Elecciones en Democracia
(Marzo 2008)
Elección en términos políticos significa pura y simplemente
la opción que ejercen los ciudadanos con derecho a voto entre los componentes
que se presentan a una candidatura electoral de gobierno, que puede ser
nacional, comunitaria o municipal.
El principio electoral, que implica la soberanía popular en
su calidad de mandante, es la base fundamental de la democracia y tan antigua
como la filosofía democrática, que nació en Atenas en el siglo V a.C. aunque el
sistema de elección de magistrados surgió algo después. Las instituciones
romanas, permeadas por la civilización griega cuya tierra conquistaron, hacían
uso del sistema electoral en su Senado.
Sin embargo, los procedimientos electorales han ido
evolucionando a lo largo de los siglos hasta convertirse en un elemento
necesariamente natural dentro del ámbito gubernamental de las naciones. Cada
país, sin embargo, ha elaborado, en función de su idiosincracia y preferencias,
su propio sistema electoral, basado siempre en el principio fundamental que lo
origina: el gobierno del pueblo.
Sucede cada cuatro años en España, y en gran cantidad de
países democráticos, que se convoca a los ciudadanos a las urnas para decidir
quiénes regirán, durante un cuatrienio, los destinos de su país.
Las elecciones generales son una opción de democracia y
entrañan un derecho inalienable de los pueblos libres y también una gran
responsabilidad ciudadana porque es con mi voto, unido al voto de todos los
demás integrantes de mi nación, que los hombres y mujeres del Partido político
ganador serán investidos de “poderes por delegación”.
La masa popular delega, pues, en esos ciudadanos dedicados a
la política toda la autoridad para administrar las riquezas del país y regir los
destinos de todos.
Cuatro años son una gota de agua en el mar cuando se refieren
a la vida de un pueblo. Pero cada “gota” de cuatro años de duración debe ser
correcta y eficazmente aprovechada por los políticos electos para contribuir al
bienestar común con una gestión de gobierno que sea recta, honesta, sincera y
eficiente. De ello depende el bienestar de cada uno de nosotros, individuos
electores.
De ahí nuestra responsabilidad. Si elegimos mal, podemos
acarrear perjuicios a nuestros conciudadanos y a nuestro país; si elegimos mal,
nuestros familiares cercanos y nuestros hijos pagarán nuestro error perdiendo
calidad de vida; si elegimos mal, retrasaremos -o quizá incluso estancaremos- el
inviolable derecho del país a recorrer la vía del progreso ininterrumpido.
Es por eso que cada ciudadano, en periodo de elecciones, debe
asegurarse de que su voto sea acertado, de que su decisión sea conveniente, de
que su elección sea resultado de una reflexión adecuada; no de una empatía
(simpatía o antipatía) emocional.
Claro que es muy fácil decir todo esto, pero muy difícil
llevarlo a cabo porque los ciudadanos nunca tenemos a nuestro alcance todos los
hechos, ni todos los factores, ni todos los elementos que conforman la realidad
política.
Es muy difícil porque en la mayoría de los casos disponemos
sólo de medias verdades, o de medias mentiras, o incluso de actos de propaganda
infundiosos y mediatizados para valorar la situación real.
Es muy difícil porque la composición político-económica de
los países de nuestro mundo contemporáneo conforma un entramado inasequible a
nuestro entendimiento gracias a diversidad de factores e intereses creados,
contrapuestos y solapados.
Es muy difícil porque tenemos que superar nuestra ignorancia
sobre los secretos de estado; interpretar el lenguaje político –maestro en mucho
hablar y poco decir- leyendo entre líneas lo que se pretende ocultar; discernir
qué parte de las informaciones noticiosas son ciertas y cuáles tendenciosas y
analizar, en fin, la maraña intrincada de información que se nos da con la
oculta pero cabal intención de que en ella nos perdamos, intentando cada quien
ganarnos para sí.
Y es muy difícil porque, en realidad, no hay receta infalible
ni método fiable que nos lleve a la decisión adecuada. Especialmente cuando la
Verdad es siempre relativa y está condicionada por circunstancias. Especialmente
cuando la Mentira, como el lobo del cuento, es capaz de disfrazar su natural
esencia y aparecer como cordero. Especialmente cuando nosotros: él y tú y yo no
somos más que peones en el juego.
Y muy especialmente porque todos corremos el riesgo de perder
la fe en el libre juego democrático y la esperanza de acertar en esta
indescifrable ruleta de la gobernabilidad nacional.
Así y todo, si hemos sabido enfrentar el reto como David se
enfrentó a Goliat: con valor y coraje, sangre fría y reflexión, imparcialidad y
esperanza de futuro, ¡habremos hecho uso de nuestro derecho y... cumplido con
nuestro deber!
