Delicias del Parnaso

 

  

Soneto para no morirme

Gastón Baquero

 


 

     Escribiré un soneto que le oponga a mi muerte
un muro construido de tan recia manera,
que pasará lo débil y pasará lo fuerte
y quedará mi nombre igual que si viviera.

     Como un niño que rueda de una alta escalera
descenderá mi cuerpo al seno de la muerte.
Mi cuerpo, no mi nombre; mi esencia verdadera
se inscrustará en el muro de mi soneto fuerte...

     De súbito comprendo que ni ahora ni luego
arrancaré mi nombre al merecido olvido.
Yo no podré librarle de las garras del fuego,

     no podré levantarle del polvo en que ha caído.
No he de ser otra cosa que un sofocado ruego,
un soneto inservible y un muro destruido.
 

 

 

EL BRINDIS DEL BOHEMIO

Guillermo Aguirre y Fierro


En torno de una mesa de cantina,
una noche de invierno,
regocijadamente departían
seis alegres bohemios.


Los ecos de sus risas escapaban
y de aquel barrio quieto
iban a interrumpir el imponente
y profundo silencio.


El humo de olorosos cigarrillos
en espirales se elevaba al cielo,
simbolizando al resolverse en nada,
la vida de los sueños.


Pero en todos los labios había risas,
inspiración en todos los cerebros,
y, repartidas en la mesa, copas
pletóricas de ron, whisky o ajenjo.


Era curioso ver aquel conjunto,
aquel grupo bohemio,
del que brotaba la palabra chusca,
la que vierte veneno,
lo mismo que, melosa y delicada,
la música de un verso.


A cada nueva libación, las penas
hallábanse más lejos del grupo,
y nueva inspiración llegaba
a todos los cerebros,
con el idilio roto que venía
en alas del recuerdo.


Olvidaba decir que aquella noche,
aquel grupo bohemio
celebraba entre risas, libaciones,
chascarrillos y versos,
la agonía de un año que amarguras
dejó en todos los pechos,
y la llegada, consecuencia lógica,
del”feliz año Nuevo”…

Una voz varonil dijo de pronto:
-Las doce, compañeros;
Digamos el “requiéscat” por el año
que ha pasado a formar entre los muertos.
¡Brindemos por el año que comienza!
Porque nos traiga ensueños;
porque no sea su equipaje un cúmulo
de amargos desconsuelos…


-Brindo, dijo otra voz, por la esperanza
que a la vida nos lanza,
de vencer los rigores del destino,
por la esperanza, nuestra dulce amiga,
que las penas mitiga
y convierte en vergel nuestro camino.


Brindo porque ya hubiese a mi existencia
puesto fin con violencia
esgrimiendo en mi frente mi venganza;
si en mi cielo de tul limpio y divino
no alumbrara mi sino
una pálida estrella: Mi esperanza.


-¡Bravo! Dijeron todos, inspirado
esta noche has estado
y hablaste bueno, breve y sustancioso.
El turno es de Raúl; alce su copa
Y brinde por ….Europa,
Ya que su extranjerismo es delicioso….


-Bebo y brindo, clamó el interpelado;
brindo por mi pasado,
que fue de luz, de amor y de alegría,
y en el que hubo mujeres seductoras
y frentes soñadoras
que se juntaron con la frente mía…


Brindo por el ayer que en la amargura
que hoy cubre de negrura
mi corazón, esparce sus consuelos
trayendo hasta mi mente las dulzuras
de goces, de ternuras,
de dichas, de deliquios, de desvelos.

 

-Yo brindo, dijo Juan, porque en mi mente
brote un torrente
de inspiración divina y seductora,
porque vibre en las cuerdas de mi lira
el verso que suspira,
que sonríe, que canta y que enamora
 

Brindo porque mis versos cual saetas
Lleguen hasta las grietas
Formadas de metal y de granito
Del corazón de la mujer ingrata
Que a desdenes me mata…
¡pero que tiene un cuerpo muy bonito!


Porque a su corazón llegue mi canto,
porque enjuguen mi llanto
sus manos que me causan embelesos;
porque con creces mi pasión me pague…
¡vamos!, porque me embriague
con el divino néctar de sus besos.


Siguió la tempestad de frases vanas,
de aquellas tan humanas
que hallan en todas partes acomodo,
y en cada frase de entusiasmo ardiente,
hubo ovación creciente,
y libaciones y reír y todo.


Se brindó por la Patria, por las flores,
por los castos amores
que hacen un valladar de una ventana,
y por esas pasiones voluptuosas
que el fango del placer llena de rosas
y hacen de la mujer la cortesana.


Sólo faltaba un brindis, el de Arturo.
El del bohemio puro,
De noble corazón y gran cabeza;
Aquél que sin ambages declaraba
Que solo ambicionaba
Robarle inspiración a la tristeza.


Por todos estrechado, alzó la copa
Frente a la alegre tropa
Desbordante de risas y de contento;
Los inundó en la luz de una Mirada,
Sacudió su melena alborotada
Y dijo así, con inspirado acento:


-Brindo por la mujer, mas no por ésa
en la que halláis consuelo en la tristeza,
rescoldo del placer ¡desventurados!;
no por esa que os brinda sus hechizos
cuando besáis sus rizos
artificiosamente perfumados.


Yo no brindo por ella, compañeros,
siento por esta vez no complaceros.
Brindo por la mujer, pero por una,
por la que me brindó sus embelesos
y me envolvió en sus besos:
por la mujer que me arrulló en la cuna.


Por la mujer que me enseño de niño
lo que vale el cariño
exquisito, profundo y verdadero;
por la mujer que me arrulló en sus brazos
y que me dio en pedazos,
uno por uno, el corazón entero.


¡Por mi Madre! Bohemios, por la anciana
que piensa en el mañana
como en algo muy dulce y muy deseado,
porque sueña tal vez, que mi destino
me señala el camino
por el que volveré pronto a su lado.

