María Zambrano a cien años de su nacimiento

 

 

   El pasado 22 de abril hizo 100 años que nació, en Vélez-Málaga, María Zambrano.  Nos parece inexcusable reseñar –aunque sólo sea a grandes rasgos- la vida y obra de una mujer cuyo pensamiento filosófico floreció y dio fruto en el exilio.

 

            Nace María Zambrano el 22 de abril de 1904 y en su ciudad natal permanece hasta los cuatro años, pues en 1909, tras una breve estancia en Madrid, la familia se traslada a Segovia, donde transcurre su adolescencia. Estos años, permeados por la personalidad de Antonio Machado, amigo de su padre, Blas Zambrano, son de gran importancia en su vida.

            En 1927, ya como estudiante universitaria, asiste a las clases de José Ortega y Gasset y de Javier Zubiri en la Universidad Central de Madrid. Completa la carrera de Filosofía, asumiendo un papel de mediadora entre Ortega y algunos escritores jóvenes, como Sánchez Barbudo o J.A. Maravall. En 1931 es nombrada profesora auxiliar de la Cátedra de Metafísica en la Universidad Central y trabaja en la que va a ser su tesis doctoral: " La salvación del individuo en Spinoza", hasta el año 1936.

            Durante los años de II República conoce y estrecha su amistad con Luis Cernuda, Rafael Dieste, Ramón Gaya, Miguel Hernández, Camilo José Cela o Arturo Serrano Plaja, a través de las Misiones Pedagógicas y de otras iniciativas culturales. 

            El 14 de septiembre de 1936 María Zambrano contrae matrimonio con el historiador Alfonso Rodríguez Aldave. Poco después viaja a Chile, donde éste había sido nombrado secretario de la Embajada de la República española en Chile. Hicieron escala en La Habana, donde conoce a José Lezama Lima y pronuncia una conferencia sobre Ortega y Gasset. En 1937, el mismo día en que cae la ciudad de Bilbao, María Zambrano y su marido regresan a España; a la pregunta de por qué vuelven si la guerra está perdida, responderán: “Por eso”.

            Desde entonces y hasta el día de su salida camino del exilio, María Zambrano reside sucesivamente en Valencia y Barcelona. Su marido se incorpora al ejército, y María Zambrano colabora en defensa de la República como Consejero de Propaganda y Consejero Nacional de la Infancia Evacuada.

            El 28 de enero de 1939 cruza la frontera francesa, camino del exilio, en compañía de su madre, su hermana y el marido de ésta. Tras unas breves estancias en París y Nueva York, se dirige a La Habana, donde reencuentra a Lezama Lima, invitada por la Universidad y el Instituto de Altos Estudios e Investigaciones Científicas. De La Habana se dirige a México, donde es nombrada profesora de Filosofía en la Universidad San Nicolás de Hidalgo de Morelia, Michoacán.

            En 1943 y 1944 dicta cursos en el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de San Juan de Puerto Rico, así como en la Asociación de Mujeres Graduadas. También imparte conferencias en la Asamblea de Profesores de Universidad en el Exilio, en La Habana.

            En septiembre de 1946 María Zambrano viaja desde La Habana a París con motivo del fallecimiento de su madre, permaneciendo en esta ciudad durante los duros años de posguerra, hasta el 1 de enero de 1949.

            Desde esta fecha se traslada a La Habana, donde vivirá hasta el año 1953, impartiendo conferencias, cursos y clases particulares.

            En 1953 María Zambrano vuelve a Europa y se instala en Roma, donde vivirá hasta el año 1964, relacionándose con intelectuales italianos como Elena Croce, Elemire Zolla y Victoria Guerrini, y españoles, como Ramón Gaya, Diego de Mesa, Enrique de Rivas, Rafael Alberti y Jorge Guillén.

            En 1964 se instala en una vieja casa de campo de La Pièce, junto a un bosque del Jurà francés, lugar sin duda emparentado con la concepción extraordinaria de su libro "Claros del bosque".