La buena educación
Estamos comenzando un nuevo año: 2008. ¿Qué mejor momento
para reflexionar, especialmente, sobre la educación que los niños y jóvenes
merecen y a la que tienen derecho? Porque de la buena educación que demos a
nuestra prole dependerá que en el futuro puedan o no ser una esperanza de
mejoramiento para la sociedad en que viven.
Educación,
como concepción general, es el acto de transmisión de los valores y el
conocimiento de una sociedad. Debe la educación ser la guía para el aprendizaje
de una cultura y de un comportamiento compatible con la adultez que permitan a
cada persona llenar satisfactoriamente su cometido dentro de la sociedad en que
vive.
Educación es, por lo tanto, la acción de moldear el espíritu
y esculpir el carácter, y para ello es necesario trabajar con total dedicación
en el individuo desde su más tierna infancia hasta el momento de su muerte.
Educar es tarea de los padres en primer término; de la familia toda en segundo y
de la comunidad en pleno finalmente.
La enseñanza, parte inseparable de la educación, es la
actividad que permite al maestro y al profesor o quien haga las veces de tales
(que los padres también enseñan) transmitir una serie de conocimientos que
puedan ser de utilidad al individuo en su actividad diaria. Enseñamos buenos
modales, Aritmética, Gramática, Historia, etc.
La escuela es un centro de enseñanza y NO ES POSIBLE pedir al
maestro que se convierta en educador, porque entonces no tendría tiempo para
enseñar. No pidamos “peras al olmo” porque nos quedaremos sin peras y sin
sámaras.
La función de la escuela es, por tanto, instruir las mentes y
prepararlas para los distintos tipos de actividades intelectuales necesarios en
la sociedad; incluidas la ética y la cívica. La escuela debe enseñar disciplina,
respeto y las normas de comportamiento social y tener como objetivo prioritario
el enseñar a pensar, -que es como enseñar a ser- y sembrar en el niño la semilla
del amor al estudio y al conocimiento.
El Estado, administrador de los recursos de un país o nación,
o sea, de una sociedad cuya comunidad de origen, ideas, lengua, costumbres y
principios esenciales aglutina a sus componentes, tiene el deber de garantizar
una enseñanza de calidad a todos sus ciudadanos. Este principio básico es
indiscutible.
El Estado, por tanto, tiene la obligación de proporcionar una
enseñanza pública y gratuita de calidad, garantizando que la escuela pública
satisfaga las necesidades sociales de una instrucción satisfactoriamente
uniforme y plenamente eficaz en todos los centros públicos de enseñanza. Logrado
esto, desaparecerá “per se” la preocupación existente en estos momentos en la
sociedad española con respecto a la posibilidad de escoger o no el centro de
estudios más adecuado para sus hijos, ya que todos los centros estarían
uniformemente dotados en excelencia para cumplir su función.
Para lograr estos objetivos, es absolutamente necesario que
los parámetros regidores de la enseñanza no estén a merced de los vientos
políticos; sino basados en técnicas pedagógicas eficientes y duraderas; lo que
no significa que éstas sean inmovilistas, sino que, por el contrario, sean
capaces de adecuarse a los tiempos de manera tal que provean siempre
conocimientos acordes con las necesidades reales de la sociedad.
Si tenemos centros de enseñanza dotados de cuadros
profesorales vocacionales y adecuadamente instruidos; un plan de estudios
pedagógicamente acertado y una comunidad convencida de que el rigor, la
disciplina y el esfuerzo deben ser la tónica predominante en el entorno que
relaciona magisterio y aprendizaje, habremos dotado al país de sólida base para
desarrollar el entramado educativo que una sociedad necesita para progresar
intelectualmente.
Y si, además, logramos darnos cuenta de que la enseñanza
laica, sin tintes proselitistas de ningún tipo –ni religioso ni ateo- es
perfectamente compatible y adecuada al modelo de sociedad contemporánea, se
acabará de una vez por todas la fútil discusión sobre la asignatura de religión
en las escuelas públicas. Porque la religión es una opción personal y privada,
totalmente desvinculada de la enseñanza general. Son los padres los que deben
aportar los medios para que sus hijos puedan recibir adoctrinamiento en su
confesión religiosa, y para ello tienen los recursos del ejemplo personal y
familiar y de las iglesias, que es donde mejor pueden el niño y el adolescente
imbuirse de la fe de sus mayores. “Dad al César lo que es del César y a Dios lo
que es de Dios”.
¿Y la escuela privada? Tiene ésta también su sitio en el
entramado educativo, pero debe la escuela privada cumplir fielmente con el
currículo de estudios diseñado por la enseñanza pública, de manera que sus
educandos tengan garantizada la obtención de similares conocimientos. La escuela
privada puede y debe ampliar su abanico de asignaturas, con conocimientos y
actividades que la escuela pública, por su masificación, es incapaz de ofrecer,
como la enseñanza en profundidad de idiomas extranjeros, por poner un ejemplo.