Por la anciana adorada y bendecida,
por la que con su sangre me dio vida,
y ternura y cariño;
por la que fue la luz del alma mía,
y lloró de alegría,
sintiendo mi cabeza en su corpiño.


Por esa brindo yo, dejad que llore,
que en lágrimas desflore
esta pena letal que me asesina;
dejad que brinde por mi madre ausente,
por la que llora y siente
que mi ausencia es un fuego que calcina.


Por la anciana infeliz que sufre y llora
y que del cielo implora
que vuelva yo muy pronto a estar con ella;
por mi Madre, bohemios, que es dulzura
vertida en mi amargura
y en esta noche de mi vida, estrella…


El bohemio calló; ningún acento
profanó el sentimiento
nacido del dolor y la ternura,
y pareció que sobre aquel ambiente
flotaba inmensamente
un poema de amor y de amargura.
 

 

 

Paisaje espiritual

Julián del Casal


     Perdió mi corazón el entusiasmo
al penetrar en la mundana liza,
cual la chispa al caer en la ceniza
pierde el ardor en fugitivo espasmo.
Sumergido en estúpido marasmo
mi pensamiento atónito agoniza
o, al revivir, mis fuerzas paraliza
mostrándome en la acción un vil sarcasmo.
Y aunque no endulcen mi infernal tormento
ni la Pasión, ni el Arte, ni la Ciencia,
soporto los ultrajes de la suerte,
porque en mi alma desolada siento
el hastío glacial de la existencia
y el horror infinito de la muerte.
 

 

Canción de otoño en primavera


A Gregorio Martínez Sierra



Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...

Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón.
Era una dulce niña, en este
mundo de duelo y aflicción.

Miraba como el alba pura;
sonreía como una flor.
Era su cabellera oscura
hecha de noche y de dolor.

Yo era tímido como un niño.
Ella, naturalmente, fue,
para mi amor hecho de armiño,
Herodías y Salomé...

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...

Y más consoladora y más
halagadora y expresiva,
la otra fue más sensitiva
cual no pensé encontrar jamás.

Pues a su continua ternura
una pasión violenta unía.
En un peplo de gasa pura
una bacante se envolvía...

En sus brazos tomó mi ensueño
y lo arrulló como a un bebé...
Y le mató, triste y pequeño,
falto de luz, falto de fe...

Juventud, divino tesoro,
¡te fuiste para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...

Otra juzgó que era mi boca
el estuche de su pasión;
y que me roería, loca,
con sus dientes el corazón,

poniendo en un amor de exceso
la mira de su voluntad,
mientras eran abrazo y beso
síntesis de la eternidad;

y de nuestra carne ligera
imaginar siempre un Edén,
sin pensar que la Primavera
y la carne acaban también...

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...

¡Y las demás! En tantos climas,
en tantas tierras siempre son,
si no pretextos de mis rimas,
fantasmas de mi corazón.

En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!

Mas a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris me acerco
a los rosales del jardín...

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar no lloro...
y a veces lloro sin querer...
¡Mas es mía el Alba de oro!

Rubén Darío

 

 

LA ROSA AMARILLA

Amarilla volviese
la rosa blanca,
por envidia que tuvo
de la encarnada.

Teman las niñas
convertirse de blancas
en amarillas.

Juan E. Hartzenbuch



 

Para un menú

Manuel Gutiérrez Nájera


    Las novias pasadas son copas vacías,
en ellas pusimos un poco de amor;
el néctar tomamos... huyeron los días...
¡Traed otras copas con nuevo licor!

    ¡Champán son las rubias de cutis de azalea;
borgoña los labios de vivo carmín;
los ojos obscuros son vino de Italia
los verdes y claros son vino del Rhin!

    ¡Las bocas de grana son húmedas fresas;
las negras pupilas escancian café,
son ojos azules las llamas traviesas
que trémulas corren como almas del té!

    ¡La copa se apura, la dicha se agota;
de un sorbo tomamos mujer y licor...
Las copas dejemos...; si queda una gota,
que beba el lacayo las heces de amor!

 

 

A una flor

 

Manuel Acuña

                Cuando tu broche apenas se entreabría

para aspirar la dicha y el contento
¿te doblas ya cansada y sin aliento,
te entregas al dolor y a la agonía?
 
	¿No ves, acaso, que esa sombra impía
que ennegrece el azul del firmamento
nube es tan sólo que al soplar el viento,
te dejará de nuevo ver el día?...
 
	¡Resucita y levántate!... Aún no llega
la hora de que en el fondo de tu broche
des cabida al pesar que te doblega.
 
	Injusto para el sol es tu reproche,
que esa sombra que pasa y que te ciega,
es una sombra, pero aún no es la noche.

 

Carta de Amor

José Ángel Buesa (Cuba)

 

     Aquí, sin ti, ya sé lo que es la muerte,
pero no te lo digo para no entristecerte.
Quiero que te sonrías para que siga habiendo
claridad en los días.

 

     Quiero que no se empañe tu mirada,
pues, si no, no habrá estrellas,
ni habrá luna, ni nada...

     Y, sobre todo, lo que quiero y quiero
es un año que tenga doce meses de enero.

 

     Aquí llueve y no importa, pues la lluvia es tan leve
que al leer esta carta no sentirás que llueve.
Pero cierro los ojos y te recuerdo tanto
que casi se diría que está lloviendo llanto.

 

Una mujer me ha envenenado el alma,

otra mujer me ha envenenado el cuerpo;

ninguna de las dos vino a buscarme,

yo de ninguna de las dos me quejo.

Como el  mundo es redondo, el mundo rueda.

Si mañana, rodando, este veneno

envenena a su vez, ¿por qué acusarme?

¿Puedo dar más de lo que a mí me dieron?

Gustavo Adolfo Bécquer

 

PREGÓN

Rafael Alberti

 

¡Vendo nubes de colores:

las redondas, coloradas,

para endulzar los calores!

