VALORES  OLVIDADOS:  JUANA  BORRERO

 

    El nombre de esta joven poetisa cubana de fines del siglo 19, que aparentemente había sido borrada del recuerdo y sepultada por la critica bajo los escombros del olvido, ha salido de entre las sombras del tiempo para hacernos sentir la emoción profunda de su intensa fuerza inspirativa. Las voces señeras del arte, que han de brillar  en definitiva, con la luz propia de su genio, alcanzan, tarde o temprano, el lugar que merecen en el firmamento donde lucirán sus méritos los que allí han de ocupar un sitio de preferencia. Juana Borrero es una de esas estrellas, que si, al principio, nubes pasajeras opacaron su brillo, después han reaparecido cual fanal deslumbrante para dejarnos oír su voz matizada de honda belleza.

    Nació en La Habana el 18 de Mayo de 1877, la segunda hija de Esteban Borrero Echeverría. Vino al mundo con una doble herencia: poética y patriótica. Su abuelo, Esteban de Jesús Borrero, poeta y dramaturgo, se destacó por su intervención en el fracasado intento insurreccional de Narciso López y al estallar la guerra de 1868 tuvo que escapar de la Isla. La Revolución lo nombró representante de la causa cubana en Nassau. Su esposa Ana Echeverría se vio obligada a mantener a la familia con una escuelita particular, en Camagüey. Durante la guerra el padre de Juana fue hecho prisionero y enviado a La Habana, donde comenzó sus estudios de medicina, al par que cultivaba la literatura, aunque sin dejar en ningún momento de abogar por la libertad de Cuba. Como parte de sus trabajos patrióticos visitó EE.UU.. dos veces: el 1891 y el 1893. En su primer viaje, acompañado por Juana, ésta conoció a Martí, que al parecer no le causó gran impresión, pues en carta a su madre, al referirse a una velada patriótica en NY. lo menciona de manera breve diciendo: “José Martí, un caballero muy simpático, cerró la velada con un discurso sobre Pujol, papá y yo”. Juana tenía entonces 14 años.

    El ambiente literario de La Habana en los años finales del siglo XIX estaba señoreado por el brillante poeta Julián del Casal, que frecuentaba y brillaba en los círculos sociales más exclusivos de la capital cubana. Escribía con prosa elegante y gozaba de gran influencia en los círculos artísticos y literarios habaneros. Casal trabó amistad con Esteban Borrero, el padre de Juana, y comenzó a frecuentar la casa de los Borrero en Puentes Grandes. Cuando Casal conoce a Juana, ella tenía solamente 12 años. Ya todos los que la rodeaban, amigos y familiares, habían advertido la precocidad de su aliento poético.

    Aficionada a la pintura obtuvo reconocimiento general por su maestría con el pincel en la mano. Según cuenta Belkis Cuza Malé en su libro “El Clavel y la Rosa”, la niña había mostrado sus dotes de pintora desde muy pequeña. En 1877 fue admitida en la Academia de Dibujo y Pintura de San Alejandro. Pero, al cabo del año y con una modesta calificación de “bueno”, al parecer desilusionada por su pobre rendimiento académico, abandonó la escuela. Entonces conoció a la profesora Dolores Desvernine, que había fundado en el Vedado una academia de pintura para señoritas, quien le comunicó a Juana todo su saber. En 1889 llegó a La Habana, procedente de Europa, Armando Menocal, pintor de éxito, que “descubrió maravillado el talento de la muchachita”.

    Julián del Casal que habría de establecer con Juana una fraternal amistad, aun cuando ésta, con su genio de arrebatada pasión, hubiera dejado crecer algo más intimo dentro de ella, nos habla de Juana, una niña de doce anos, que “más que talento ha revelado genio”. Y en una de sus crónicas, recogida en el libro “Bustos y Rimas”, esboza un retrato verbal de Juana, en prosa primero, en verso después. Explica que el retrato que va a realizar es el producto de las características físicas y espirituales de Juana, observadas por él. Admite que la  conoce personalmente, pero, sin embargo, no hace alusión a los rasgos físicos de ella, aunque sí a su genio pictórico. Y cuenta que un día que regresaba de una visita a la casa de Juana en Puentes Grandes, completó su retrato verbal, improvisando unos versos en que trataba de redondear la imagen de la joven, comenzando por la descripción de sus rasgos físicos:

“Tez de ámbar, labios rojos, pupilas de terciopelo.

Cabellera azabachada, mejillas suaves de raso.

¿Su boca? Rojo clavel quemado por el estío.

Manos que para el laurel -que alcanzar su genio aspira-

ora recorren la lira, ora mueven el pincel”. 

Y termina:

 ¡Doce años!  Mas sus facciones vela ya de honda amargura

 la tristeza prematura de los grandes corazones”.

Y agrega una frase en prosa:

“¡Ah! y también de las grandes inteligencias”.