La escuela privada, porque puede seleccionar, viene a llenar un espacio
importante en el ámbito de la instrucción, ofreciendo a aquellos alumnos mejor
dotados el ambiente ideal para mejor aprovechar su tiempo y su esfuerzo.
La buena educación se mama desde la cuna, se desarrolla y
fortalece a lo largo de la infancia y la adolescencia, se consolida en la
madurez y evoluciona con cada experiencia vivida, pero necesita, como planta
delicada, del cuidado y el afán amoroso de un jardinero devoto: la sociedad en
pleno.
Del color del cristal con que se mire
(Noviembre-diciembre 2007)
Dice el diccionario de la Real Academia, como primera
acepción de la palabra libertad, que es la “facultad natural que tiene el hombre
de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de
sus actos”.
El Hombre, voluntarioso por naturaleza, ha luchado mucho a lo
largo de la historia por la libertad. Los esclavos, por su libertad personal;
los estados, por su libertad territorial; los pensadores, por su libertad de
expresión; y todos, por la libertad de credo. Podemos poner más ejemplos, pero
sería una larga lista de luchas reivindicativas y, también, ¿por qué olvidarlo?,
de crímenes cometidos en su nombre.
Hoy, a pesar de estos 21 siglos de lucha individual y social,
la libertad es en muchos sitios del mundo una entelequia y, en otros, una
utopía.
Europa Occidental, a pesar de su jactanciosa democracia y su humanismo liberal,
sufre en propia piel los forúnculos de más de un nacionalismo exacerbado; Europa
Oriental, pese a sus esfuerzos de aparente normalización democrática, continúa
bajo los efectos perversos del régimen comunista en que estuvo largamente
sumida; el Mundo Islámico es un volcán impetuoso y tiránico en inminente
erupción; África, negra e infeliz como siempre, ni siquiera soñar puede con la
libertad, demasiado enferma y hambrienta, demasiado impregnada de pequeños y
grandes odios; India y Pakistán siguen obsesionados por una festinada rivalidad
mientras sus pueblos se pudren en la miseria y la discriminación; Asia, mundo
aparte, busca hegemonía; no libertad y en América la situación, de norte a sur,
oscila entre el exceso de libertad individual y la total falta de la misma,
suprimida por dictadorzuelos de la peor calaña, la ignorancia y la miseria.
Viviendo, como vivimos, en sociedad, es imprescindible que
tomemos conciencia de que la libertad absoluta no puede existir, porque se
convertiría en depredadora de la paz. Libertad es, por tanto, un concepto que
tiene que ir necesariamente embridado por otros dos: Respeto y Derecho.
En las naciones, un buen gobierno es aquél que permite a sus
ciudadanos hacer y decir todo cuanto no se oponga a las leyes y las buenas
costumbres porque mi derecho a ser libre termina donde comienza el de mi vecino
y para afirmar mi libertad, debo respetar la de mi prójimo.
¿Tengo, pues, derecho –ejerciendo mi libertad de expresión o
de prensa- a manifestar mis ideas de forma violenta, o agresiva, o vejatoria, o
insultante, o provocadora, o desenfrenada? La respuesta de los violentos,
agresivos, y desenfrenados, acérrimos defensores de las izquierdas obsoletas y
los fanatismos acendrados, es que SÍ. El hombre equilibrado, que piensa bien y
enfrena sus malas pasiones, dirá que NO.
¿Tengo derecho –me pregunto- a utilizar mi libertad de
expresión como vehículo de sugestión y engaño; de falaz encantamiento, de
desinformación y de adoctrinamiento para incitar a otros contra el respeto que
todos nos debemos y el derecho que todos disfrutamos? La respuesta de los
malévolos, de los serviles, de los arribistas, es que SÍ. El hombre honrado y
justo, el que busca el bien común, dirá que NO.
Tú, yo, ¡nosotros! Tenemos la última palabra. Somos nosotros
los que hemos de tomar partido siguiendo –o no- el camino de la verdadera
libertad, la de todos, para beneficio de todos, respetándonos todos.
Sin embargo, ya se sabe: “En este mundo traidor / nada es
verdad ni mentira. / Todo es según el color / del cristal con que se mira”.
Decir la Primavera
(Marzo-abril, 2007)
Decir la Primavera es decir eclosión de capullo y de hoja
tierna y la inesperada riqueza de color y de fragancia y de movimiento con que
cada año nos regala la Madre Naturaleza, recordándonos la vida, renovada y
agradecida, en la ternura del nido y del cubil y de la madriguera... Es henchir
los sentidos y el espíritu de gracia y es inundar el corazón de armonía; es
recuperar esperanza y es respirar alegría... Decir la primavera es, en fin,
abrazar la luz y amar la vida y confiar en el presente y perder el temor de la
sombra y del vacío.