 

¡Vendo los cirros morados

y rosas, las alboradas,

los crepúsculos dorados!

 

¡El amarillo lucero,

cogido a la verde  rama

del celeste duraznero!

 

¡Vendo la nieve, la llama

y el canto del pregonero!

 

 

Nadie fue ayer

León Felipe

Nadie fue ayer
ni va hoy,
ni irá mañana
hacia Dios
por este mismo camino
que yo voy.
Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz 
el sol...
y un camino virgen

Dios.

 

 MARIO BENEDETTI

Si pregunta por mí,

traza una cruz de silencio en tus labios.

 

Si pregunta por mí

dile que he muerto

que he ido al fondo del olvido,

que soy un árbol triste

cansado de esperar.

 

Pero, si pregunta por mí

no le des mis palabras cálidas,

no le des mi sonrisa triste,

no le digas que todavía lloro,

que todavía su imagen está entre mis sueños,

que quisiera como tantas veces

volver en sueños a ese mundo de maravillas

Sólo dile que me he ido y no sabes donde.

Vamos a ver,

si la ves pregúntale,

pregúntale si su predilecto libro

entre las manos me recuerda,

pregúntale si sus caricias,

que han de corresponder a otro,

son de aquel amor que ella me brindaba.

Si pregunta por mí,

dile que me he ido al infierno.

 

Pero...no...espera

si ves que en sus ojos hay aunque sea

un poco de luz para mi,

dile, tan sólo dile que venga.

 

 

                                   

 

Nocturno

 

                                            José Asunción Silva, colombiano

 

Una noche,

una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de alas,

una noche,

en que ardían en la sombra nupcial y húmeda las luciérnagas fantásticas,

a mi lado, lentamente, contra mí ceñida toda,

muda y pálida

como si un presentimiento de amarguras infinitas

hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara,

por la senda que atraviesa la llanura florecida

caminabas,

y la luna llena

por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,

 

y tu sombra,

fina y lánguida,

y mi sombra

por los rayos de la luna proyectada

sobre las arenas tristes

de la senda se juntaban       

y eran una

y eran una

¡y eran una sola sombra larga!

¡y eran una sola sombra larga!

¡y eran una sola sombra larga!

 

Esta noche

solo, el alma

llena de infinitas amarguras y agonías de tu muerte,

separado de ti misma por la sombra, por el tiempo y la distancia,

por el infinito negro,

donde nuestra voz no alcanza,

solo y mudo

por la senda caminaba,

y se oían los ladridos de los perros a la luna,

a la luna pálida

y el chillido de las ranas...

Sentí frío; (era el frío que tenían en la alcoba

tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,

entre las blancuras níveas

de las mortuorias sábanas!)

Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,

era el frío de la nada...

 

Y mi sombra

por los rayos de la luna proyectada,

iba sola

iba sola

¡iba sola por la estepa solitaria!

Y tu sombra esbelta y ágil,

fina y lánguida,

como en esa noche tibia de la muerta primavera,

como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de música de alas,

se acercó y marchó con ella,

se acercó y marchó con ella,

se acercó y marchó con ella... ¡Oh las sombras enlazadas!

¡Oh las sombras de los cuerpos que se juntan con las sombras de las almas!

¡Oh las sombras que se buscan en las noches de tristeza y de lágrimas!

 

 

 

 FRANCISCO LUIS BERNÁRDEZ
argentino, 1900-1978

          Si para recobrar lo recobrado       
debí perder primero lo perdido,

si para conseguir lo conseguido
tuve que soportar lo soportado,

 

          si para estar ahora enamorado
fue menester haber estado herido,

tengo por bien sufrido lo sufrido,
tengo por bien llorado lo llorado.

 

          Porque después de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado

sino después de haberlo padecido,


          porque después de todo he comprendido

que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.

 

 

 

LA PEDRADA

José Mª Gabriel y Galán


I

Cuando pasa el Nazareno
de la túnica morada,
con la frente ensangrentada,
la mirada del Dios bueno
y la soga al cuello echada,

el pecado me tortura,
las entrañas se me anegan
en torrentes de amargura,
y las lágrimas me ciegan,
y me hiere la ternura...

Yo he nacido en esos llanos
de la estepa castellana,
donde había unos cristianos
que vivían como hermanos
en república cristiana.

Me enseñaron a rezar,
enseñáronme a sentir
y me enseñaron a amar;
y como amar es sufrir,
también aprendí a llorar.

Cuando esta fecha caía
sobre los pobres lugares,
la vida se entristecía,
cerrábanse los hogares
y el pobre templo se abría.

Y detrás del Nazareno
de la frente coronada,
por aquel de espigas lleno
campo dulce, campo ameno
de la aldea sosegada,

los clamores escuchando
de dolientes Misereres,
iban los hombres rezando,
sollozando las mujeres
y los niños observando...

¡Oh, qué dulce, qué sereno
caminaba el Nazareno
por el campo solitario,
de verdura menos lleno
que de abrojos el Calvario!

¡Cuán süave, cuán paciente
caminaba y cuán doliente
con la cruz al hombro echada,
el dolor sobre la frente
y el amor en la mirada!

Y los hombres, abstraídos,
en hileras extendidos,
iban todos encapados,
con hachones encendidos
y semblantes apagados.

Y enlutadas, apiñadas,
doloridas, angustiadas,
enjugando en las mantillas
las pupilas empañadas
y las húmedas mejillas,

viejecitas y doncellas,
de la imagen por las huellas
santo llanto iban vertiendo...
¡Como aqu
éllas, como aquéllas
que a Jesús iban siguiendo!

Y los niños, admirados,
silenciosos, apenados,
presintiendo vagamente
dramas hondos no alcanzados
por el vuelo de la mente,

caminábamos sombríos
junto al dulce Nazareno,
maldiciendo a los Judíos,
«que eran Judas y unos tíos
que mataron al Dios bueno».