            Con el artículo de J.L. Aranguren "Los sueños de María Zambrano" (Revista de Occidente, feb. 1966), se inicia un lento reconocimiento en España de la importancia de la obra de María Zambrano. Todo el año 1973 lo pasa en Roma y de 1974 a 1978 vuelve a residir en La Pièce y escribe "Claros del Bosque".

            El deterioro de su salud física es constante y, en 1978, se traslada a Ferney-Voltaire, donde permanece dos años hasta que, en 1980, se traslada a Ginebra. En ese año, a propuesta de la Colonia Asturiana en Ginebra, es nombrada Hija Adoptiva del Principado de Asturias, lo que constituyó el primer reconocimiento oficial de la Zambrano en España.

            En 1981 le es concedido el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades y el Ayuntamiento de su pueblo, Vélez-Málaga, la nombra Hija Predilecta.

            Al año siguiente, la Junta de Gobierno de la Universidad de Málaga acuerda el nombramiento de María Zambrano como Doctora "Honoris Causa".

            El 20 de noviembre de 1984, pisa de nuevo suelo español y se instala en Madrid, de donde salió en pocas ocasiones. En esta última etapa de su vida,  la actividad intelectual de María Zambrano es incansable, siendo nombrada Hija Predilecta de Andalucía el 28 de febrero de 1985.  En 1987 se constituye en Vélez-Málaga la Fundación que lleva su nombre y en 1988 le es concedido el Premio Cervantes.

            El 6 de febrero de 1991 María Zambrano fallece en Madrid, siendo enterrada en Vélez-Málaga, su pueblo natal. Por voluntad testamentaria, todo su legado documental y bibliográfico pasa a manos de la Fundación que lleva su nombre y, a finales de 1991, se crean el Archivo y la Biblioteca de la Fundación con dichos fondos que, desde la primavera de 1992, están abiertos a la consulta de los investigadores y estudiosos de la obra zambraniana de lunes a viernes y de 9 a 14 horas, siendo el acceso a los mismos libre y gratuito. Los fondos del Archivo de la Fundación María Zambrano son documentales y bibliográficos.

        Los fondos documentales están organizados en dos series fundamentales, los manuscritos, que son borradores, esquemas y notas de diversa extensión de la autora, agrupados en 509 signaturas, -buena parte de ellos inéditos- y la correspondencia, fundamentalmente recibida de autores de gran relevancia para la cultura contemporánea tales como Antonio Machado, Gabriela Mistral, León Felipe, Octavio Paz, Rafael Dieste, José Ferrater Mora, José Gaos, Jorge Guillén, Luis Cernuda, José Lezama Lima, Ramón Gómez de la Serna, Rosa Chacel, E. M. Cioran, Juan Gil-Albert, Ramón Gaya, José Bergamín, Américo Castro, Camilo José Cela, José Luis López Aranguren, Cintio Vitier, etc. La serie "correspondencia" está compuesta por unas cinco mil unidades aproximadamente. Completan los fondos documentales la serie de recortes de prensa, unas 800 fotografías, el fondo de Blas J. Zambrano y el de Araceli Zambrano.

         Los fondos bibliográficos del Archivo de la Fundación María Zambrano proceden de su biblioteca personal y están integrados por unas 3.000 monografías y unas 200 publicaciones periódicas. Las fechas extremas del fondo bibliográfico van desde finales del siglo XIX hasta la actualidad, abarcando fundamentalmente las materias de Filosofía, Teología, Historia de las Religiones, Poesía y Narrativa. Buena parte de estos fondos bibliográficos están dedicados por los autores y anotados por María Zambrano.

 

        Muchos eruditos han escrito sobre la obra de María Zambrano. De entre ellos, destacamos estas reflexiones de D. Sebastián Fenoy Gutiérrez. (Barcelona):

