Monólogo Interior

Comentario a ALa Locura@  en la poesía cósmica de  Antonio Ramírez Fernández (por Fredo Arias de La Canal)

             Estaba chiflado porque podía soñar lo que quería al mendigar solo a través de una risa falsa que llega al límite de las fuerzas donde el canto de la carcajada se hace insolente al anhelo y al grito que simula la mentira como eterno camino de maldad conforme a ciertas situaciones lunáticas que llegan a la impronta combinación de si la imagen real no la ves sino como un pinzonte que aletea en un vacío de memoria por el temor de que la ingravidez de lo  inconsciente no llegue sino en ceguera de luz que la muerte culmina como complicada actitud en que él se encumbra por ser una situación límite a ese no ver la reali­dad en que vive iluminado con esa despreocupada enajenación que cristaliza como el hielo de un glaciar para resquebrajarse en trastornados témpanos que al llegar al mar de la conciencia no se licúan, sino que se degeneran en el aislamiento más abso­luto como si lo puro fuera insano a un rompecabezas de formas geométricas y estrelladas donde las claraboyas bailen alrededor de esa suerte que vierte en un pozo como desnuda verdad de helada toma que prisionera queda sumida en ese cubo que la fantasía marca pero que no se define con prontitud al estar desheredada de una interminable e ida fosa para que lo orante sea sombra de un desierto de pechos de dunas falseadas de gri­ses que son sueños aberrantes que la luz de los recuerdos sali­van en esa sed de confundir hechos donde el viento es solo tes­tigo de ese maníaco sentimiento de desnudez para que la idea muera herida al sol de la razón y que el destierro convierta el proyecto en doloroso delirio que el bebedizo de lo oculto le pueda desparramar solo en sueños que como espadas en alto siguen un frenético vuelo de precoz ridiculez que la histeria produce para que asina el viento a una sed que ahogue todo estado nacido en el silencio del mar donde lo absurdo es un reverbero horizonte que gotea o ventea una ardiente arena que orilla el desierto en un grito de siroco pese a que el tiempo aplana porque la quietud es un amargo vendaval que se incuba en el olvido por ciega que sea la verdad del óbito y así quemar como sombra lo que de cuerdo sueña y de loco adormece en su disparatado abandono a que sonete los quemados recuerdos que ya no son de él sino de ahogados ritos malabaristas de heridos ojos que en sangría de una herencia insensata conforman el fuego que transmita chalados monólogos para oídos sordos que falsifican la estrella que gravita en la ensangrentada luna cuyo faro... (ilumina la ventisca del dolor es esa esquizofrenia de ciegos resplandores!..

 

 

La Cruz

Sueño de Libertad

 

            El esclavo regresa al cafetal. Porta un grueso madero cruzado tras el cuello que le obliga a mirar al suelo. Es la cruz. Los brazos atados a los extremos le confieren la imagen dolo­rosa de un Cristo vivo. El capataz con su tropa le exige un paso más rápido por el lodazal mientras el látigo marca, una y otra vez, su sangrante espalda. Los perros fustigan y muerden sin piedad. La llegada a la hacienda es una fiesta, porque la cam­pana toca Aa rebato@. Habían cazado al fugitivo. El patrón le inflige un duro correctivo mientras los compañeros, hacinados en los barracones, contemplan la escena en silencio. El reo está herido de muerte. La respiración, fatigosa. De antemano, había perdonado al dueño que lo compró en una subasta pública por unas pocas monedas; también al encargado, su verdugo, y hasta al compañero que descubrió la huída.

     Desde el momento en que los perros sabuesos lo sacaron a mordidas de la ciénaga, su vida ya no era la misma. No sentía el flagelo, ni oía los gritos insultantes. La vuelta a la finca le resulta idílica. Presiente que todo va a cambiar, que será un hombre libre de cadenas, que su color ya no tiene sentido. Por eso en aquel rictus había una sonrisa...

 

_(Allí está!_ gritaron.

La jauría de perros se enracima

en el cuerpo

con dentelladas feroces,

en despellejos rojizos.

Después de aquel tañido de huída,

fue cazado sin piedad.

Desfallecido,

rota la carne y el alma,

((muere en aquel Cristo moreno

un sueño de libertad!!

Los perros patilargos

siguen ladrando

mientras el látigo surca

espaldas, piernas y brazos.

El regreso es muy penoso.

Mientras suena la campana,

las caídas menudean.

Su congoja es tan profunda

que se aprieta a las cadenas,

rosario de su pecado,

de sumisión y condena.

Llega a la Hacienda

maniatado de un madero

que soporta

sobre hombros y cabeza.

No oye la arenga del Amo

ni siente el flagelo en la piel,

el cuerpo está tumefacto,

inconsciente en la pared.

Dentro de aquel cafetal,

rodeado de algodón,

bajo un cruel destino

((muere en aquel Cristo moreno

un sueño de libertad!!

Dimas Coello

 

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