II

¡Cuántas veces he llorado
recordando la grandeza
de aquel
hecho inusitado
que una sublime nobleza
inspiróle a un pecho honrado!

La procesión se movía

con honda calma doliente,
¡Qué triste el sol se ponía!
¡Cómo lloraba la gente!
¡Cómo Jesús se afligía...!

¡Qué voces tan plañideras
el Miserere cantaban!
¡Qué luces, que no alumbraban,
tras las verdes vidrïeras
de los faroles brillaban!

Y aqu
el sayón inhumano
que al dulce Jesús seguía
con el látigo en la mano,
¡qué feroz cara tenía!
¡qué corazón tan villano!

¡La escena a un tigre ablandara!
Iba a caer el Cordero,
y aquel negro monstruo fiero
iba a cruzarle la cara
con un látigo de acero...

Mas un travieso aldeano,
una precoz criatura
de corazón noble y sano
y alma tan grande y tan pura
como el cielo castellano,

rapazuelo generoso
que al mirarla, silencioso,
sintió la trágica escena,
que le dejó el alma llena
de hondo rencor doloroso,

se sublimó de repente,
se separó de la gente,

cogió un guijarro redondo,
miróle al sayón
de frente
con ojos de odio muy hondo,

paróse ante la escultura,
apretó la dentadura,
aseguróse en los pies,
midió con tino la altura,
tendió el brazo de través,

zumbó el proyectil terrible,
sonó un golpe indefinible,
y del infame sayón
cayó botando la horrible
cabezota de cartón.

Los fieles, alborotados
por el terrible suceso,
cercaron al niño airados,
preguntándole admirados:
-¿Por qué, por qué has hecho eso?...

Y él contestaba, agresivo,
con voz de aqu
éllas que llegan
de un alma justa a lo vivo:
-«¡Porque sí; porque le pegan
sin hacer ningún motivo!»


III

Hoy, que con los hombres voy,
viendo a Jesús padecer,
interrogándome estoy:
¿Somos los hombres de hoy
aquellos niños de ayer
?

 

 

Balada del enamorado

José Ángel Buesa

Una tarde lejana,

El hombre enamorado del amor

Fue a recoger, al pie de una ventana,

Un beso y una flor.

 

Abajo estaban ella,

La flor, el beso y el atardecer;

Pero allá arriba, en la ventana aquella,

Se asomaba una sombra de mujer.

 

Y el alma se le iba

Al hombre enamorado del amor;

Y sus ojos miraban hacia arriba

Al dar el beso y al coger la flor.

 

 

Nunca supo quién era.

Nunca la volvió a ver.

Pero el perfume de su cabellera

Llenó de rosas el atardecer.

 

Y hoy, al pasar, con la cabeza cana,

El hombre enamorado del amor

Suspira por la sombra en la ventana

Sin recordar el beso ni la flor…

 

 

El arte

 

Cuando la vida, como fardo inmenso,

pesa sobre el espíritu cansado

y ante el último Dios flota quemado

el postrer grano de fragante incienso;

cuando probamos, con afán intenso,

de todo amargo fruto envenenado

y el hastío, con rostro enmascarado,

nos sale al paso en el camino extenso;

el alma grande, solitaria y pura

que la mezquina realidad desdeña,

halla en el Arte dichas ignoradas,

como el alción, en fría noche oscura,

asilo busca en la musgosa peña

que inunda el mar azul de olas plateadas.

Julián del Casal

 

 

La felicidad

 

Un cielo azul de estrellas
brillando en la inmensidad;
un pájaro enamorado
cantando en el florestal;
por ambiente los aromas
del jardín y el azahar;
junto a nosotros el agua
brotando del manantial
nuestros corazones cerca,
nuestros labios mucho más,
tú levantándote al cielo 
y yo siguiéndote allá,
ése es el amor mi vida,
¡Ésa es la felicidad!...
Cruzar con las mismas alas
los mundos de lo ideal;
apurar todos los goces,
y todo el bien apurar;
de lo sueños y la dicha
volver a la realidad,
despertando entre las flores
de un césped primaveral;
los dos mirándonos mucho,
los dos besándonos más,
ése es el amor, mi vida,

¡Ésa es la felicidad...!

 

Manuel Acuña

 

Gustavo Adolfo Bécquer

      Yo me he asomado a las profundas simas
de la tierra y del cielo,
y les he visto el fin o con los ojos
o con el pensamiento.

      Mas, ¡ay!, de un corazón llegué al abismo
y me incliné un momento,
y mi alma y mis ojos se turbaron.
¡Tan hondo era y tan negro!

 

Para entonces

Manuel Gutiérrez Nájera

 

    Quiero morir cuando decline el día,

en alta mar y con la cara al cielo;

donde parezca un sueño la agonía,

y el alma, un ave que remonta el vuelo.

 

    No escuchar en los últimos instantes

ya con el cielo y con el mar a solas,

más voces ni plegarias sollozantes

que el majestuoso tumbo de las olas.

 

    Morir cuando la luz triste retira

sus áureas redes de la onda verde,

y ser como ese sol que lento expira:

algo muy luminoso que se pierde...

 

    Morir, y joven: antes que destruya

el tiempo aleve la gentil corona;

cuando la vida dice aún: soy tuya,

aunque sepamos bien que nos traiciona.

 

A una rosa

Alfonsina Storni

 

	Grata flor que te destacas
sobre el verde de las hojas,
cual la sangre de una herida,
   roja... roja...
 
	Tú parodias esos labios
purpurinos, que entreabiertos
se dirían de caricias
   do sedientos
 
	han copiado de tus hojas
el color de su bandera
los campeones avanzados
   de la idea. 
 
	Y por eso yo te adoro,
bella flor, que de las hojas
sobre el verde, te destacas
   roja... roja...

 

La brisa

(Imitación)

Manuel Acuña

 

                 A mi querido amigo J.C. Fernández
 
Aliento de la mañana
que vas robando en tu vuelo
la esencia pura y temprana
que la violeta lozana
despide en vapor al cielo.
 