            Es este -el de la libertad, o su ausencia- una cuestión nuclear en el pensamiento de María Zambrano. Hasta el punto que podría decirse que la pretensión última de su obra es contribuir a un logro del completo entendimiento con la naturaleza, reconquistar nuestro lugar propio, completar nuestro ser -hoy en día en parte aplastado bajo el peso de la consciencia- ...Es libre quien sabe habérselas con las entrañas, quien conoce el auténtico valor del sueño y actúa consecuentemente "según adecuado método". Libre es, en definitiva, la persona -entendiéndose esta palabra con toda la riqueza que en nuestra pensadora posee-.   En esta cuestión Zambrano, aunque en primera instancia pudiera parecer paradójico, es deudora del pensamiento spinoziano -tal vez el más ortodoxamente racionalista-. Ni siquiera la supuesta lejanía expresiva entre una y otro autor confunde a la escritora malagueña que advierte poesía en la misma Ética more geométrico demostrata. Serán otras las posibles diferencias entre ambos en lo concerniente a lo que ahora nos ocupa. Ello sin perjudicar la inconfundible inspiración spinozista que rezuma la libertad zambraniana: "Sin parangonarme con este ejemplar humano me atrevo a decir, ya que no se trata de ser más ni menos, de haber pasado toda mi vida en esa fidelidad a lo esencial de la actitud filosófica, es decir, a la etica del pensamiento mismo, de esa ética cuya pureza dinámica encontramos en la Ética de Spinoza".

            Nuestra libertad -son palabras de Spinoza- no reside ni en cierta indiferencia, ni en cierta contingencia, sino en el modo de afirmar o de negar, de suerte que cuanto menos indiferentemente negamos o afirmamos, más libres somos. En resumidas cuentas, somos libres cuando afirmamos con conocimiento de causa, cuando nuestras acciones se derivan de nuestra propia naturaleza, cuando nuestra voluntad y la ley natural son una misma cosa.

 

            Sin embargo, consideramos que son las palabras de la autora misma las que deben llegarnos con su mensaje personal –filosófico y poético- para que mejor la conozcamos. Esta malagueña discípula de Ortega y Gasset y Xavier Zubiri escribe: “Si se hubiera de definir la democracia, podría hacerse diciendo que es la sociedad en la cual no sólo es permitido, sino exigido, el ser persona”. “Vivimos en estado de alerta, sintiéndonos parte de todo lo que acontece, aunque sea como minúsculos actores en la trama de la historia y aun en la trama de la vida de todos los hombres. No es el destino, sino simplemente comunidad -la convivencia- lo que sabemos nos envuelve: sabemos que convivimos con todos los que aquí viven y aun con los que vivieron. El planeta entero en nuestra casa. "

 

             Sobre la moral, dijo lo siguiente en artículo publicado en "La Vanguardia" el jueves 27 de enero de 1938, año en el que se instala en Barcelona hasta su exilio en enero de 1939:

 

             La moral, la moral que necesitamos, va teniendo tantas dimensiones como la vida misma. Todavía pesa sobre nosotros la larga tradición ascética, según la cual lo moral era obtenido siempre por eliminación, por vía de purificación, empleando el propio lenguaje ascético. Desde la vida se nos trasladaba a la moral dejando cosas, abandonando parte de la rica superficie del mundo, renunciando a la complejidad del ser que nos transmitía la sensibilidad, reduciendo nuestras pasiones, clarificando, mediante la lógica, nuestros pensamientos. La moral seguía, con respecto al ser humano, el mismo camino de la lógica: reducir, aclarar; en suma, abstraer.

            Moral de la purificación raramente compatible con una actividad externa, pues ella sola consumía las más profundas energías que un hombre pudiera tener. Sólo por caso excepcional era compatible esta lenta y trabajosa subida a la interior perfección, con la furia capaz de someter al mundo. La más clara expresión de que así era, la encontramos en la dualidad de vida que ya se pensara en términos griegos: vida activa y vida contemplativa; acción y teoría.

            Hija de esta dualidad es la actual lucha en que se divide el mundo. Con ser tanta la potencia del hombre, no ha sido suficiente para llevar la moral de purificación allí donde hacía más falta, o sea a lo más activo e impuro. Hoy sentimos como culpable el no haber exigido a la pureza moral la integridad de contenido humano necesario para que, a la postre, el hombre concreto de carne y hueso no se sintiera desamparado, sin más horizonte delante de sus pasiones que sus pasiones mismas; sin más ley sobre sus instintos que el crecimiento desbordado de sus exigencias. Culpa de no haber contado con la indocilidad fundamental de la fiera que el hombre alberga en su pecho; culpa "y esto es lo más irónicamente cruel" de los mejores, de quienes fueron capaces de cumplir con el riguroso programa ascético, demostrando así que era posible a los hombres el ser héroes, el ser santos.

