mundana y moral que hay en cumplirlo, y llévesele como título y como ala. ¡La generosidad da buen dividendo!

    La prensa no puede ser, en estos tiempos de creación, mero vehículo de noticias, ni mera sierva de intereses, ni mero desahogo de la exuberante y hojosa imaginación.

        La tierra está llena de espíritus. El aire está lleno de almas. Así es como se hacen las naciones.

        Pensar es prever. Es necesario lo que ha de acabar por estar junto. Si no, crecerán odios; se estará sin defensa apropiada para los colosales peligros, y se vivirá en perpetua e infame batalla entre hermanos por apetito de tierras.

    Los hombres suelen admirar  al virtuoso mientras no les avergüenza con su virtud o les estorba las ganancias; pero en cuanto se les pone en su camino, bajan los ojos al verlo pasar, o dicen maldades de él, o dejan que otros las digan, o lo saludan a medio sombrero, y le van clavando la puñalada en la sombra.

 

    Presenciar un crimen en silencio es cometerlo.

 

    No se han de hacer versos para que se parezcan a los de otros: se hacen porque se enciende en el poeta una llama de fulgor espléndido y, enardecido con ese calor, allá brota en rimas en tanto que de su alma brota amor. Que todo, hasta el dolor mismo, debe ser y parecer amor en el poeta.

 

    El deber del hombre virtuoso no está sólo en el egoísmo de cultivar la virtud en sí, sino que falta a su deber el que descansa mientras la virtud no haya triunfado entre los hombres.

 

    El deber de un patriota que ve lo verdadero está en ayudar a sus compatriotas, sin soberbia y sin ira, a ver la verdad.

 

    Los demagogos verdaderos son los que se niegan a reconocer la virtud de unos por halagar la soberbia de otros.

José Martí

 

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