Dime, soplo de la aurora,
brisa inconstante y ligera,
¿vas por ventura a esta hora
al valle que te enamora
y que gimiendo te espera?
 
¿O vas acaso a los nidos
de los jilgueros cantores
que en la espesura escondidos
te aguardan medio adormidos
sobre sus lechos de flores?
 
¿O vas anunciando acaso,
soplo del alba naciente,
al murmurar de tu paso, 
que el muerto sol del ocaso
se alza un niño en Oriente?
 
Recoge tus leves alas,
brisa pura del Estío,
que los perfumes que exhalas
vas robando entre las galas
de las violetas del río.
 
Detén tu fugaz carrera
sobre las risueñas flores
de la loma y la pradera,
y ve a despertar ligera
al ángel de mis amores.
 
Y dile, brisa aromada,
con tu murmullo sonoro,
que ella es mi ilusión dorada,
y que en mi pecho grabada
como a mi vida la adoro.

 

 

Madrigal  apasionado

Federico García Lorca

Quisiera estar en tus labios

para apagarme en la nieve

de tus dientes.

Quisiera estar en tu pecho

para en sangre deshacerme.

Quisiera en tu cabellera

de oro soñar para siempre.

Que tu corazón se hiciera

tumba del mío doliente.

Que tu carne sea mi carne,

que mi frente sea tu frente.

Quisiera que toda mi alma

entrara en tu cuerpo breve

y ser yo tu pensamiento

y ser yo tu blanca veste.

Para hacer que te enamores

de mí con pasión tan fuerte

que te consumas buscándome

sin que jamás ya me encuentres.

Para que vayas gritando

mi nombre hacia los ponientes,

preguntando por mí al agua,

bebiendo tristes las hieles

que antes dejó en el camino

mi corazón al quererte.

Y yo mientras iré dentro

de tu cuerpo dulce y débil,

siendo yo, mujer, tú misma,

y estando en ti para siempre,

mientras tú en vano me buscas

desde Oriente a Occidente,

Hasta que al fin nos quemara

la llama gris de la muerte.

 

Nochebuena

Miguel Rasch

 

Nochebuena, tú brindas lisonjeros

instantes a las vidas conturbadas;

contigo resucitan las pasadas

noches en que al orar fuimos sinceros.

 

Resucitan también nuestros primeros

años con sus visiones encantadas;

el Niño-Dios, hermano de las hadas,

los magos, el pesebre y los corderos.

 

Mucho de lo esfumado y lo perdido

en las brumas del tiempo y del olvido,

tu evocadora magia nos devuelve.

 

Calor de hogar el corazón nos llena,

mas la felicidad, pura y serena,

de estar todos en él... ésa no vuelve. 

 

 

Reproches

Juan Ramón Jiménez

 

Como el cansancio se abandona al sueño

así mi vida a ti se confiaba...

Cuando estaba en tus brazos, dulce sueño,

te quería dejar… y no acababa...

 

Y no acababa… ¡Y tú te desasiste,

sorda y ciega a mi llanto y a mi anhelo.

y me dejaste desolado y triste

cual un campo sin flores y sin cielo!

 

¿Por qué huiste de mí? ¡Ay quién supiera

componer una rosa deshojada;

ver de nuevo, en la aurora verdadera,

la realidad de la ilusión soñada!

 

 

¿Adónde te llevaste, negro viento,

entre las hojas secas de la vida,

aquel nido de paz y sentimiento

que gorjeaba al alba estremecida?

 

¿En qué jardín, de qué rincón, de dónde

rosalearán aquellas manos bellas?

¿Cuál es la mano pérfida que esconde

los senos de celindas y de estrellas?

 

¡Ay quién pudiera hacer que el sueño fuese

la vida!, ¡Que esta vida fría y vana

que me anega de sombra, fuera ese

sueño que desbarata mi mañana!

 

 

 

 

 

Una maja

 

    Muerden su pelo negro, sedoso y rizo,

los dientes nacarados de alta peineta

y surge de sus dedos la castañeta

cual mariposa negra de entre el granizo.

 

    Pañolón de Manila, fondo pajizo,

que a su talle ondulante firme sujeta,

echa reflejos de ámbar, rosa y violeta

moldeando de sus carnes todo hechizo.

 

    Cual tímidas palomas por el follaje,

asoman sus chapines bajo su traje

hecho de blondas negras y verde raso,

 

    y al choque de las copas de manzanilla

riman con los tacones la seguidilla,

perfumes enervantes dejando el paso.

Julián del Casal

 

Mi Camisa

 Agustín Acosta

 

            ¡Esta camisa blanca que mi madre ha zurcido,

tan llena del aroma íntimo de mi casa,

tiene una santidad cuyo oculto sentido

ni envejece ni pasa..!

 

            Yo podré ser mañana un hombre potentado,

sin soberbias ridículas y sin turbios sonrojos.

A estos días de ahora llamaré mi pasado,

y una lágrima triste caerá de mis ojos.

 

            ¡Mi pasado! ¡Oh, qué dulce me será todo esto!

En el viejo horizonte ya mi sol se habrá puesto,

y yo despreciaré honores y fortuna…

 

            ¡Acaso esté de sedas riquísimas vestido;

mas como esta camisa que mi madre ha zurcido.

no me pondré ninguna...!

 Del libro "Los Camellos distantes".1936.

 

 

 

EPITAFIO A ISAAC ALBÉNIZ

 

Federico García Lorca

 

    Esta piedra que vemos levantada

sobre hierbas de muerte y barro oscuro

guarda lira de sombra, sol maduro,

urna de canto sola y derramada.

Desde la sal de Cádiz a Granada,

que erige en agua su perpetuo muro,

en caballo andaluz de acento duro

tu sombra gime por la luz dorada.

¡Oh dulce muerto de pequeña mano!