            Suceden hoy tales cosas que nos mueven a reprochar a los mejores ejemplares de humanidad el haber ido tan lejos en su afán de perfección. Tiene tal ceño la vida, la vida de todos los días y de cada hora, que nos mueve a alzarnos en rebeldía contra lo que más admiración nos ha causado y que en años de mocedad soñamos quizá en imitar. ¿Por qué nos han sido presentados tales ejemplos de exquisitez moral, de belleza en la conducta, si luego el hombre es capaz de llegar hasta extremos inconcebibles de obscura perversión, de ciega maldad sin fondo?

            Pero, aun antes de ahora, hace ya tiempo que la rebeldía contra el mundo ideal que la tradición religiosa cristiana nos había dejado, aun a través de las ideas más alejadas de ella, se había manifestado. Rebeldía que era desesperación al ver el bello ideal imposible de realizarse, y al mundo, por su parte, cabalgando desbocado, sin freno ni dirección. Era menester ponerse en contacto con la realidad inmediata, bajar a la tierra, descubrir de nuevo el mundo, reivindicar la materia, hundirse en la vida y aceptarla sin imponerle demasiadas condiciones, sin someterla a ninguna purificación, aceptándola íntegra en toda su impureza.

            Nos lanzamos entonces a vivir y, más que con fe, con curiosidad de ver qué daría de sí la vida cuando se la entregaba a sí misma, cuando al fin ya no se la pedía que se pusiera por encima de sí misma. Ha habido una entrega a la vida inmediata sin pedirle cuentas; una aceptación sin límites de lo que ella de por sí nos ofrecía; en resumidas cuentas, una divinización de la vida espontánea, de la vida como fuerza autónoma e irresponsable. Los pensadores germanos, maestros en el delirio y en todo lo desmedido, han dado la pauta de este desvarío y se han mordido la cola teorizando la irracionalidad, justificando con un pensamiento, nunca más traidor a sí mismo, la irrefrenable violencia y, apresurados siempre en las identificaciones, identificaron sin más la vida en su plenitud con la violencia, con la fuerza sin forma y sin límite.

            Sin forma y sin cara: horrible vida, estallido de fuerza ciega en el vacío. Se llama fascismo, aunque su espantosa negrura no tiene en realidad nombre; su nombre tendría que ser el que designe a todo lo negativo, a todo lo que no es sino para destruir.

            Pero todas estas experiencias que en brevísimos años consumimos, si es que no nos consumen, nos exigen una nueva moral, más rica, más completa y total que la que nos ha llegado de la vieja y larga tradición grecocristiana. Porque hoy descubrimos que de nuevo la vida, por sí misma, nos exige una moral y no se puede mantener sin ella; al mostrársenos en todo su horror la violencia desatada, descubrimos que la vida no puede mantenerse en la irracionalidad, que el caos no es posible.

            Una necesidad de orden, de ley, de responsabilidad ante algo; una necesidad de que la moral y la razón no sean burladas, de que la fuerza, lejos de separarse del espíritu, como en la moral ascética, se le una y acompañe formando la integridad de la vida.

            En la inminencia de la muerte, bajo la negrura de un cielo amenazador, rememoramos las creencias que nos enseñaron en la infancia y pensamos: todo eso es cierto; pero no es en más allá de la vida y de la tierra; es aquí, en la tierra donde existe el infierno y la gloria; el mal y la necesidad ineludible de vencerlo. Es en la tierra y para ella, dentro de ella y bajo su horizonte, donde tenemos que crear la vida futura: la vida. El ¿hombre interior? del cristianismo no tiene que guardarse sus anhelos de perfección absoluta para un más allá, sino aquí mismo, en la tierra, volcar su fuerza moral, su capacidad transformadora, su poder luminoso contra la ciega violencia sin objeto.