    Julián del Casal fue un gran amigo de la poetisa en ciernes. Ella tenía

16 anos cuando él muere el 21 de octubre de 1893. Parece que la joven se sintió desolada al fallecer su gran amigo, en quien, aparentemente, no pudo avivar la llama de amor que ardía en su corazón de adolescente enamorada. En su citado libro biográfico Belis Cuza dice: “Estamos en 1894. Muerto Casal, la desdicha y la ansiedad reinaban en el ánimo de Juana. Ahora el desasosiego era su amigo más constante, su sombra”...”Si Casal había muerto, algo de su alma había partido con él.”  El poeta le habia ofrecido su amistad fraternal, pero ella no lo entendía así. Ser de pasiones absolutas, malinterpretó las galanterías de Julián. El temperamento de éste y sus raptos de amargura  lo “alejaban de Juana”..”Ella amaba al  Maestro y al hombre inventado en ratos de ocio.”  En la Introducción del volumen “Julián del Casal. Estudios críticos sobre su obra”, Esperanza Figueroa expresa textualmente: “en cuanto al episodio Juana Borrero, pertenece totalmente a las fabricaciones idealizadas de moda hacia 1930.

Juana tenia doce anos cuando Casal la conoció y era hija de su mejor amigo y médico.  Nada prueba que haya escrito “Virgen triste” pensando en ella, aunque le dedicó “Marina”, una composición descriptiva e impersonal, aparecida en “El Fígaro”, en 1892, en la que escribió expresamente “Para Juana Borrero, pintora y poetisa”.

    Pero el verdadero calvario emocional de Juana, como si se hubiera precipitado en el vórtice de un violento huracán, entró en vías de consumación al conocer al joven poeta matancero Carlos Pío Urbach. Este y su hermano Federico publicaron en 1894 un libro de poesías titulado “Gemelas” y enviaron un ejemplar del libro a la redacción de El Fígaro, dedicado a Esteban Borrero. Este pone el libro en manos de Juana. La primera parte del libro titulada “Camafeos” corresponde a Carlos. Al conocerlo personalmente, el íntimo delirio de amor y pasión que animaba a la adolescente, se desborda en torrente avasallador. El romance entre ellos no se hace esperar y Juana vuelca sus intimidades apasionadas en un delirante epistolario, que llegó a formar una impresionante colección de 230 cartas. Pero los hervores independentistas contribuyeron al fatal desenlace. Amenazada la capital por los rumores de un inminente ataque mambí, los Voluntarios de La Habana, sabedores de las actividades conspirativas de Esteban Borrero, emplazaron un cañón frente a la casa del médico-poeta y amenazaron con volar la vivienda, en caso extremo. La familia abandonó la casa y todos se embarcaron para EE.UU., estableciéndose en Cayo Hueso. Por su parte, Carlos, acuciado por el espíritu patriótico, había decidido  en contra de los deseos fervientes y las protestas inútiles de Juana, unirse a las tropas mambisas. Ella le ruega que los acompañe al exilio, pero él se limita  a darle plazos para reunirse con ella. El destino había dispuesto ya la separación definitiva de los jóvenes enamorados.

    Juana está afectada por la tuberculosis pulmonar y entre carta y carta, en medio de sus apasionados delirios amorosos, y al borde la muerte, sufre de fiebres altas, de momentos delirantes y alternativas dramáticas. Para agravar su triste condición, la fiebre tifoidea, mal que diezmaba las familias de exiliados cubanos en el Cayo, se ceba en ella y sufriendo por la separación de su amado Carlos, sucumbió a los males implacables. Dice Cuza Malé en su libro: “El martes 3 de marzo de 1896 escribió Juana su ultima carta”

 “Con cuánta tristeza tengo que decirte que no sigo bien”....Sus líneas iban matizadas esta vez por la mirada penetrante de la muerte. Seis días después murió… Faltaba sólo un día para que se cumpliera el primer aniversario de aquella noche de luna en que se conocieron”.  En su lecho de muerte dicta Juana a su hermana Elena su ultimo mensaje de amor para Carlos: unos versos delirantes, como fue todo lo suyo, que terminan así:

Oh, mi amado! !Mi amado imposible!

mi novio soñado de dulce mirada,

Cuando tú con tus labios me beses

bésame sin fuego, sin fiebre y sin ansias.

Dame el beso soñado en mis noches,

en mis noches tristes de penas y lagrimas,

que me deje una estrella en los labios

y un tenue perfume de nardo en el alma.”

    Carlos tarda en enterarse de la muerte de su querida Juana. Al saberlo, su alma estalla en sollozos irrefrenables. Y se lanza decididamente a cumplir su propio destino, uniéndose en la manigua a las huestes mambisas. Después de una breve comisión que lo trajo a EE.UU. donde pudo ser asiduo visitante durante dos meses, a la tumba de Juana, regresó a Cuba con el grado de Tte. Coronel, muriendo de extenuación, en un sitio cercano a la villa de Colón, Matanzas, el 17 de diciembre de 1897.