¡Oh música y bondad entretejida!

¡Oh pupila de azor, corazón sano!

Duerme cielo sin fin, nieve tendida.

Sueña invierno de  lumbre, gris verano.

¡Duerme en olvido de tu vieja vida!

 

 

 

 

       

LA VUELTA A LA PATRIA

 

Gertrudis Gómez de Avellaneda

 

 

 

 

 

            ¡Perla del mar! ¡Cuba hermosa!

            Después de ausencia tan larga

            Que por más de cuatro lustros

            Conté sus horas infaustas,

            Tomo al fin, tomo a pisar

            Tus siempre queridas playas,

            De júbilo henchido el pecho,

            De entusiasmo ardiendo el alma.

            ¡Salud, oh, tierra bendita,

            Tranquilo edén de mi infancia,

            Que encierras tantos recuerdos

            De mis sueños de esperanza!

            ¡Salud, salud, nobles hijos

            De aquesta mi dulce patria!...

            ¡Hermanos, que hacéis su gloria!

            ¡Hermanas, que sois su gala!

            ¡Salud!... Si afectos profundos

            Traducir pueden palabras,

            Por los ámbitos queridos

            Llevad ¡brisas perfumadas

            Que habéis mecido mi cuna

            Entre plátanos y palmas!,

            Llevad los tiernos saludos

            Que a Cuba mi amor consagra.

            Llevadlos por esos campos

            Que vuestro soplo embalsama,

            Y en cuyo ambiente de vida

            Mi corazón se restaura:

            Por esos campos felices,

            Que nunca el cierzo maltrata,

            Y cuya pompa perenne

            Melifluos sinsontes cantan.

            Esos campos do la ceiba

            Hasta las nubes levanta

            De su copa el verde toldo

            Que grato frescor derrama:

            Donde el cedro y la caoba

            Confunden sus grandes ramas

            Y el yarey y el cocotero

            Sus lindas pencas enlazan...

            Donde el naranjo y la piña

            Vierten al par su fragancia;

            Donde responde sonora

            A vuestros besos la caña;

           

            Donde ostentan los cafetos

            Sus flores de filigrana,

            Y sus granos de rubíes

            Y sus hojas de esmeraldas.

             Llevadlos por esos bosques

            Que jamás el sol traspasa,

            Y a cuya sombra poética,

            Do refrescáis vuestras alas,

            Se escucha en la siesta ardiente

            Cual vago concento de hadas

            La misteriosa armonía

            De árboles, pájaros, aguas,

            Que en soledades secretas,

            Con ignotas concordancias,

            Susurran, trinan, murmuran,

            Entre el silencio y la calma.

            Llevadlos por esos montes,

            De cuyas vírgenes faldas

            Se desprenden mil arroyos

            En limpias ondas de plata.

            Llevadlos por los vergeles,

            Llevadlos por las sabanas

            En cuyo inmenso horizonte

            Quiero perder mis miradas.

            ¡Llevadlos férvidos, puros,

            Cual de mi seno se exhalan

            Aunque del labio el acento

            A formularlos no alcanza,

            Desde la punta Maisí

            Hasta la orilla del Mantua;

            Desde el pico de Turquino

            A las costas de Guanaja!

            Doquier los oiga ese cielo,

            Al que otro ninguno iguala,

            Y a cuya luz, de mi mente

            Revivir siento la llama:

            Doquier los oiga esta tierra

            De juventud coronada,

            Y a la que el sol de los trópicos

            Con rayos de amor abrasa:

            Doquier los hijos de Cuba

            La voz oigan de esta hermana,

            Que vuelve al seno materno

            Después de ausencia tan larga

            Con el semblante marchito

            Por el tiempo y la desgracia,

            Mas de gozo henchido el pecho,

            De entusiasmo ardiendo el alma.

            Pero, ¡ah!, decidles que en vano

            Sus ecos le pido a mi arpa;

            Pues sólo del corazón

            Los gritos de amor se arrancan.

 

 

 

A mis hermanos muertos el 27 de noviembre

(Madrid, 1872)

José Martí    

 

    Cadáveres amados los que un día

ensueños fuisteis de la patria mía,

¡arrojad, arrojad sobre mi frente

polvo de vuestros huesos carcomidos!

¡Tocad mi corazón con vuestras manos!

¡Gemid a mis oídos!

¡Cada uno ha de ser de mis gemidos

lágrimas de uno más de los tiranos!

¡Andad a mi redor; vagad en tanto

que mi ser vuestro espíritu recibe,

y dadme de las tumbas el espanto,

que es poco ya para llorar el llanto

cuando en infame esclavitud se vive!

¡Déspota, mira aquí cómo tu ciego

anhelo ansioso contra ti conspira:

Mira tu afán y tu impotencia, y luego

ese cadáver que venciste mira,

que murió con un himno en la garganta,

que entre tus brazos mutilado expira

y en brazos de la gloria se levanta!

No vacile tu mano vengadora;

no te pare el que gime ni el que llora;

¡Mata, déspota, mata!

¡Para el que muere a tu furor impío,

el cielo se abre, el mundo se dilata!

 

 

Senos de reina

José Santos Chocano

 

    Era una reina hispana. No sé quién sería

ni cuál su egregio nombre, ni cómo su linaje.

Sólo sé la elegancia con que de su carruaje

saltó al oír a un niño que en un rincón gemía.

 

    Y dijo: “¿Por qué llora?” La tarde estaba fría

y el niño estaba hambriento... La reina abrióse el traje

y dióle el blanco seno por entre el blanco encaje

como lo hubiese hecho Santa Isabel de Hungría.

 

    Es gloria de la estirpe la que le dio su seno

a aquel infante hambriento que acaso sentiría

más tarde un misterioso dinástico derecho.

 

    Y es gloria de la estirpe porque el amor fecundo

con que la reina a un niño le dio su seno un día

fue el mismo con que España le dio su seno a un mundo.