            ¿Cómo no se hace esto evidente para todos los que se sienten o creen cristianos? ¿Cómo no prueban su verdadera fe lanzándose a conquistar el mundo para la razón, para la justicia? Pues si tantas veces se ha contestado por autoridades eclesiásticas con "mi reino no es de este mundo", no puede, en realidad, convencer esta respuesta, partiendo de una religión en que la caridad, o sea el no sentirse nunca desligado de lo que le ocurre al semejante, es la médula de su sentido y la más revolucionaria novedad que aportó al cansado mundo antiguo.

            Quienquiera que crea en la nobleza del hombre y de la vida, no puede abandonarla a la ciega vaciedad que quiere destruirla. Ya no es la moral, ni la razón las que se sienten amenazadas y en vías de aniquilamiento: es la vida misma. No se trata de defender a la razón y a la vieja moral con la vida, como se nos pedía, de consumir la vida en su servicio, sino al revés: es la vida la que está en mortal peligro; es a ella a la que hay que acudir para que no sucumba; es la vida la que está puesta en trance de desaparición. Y por irónica pedagogía ¿la única pedagogía eficaz parece ser la de la ironía?, es a la razón a la que tenemos que recurrir y a la moral, para que defiendan la vida, que se había querido escapar de ellas.

            Pero nada vuelve igual que estaba. El retorno de unas ideas, de unas creencias, es imposible. La razón y la moral que ahora sentimos necesarias para sacar a la vida de la obscura prisión en que se ha metido a sí misma, no puede ser la razón y la moral tradicionales, fracasadas, impotentes para haber impedido la actual sinrazón. Necesitan ser otra razón y otra moral que salven la antigua dualidad entre teoría y práctica, entre vida activa y vida contemplativa; entre pureza y fuerza. Necesitan ser una razón y una moral que se pongan en pie con invencible impulso: una razón activa, victoriosa, arrolladora; una pureza creadora, llena de fuerza, que no tema mancharse con el contacto de la realidad, que no rehuya el combate de cada día.

            Hace unos años, estos anhelos podrían parecer una postura de tantas entre las que andaban al uso. Hoy la vida nos trae en realidad, en inexorable realidad, un combate diario; un combate en el que nuestra actividad tiene que ser forzosamente moral, en que no podemos actuar de otra manera que moralmente. Bajo el cielo poblado de amenazas inmediatas de morir, no nos cabe más actividad que la moral; nuestro más íntimo fondo, en ese punto imperturbable de todo ser humano, en ese remanso de fortaleza de toda vida para afrontar en completa dignidad el más último y definitivo de los peligros. Pero esa dignidad es la que hace que la vida no sea aniquilada por la hueca desolación de la barbarie. Esa dignidad es la vida.

 

            Apreciemos ahora estas reflexiones poéticas:

 

LA PENSADORA DEL AURA

     Nacer sin pasado, sin nada previo a que referirse, y poder entonces verlo todo, sentirlo, como deben sentir la aurora las hojas que reciben el rocío; abrir los ojos a la luz sonriendo; bendecir la mañana, el alma, la vida recibida, la vida ¡qué hermosura! No siendo nada o apenas nada por qué no sonreír al universo, al día que avanza, aceptar el tiempo como un regalo espléndido, un regalo de un Dios que nos sabe, que nuestro secreto, nuestra inanidad y no le importa, que no nos guarda rencor por no ser...

     ...Y como estoy libre de ese ser, que creía tener, viviré simplemente, soltaré esa imagen que tenía de mí misma, puesto que a nada corresponde y todas, cualquier obligación, de las que vienen de ser yo, o del querer serlo.

Zambrano, M.: "Adsum", En Delirio y Destino, Madrid, Ed. Mondadori, 1989, pp. 21-22

 

  CLAROS DEL BOSQUE

     No me respondes, hermana. He venido ahora a buscarte. Ahora, no tardarás ya mucho en salir de aquí. Porque aquí no puedes quedarte. Esto no es tu casa, es sólo la tumba donde te han arropado viva. Y viva no puedes seguir aquí; vendrás ya libre, mírame, mírame, a esta vida en la que yo estoy. Y ahora sí, en una tierra nunca vista por nadie, fundaremos la ciudad de los hermanos, la ciudad nueva, donde no habrá ni hijos ni padres.