 

 

 

 

 

Definición

Eugenio Florit

            ¡Verso! Cáliz de armonía

en cuyo fondo retrata

la luz de luna su plata,

la luz del sol su alegría.

 

            Puñadito de oro fino

que, libre de extraña roca,

el pie caminante toca

sobre el polvo del camino.

 

            ¡Verso! Luminosa escala

para besar a Julieta.

(La noche calla discreta...

se escucha el rumor de un ala)...

            El verso es como la estela

que va dejando la nave;

es el murmullo de un ave

cuando vuela.

 

            Es como rastro de oro

que dejó la estrella errante...

Es como el toque vibrante

de un clarín, alto y sonoro.

 

            El verso es eso y es más;

es un suspiro de Dios.

Es como el beso de dos

que no han de besarse más.

 

 

 

 

   

Gabriela Mistral

           La riqueza del centro de la rosa

        es la riqueza de tu corazón.

        Desátala como ella;

        su ceñidura es toda tu aflicción.

        Desátala en un canto

        o en un tremendo amor.

        No defiendas la rosa;

        ¡te quemaría con el resplandor!

 

 

 

 

 

Oración para la hora de la decisión

 MahatmaGandhi

Señor, ayúdame a decir la verdad delante de los fuertes

 y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles.

 Si me das fortuna, no me quites la razón.

 Si me das éxito, no me quites la humildad.

 Si me das humildad no me quites la dignidad.

 Ayúdame siempre a ver la otra cara de la medalla.

 No me dejes inculpar de traición a los demás por no pensar igual que yo.

 Enséñame a querer a la gente como a mí mismo y a no juzgarme como a los demás.

 No me dejes caer en el orgullo si triunfo, ni en la desesperación si fracaso.

 Más bien recuérdame que el fracaso es la experiencia que precede al triunfo.

 Enséñame que perdonar es lo más grande del fuerte y que la venganza es la señal del débil.

 Si me quitas el éxito, déjame fuerza para triunfar del fracaso.

 Si yo faltara a la gente, dame valor para disculparme y si la gente faltara conmigo dame valor para perdonar.

 Señor, si yo me olvido de ti, no te olvides tú de mí.

 

 

 

 

DESPRENDIMIENTO

                                                                     Dulce María Loynaz

Dulzura de sentirse cada vez más lejano.
Más lejano y más vago... Sin saber si es porque
las cosas se van yendo o es uno el que se va.
Dulzura del olvido como un rocío leve
cayendo en la tiniebla... Dulzura de sentirse
limpio de toda cosa. Dulzura de elevarse
y ser como la estrella inaccesible y alta,
alumbrando en silencio...

¡En silencio, Dios mío!...


 

Poema de la despedida

José Ángel Buesa

                     

                        Te digo adiós y acaso te quiero todavía

                    Quizás no he de olvidarte... Pero te digo adiós

                    No sé si me quisiste... No sé si te quería

                    O tal vez nos quisimos demasiado los dos.

               

                        Este cariño triste y apasionado y loco

                    Me lo sembré en el alma para quererte a ti.

                    No sé si te amé mucho... No sé si te amé poco,

                    Pero si sé que nunca volveré a amar así.

            

                        Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo

                    Y el corazón me dice que no te olvidaré.

                    Pero al quedarme solo... Sabiendo que te pierdo,

                    Tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.

             

                        Te digo adiós y acaso con esta despedida

                    Mi más hermoso sueño muere dentro de mí.

                    Pero te digo adiós para toda la vida,

                    Aunque toda la vida siga pensando en ti.

 

 

 

 

 

Así fue...

Luis G. Urbina

 

    Lo sentí: no fue una

separación, sino un desgarramiento;

quedó atónita el alma, y sin ninguna

luz, se durmió en la sombra del pensamiento.

Así fue: como un gran golpe

de viento en la serenidad del aire.

Ufano, en la noche tremenda, llevaba yo en la mano

una antorcha con que alumbrar mi senda

y de pronto se apagó.

La obscura asechanza del mal

y del destino extinguió así la llama y mi locura.

 

    Vi  un árbol a la orilla del camino

y me senté a llorar mi desventura.

 

    Así fue, caminante

que me contemplas con mirada absorta

y curioso semblante,

yo estoy cansado, sigue tú adelante.

Mi pena es muy vulgar y no te importa.

Amé, sufrí, gocé. Sentí el divino

soplo de la ilusión y la locura;

y me senté a llorar mi desventura.

Tuve una antorcha; la apagó

el destino a la sombra

de un árbol del camino.

 

 

 

 

 

Implacable

 

Juana de Ibarbourou

 

Yo te di el olor

de todas mis dalias y nardos en flor.

Y te di el tesoro

de las hondas minas de mis sueños de oro.

Y te di la miel

del panal moreno que finge mi piel.

¡Y todo te di!

Y como una fuente generosa y viva para tu alma fui.

 

Y tú, ¡Dios de Hierro!

ante cuyas plantas velé como un perro,

desdeñaste el oro, la miel y el olor.

¡Y ahora retornas mendigo de amor

a buscar las dalias, a implorar el oro,

a pedir de nuevo todo aquel tesoro!

Oye, pordiosero:

ahora que tú quieres, yo ahora no quiero.

 

Si el rosal florece

es ya para otro que en capullos crece.

Vete, dios de piedra,

sin fuentes, sin dalias, sin mieles, sin hiedra.

Igual que una estatua

a quien Dios bajara del plinto por fatua.

Vete, Dios de Hierro,

que junto a otras plantas se ha tendido el perro.

 

 

La última rima

                                                                                    Dulce María Borrero

 

                                        Yo he soñado en mis lúgubres noches,

                                en mis noches tristes de penas y lágrimas,

                                con un beso de amor imposible,

                                sin sed y sin fuego, sin fiebre y sin ansias.

 

                                        Yo no quiero el deleite que enerva,

                                el deleite jadeante que abrasa,

                                y me causan hastío infinito

                                los labios sensuales que besan y manchan.