             Y los hermanos vendrán a reunirse con nosotros. Nos olvidaremos allí de esta tierra donde siempre hay alguien que manda desde antes, sin saber. Allí acabaremos de nacer, nos dejarán nacer del todo. Yo siempre supe de esa tierra. No la soñé, estuve en ella, moraba en ella contigo, cuando se creía ése que yo estaba pensando.

     En ella no hay sacrificio, y el amor, hermano, no está cercado por la muerte.  Allí el amor no hay que hacerlo, porque se vive en él.  No hay más que amor.

     Nadie nace allí, es verdad, como aquí de este modo. Allí van los ya nacidos, los salvados del nacimiento y de la muerte. Y ni siquiera hay un Sol; la claridad es perenne. Y las plantas están despiertas, no en su sueño como están aquí; se siente lo que sienten. Y uno piensa, sin darse cuenta, sin ir de una cosa a otra, de un pensamiento a otro. Todo pasa dentro de un corazón sin tinieblas. Hay claridad porque ninguna luz deslumbra ni acuchilla, como aquí, como ahí fuera.

Zambrano, M.: "Los hermanos" en La tumba de Antígona, Madrid, Ed. Mondadori, 1989, pp 79-80

 

            Y, para terminar, veamos lo que la Zambrano escribió acerca de la poesía en su España:

 

La Poesía

     ¡Una España que poseemos sin dolor y conservamos sin esperanza!... Pero, por debajo de esta España casi fantasmal, una nueva esperanza se ha ido abriendo paso en silencio y su vehículo de expresión, su forma de revelación, ha sido la poesía. En lo hondo de las entrañas de la vida española, germinaba una nueva esperanza; no era posible quedarse en la mística contemplativa de sí misma y en lucha con la desesperación; la esperanza se abría paso.

     También tenemos que renunciar a recorrer el camino descrito por esta esperanza a través de la poesía. Y es lástima, pues en la poesía se ha verificado en estos últimos años, una verdadera reintegración de España, una vuelta en sí. En ella se ha anudado la tradición española y mediante ella se ha tomado contacto con el fondo siempre vivo de la cultura popular, con eso que más o menos pedantescamente se suele llamar folklore. Ha sido el verdadero tradicionalismo, el que no ha hecho ni ha planteado problema alguno, sino que graciosamente nos ha traído a la memoria nuestras mejores voces de otras horas, nos ha alegrado e ilusionado con la rememoración de nuestro ayer, nos ha recreado con nuestro tesoro. Ha sido en realidad ponernos en comunicación de nuevo con un ayer del que habíamos quedado aislados e ignorantes. Ha sido conciencia y memoria.

     Conciencia y memoria: continuidad. Y esperanza. Y ha sido en la poesía como se ha mostrado, porque demasiado profunda y tímida, demasiado reservada, demasiado sin asidero razonable, apenas nadie le hubiese dado crédito. El pensamiento necesita razones más positivas, es decir, más hechas para acoger a algo dentro de sí, mientras que la poesía tiene por vocación acudir a cantar lo que nace y lo que nace sobre todo, en contradicción y a despecho de lo que le rodea. La poesía exige menos y ofrece más que el pensamiento; su esencia es su propia generosidad.

     La continuidad de España se ha expresado por la poesía, sin que nadie pueda ya impedirlo, pero se ha expresado igualmente por la sangre. Y la sangre también tiene su universalidad, pero sin la palabra no sería comprendida, no estaría tan corroborada. La palabra es la luz de la sangre. Y de las dos, entre las dos, mantendrán viva la continuidad del pueblo español todo lo silenciosamente que haga falta. Confiemos, sí, en que mientras exista poesía, existirá España.

 

    Hasta aquí nuestro reconocimiento al pensamiento y la obra de María Zambrano. Sólo recordaros que diversas instituciones españolas, conmemoran su centenario con actividades didáctico-poéticas.

Eliana Onetti

 

 

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