 

                                        ¡Oh mi amado, mi amado imposible;

                                mi novio soñado de dulce mirada,

                                cuando tú con tus labios me beses,

                                bésame sin fuego, sin fiebre y sin ansias!

 

                                        ¡Dame el beso soñado en mis noches,

                                en mis noches tristes de penas y lágrimas,

                                que me deje una estrella en los labios

                y un tenue perfume de nardo en el alma!

 

 

           

Al Partir

Gertrudis Gómez de Avellaneda

                        ¡Perla del mar! ¡Estrella de occidente!

            ¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo

            La noche cubre con su opaco velo,

            Como cubre el dolor mi triste frente.

            ¡Voy a partir!... La chusma diligente,

            Para arrancarme del nativo suelo

            Las velas iza, y pronta a su desvelo

            La brisa acude de tu zona ardiente.

            ¡Adiós, patria feliz, edén querido!

            ¡Doquier que el hado en su furor me impela,

            Tu dulce nombre halagará mi oído!

            ¡Adiós!... Ya cruje la turgente vela...

            ¡El ancla se alza... El buque, estremecido,

            Las olas corta y silencioso vuela!

 Plegaria A Dios

                Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido)

 

                Ser de inmensa bondad, Dios poderoso:

            a vos acudo en mi dolor vehemente;

            extended vuestro brazo omnipotente,

            rasgad de la calumnia el velo odioso,

            y arrancad este sello ignominioso

            con que el mundo manchar quiere mi frente.

            Rey de los reyes, Dios de mis abuelos:

            vos sólo sois mi defensor, Dios mío;

            todo lo puede quien al mar sombrío

            olas y peces dio, luz a los cielos,

            fuego al sol, giro al aire, al Norte hielos,

            vida a las plantas, movimiento al río.

            Todo lo podéis vos, todo fenece

            o se reanima a vuestra voz sagrada;

            fuera de vos, Señor, el todo es nada

            que en la insondable eternidad perece;

            y aun esa misma nada os obedece,

            pues de ella fue la humanidad creada.

            Yo no os puedo engañar, Dios de clemencia,

            y pues vuestra eternal sabiduría

            ve al través de mi cuerpo el alma mía,

            cual del aire a la clara transparencia,

            estorbad que, humillada la inocencia,

            bata sus palmas la calumnia impía.

            Estorbadlo, Señor, por la preciosa

            sangre vertida, que la culpa sella

            del pecado de Adán; o por aquella

            madre cándida, dulce y amorosa,

            cuando envuelta en pesar, mustia y llorosa,

            siguió tu muerte como helíaca estrella.

            Mas si cuadra a tu suma omnipotencia

            que yo perezca cual malvado impío,

            y que los hombres mi cadáver frío

            ultrajen con maligna complacencia,

            suene tu voz; acabe mi existencia...

            ¡Cúmplase en mí tu voluntad, Dios mio!

 

Amor más allá de la muerte

                            Francisco de Quevedo y Villegas

 

                            Cerrar podrá mis ojos la postrera

                    sombra que me llevare el blanco día

                    y podrá desatar esta alma mía

                    hora a su afán ansioso lisonjera;

 

                            Mas no de esotra parte en la ribera

                    dejará la memoria, en donde ardía:

                    nadar sabe mi llama el agua fría,

                    y perder el respeto a ley severa.

 

                        Alma a quien todo un Dios prisión ha sido,

                    venas que humor a tanto fuego han dado,

                    médulas que han gloriosamente ardido

 

                        su cuerpo dejarán, no su cuidado;

                    serán ceniza, mas tendrá sentido;

                    polvo serán, mas polvo enamorado.       

                     

 

El Cochero

                    Gustavo Sánchez Galarraga 

 

    Por la mañana, entre bostezos, se acomoda

en el viejo pescante de su coche empolvado;

fustiga al caballejo huesoso y desmedrado,

y blasfema, si siente que resbala o se enloda.

 

    Antes, sin él no había bautizo, entierro o boda;

pero hoy el automóvil lo tiene arrinconado.

Le ha vencido el progreso y, solo, y olvidado,

hoy ya nadie le alquila, porque “pasó de moda”.

 

     Cuando cae la tarde, democráticamente

escancia en la bodega su copa de aguardiente

 y, mientras le hacen guiños burlescos las estrellas, 

 

    pensando en su fracaso, con cruel melancolía,

si él “supiera de libros”, como Kempis, diría:

“¡Todas las cosas pasan, y nosotros con ellas!

 

Horas de amor

                 Hilarión Cabrisas

 

    Te conté mis amores en un claro de luna,

mis amores enfermos de eterno soñador,

y, jinete en el blanco corcel de la Fortuna,

penetré en el palacio de tus sueños de amor.

 

    Y, ¿recuerdas el cuento de la Bella Durmiente

que en su alcázar de mármol dormida se quedó?

Yo fui el Príncipe amante que con un beso ardiente

tus dormidos y vírgenes amores despertó.

 

    Después, cruzó el fantasma silente del olvido...

Aquel amor de ensueños que te canté al oído

a otras dormidas vírgenes les he vuelto a cantar,

 

    pero en el alma guardo indeleble tu huella:

una albura de nieve, un resplandor de estrella

y unas indefinibles ansias de sollozar...

 

 

 En el Malecón

                        Agustín Acosta

 

    Tardes de retreta, tiene el Malecón

una bulliciosa dulzura discreta.                                             

La música encanta nuestro corazón

con un emotivo valse de opereta.

 

     Urde a nuestros ojos inútiles tramas

el mar, y embargaba nuestra fantasía,

en la lejanía de los panoramas

urde el panorama de la lejanía...

 

    Por el espejeante carbón de asfalto

ruedan los carruajes presurosamente;

el sol, temeroso de un lúgubre asalto,

se esconde en los rojos mantos de occidente.  

  

                                           

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