La ilusión es verde en clara relación directa con el
esplendor de la primavera. Decimos de un joven que está en la primavera de su
vida. Son los colores más hermosos y alegres los que definimos como
primaverales. Y es la primavera del espíritu esa época dorada y gloriosa en que
ansiamos y logramos identificarnos con el sentimiento de la felicidad.
Pero nos olvidamos de proyectar el sentido de la primavera a
todos y cada uno de los días de nuestra vida. y a todas y cada una de las
acciones que conforman nuestra existencia social. Si acometemos cada jornada con
ilusión y espontaneidad, desterrando de nuestro espíritu la pesadumbre, el
temor, la ansiedad, la frustración, y el malestar, pero también la ambición, el
egoísmo, la abulia, la avaricia y el rencor. Si pensamos y actuamos en verde,
con valerosa y enérgica dosis de ilusión, apresamos la magia de la primavera por
siempre, para siempre, en el corazón.
Y entonces, impregnada nuestra fibra sensible de esplendor,
seríamos capaces de desterrar del mundo y de la sociedad las lacras que los
deterioran. Porque construir una vida mejor es tarea de todos. Con todos y por
el bien de todos solamente podremos los hombres resolver con bien los graves
problemas sociales -éticos, morales y materiales- que nos aquejan.
Decir la primavera es abandonar actitudes negativas, de
crítica destructiva e insana y sustituirlas por un ánimo de cooperación
fraternal y positivo. Es defender con ideas las conquistas sociales y es
construir con ideas el basamento indispensable de comprensión y benevolencia
mutuos que hará posible en un futuro -no sé yo si demasiado lejano- que la
humanidad logre hacer realidad el sueño de siglos: libertad, igualdad y
fraternidad para todos.
Porque los logros o malogros de una sociedad no son solamente
resultado de los aciertos o yerros de su gobierno. Son resultado de los aciertos
o yerros de cada uno de sus componentes: los ciudadanos. Democracia significa
gobierno del pueblo. Y el pueblo gobierna cuando, con su voto acertado, escoge
para gobernarlo al equipo adecuado. Pero un pueblo sólo es capaz de gobernar, y
gobernar bien, cuando tiene claras y definidas las ideas y los conceptos, de
manera que ni las empatías personales ni los discursos demagógicos puedan
desviar su atención del bien general y común.
Una vez viajó un sabio occidental a China con el ánimo de
comprender mejor una de las civilizaciones más antiguas del mundo contemporáneo.
Se dedicó, pues, a viajar por el país acompañado de un guía. Una mañana, al
pasar por un campo roturado, vio dos campesinos que discutían acaloradamente con
tanta virulencia que temió pudieran terminar yéndose a las manos. El guía, sin
embargo, lo tranquilizó diciendo: "No tema, no se pelearán. El primero que
recurra a la violencia estaría reconociendo que no tiene la razón".
Probemos a decir la primavera, pues, con las armas de la
razón; no de la violencia, para construir, entre todos, un futuro mejor.
¿Progreso? ¿Qué progreso?
(Noviembre/diciembre 2006)
A veces me pregunto si seremos verdaderamente afortunados los humanos a quienes nos ha tocado vivir la mayor parte de nuestra vida en esta primera mitad del siglo XXI. Y no es que la vida moderna sea una mala vida, ¡no! Es, por el contrario, una época de desarrollo tecnológico insospechado hace tan sólo cincuenta años. Es una nueva era en que tenemos al alcance de nuestro bolsillo y en nuestros hogares una serie de equipos electrónicos impensables hace medio siglo. Es un fin de siglo en que la ciencia y la técnica se han puesto totalmente al servicio del hombre de a pie, haciéndole la vida más cómoda y fácil.
Sin embargo, ¿es verdaderamente esta vida -cómoda y fácil, repito- una vida mejor? Yo recuerdo, treinta o cuarenta años atrás, que la vida cotidiana se desenvolvía sin microondas y sin sofisticadas cocinas térmicas o electrónicas, pero cuando el ama de la casa encendía el fogón y ponía al fuego lento una sopa, o un potaje, o un cocido el resultado era un plato suculento por lo delicioso y lo alimenticio. Recuerdo que el cerdo llenaba la casa y la calle de un delicioso aroma inconfundible; que los pollos de la pollería se compraban vivos y el empleado de la pollería nos mataba y pelaba y troceaba el que nosotros escogiéramos en el momento, y, eso sí, todos los pollos tenían hígado y corazón ¿Y los huevos de yema naranja de tan amarillas, (`picadas del gallo’), como decían las buenas mujeres sencillas? ¿Y la carne fresca y roja de vaca o ternera que no se encogía cuando la echábamos en la sartén? ¿Y la leche que sólo estaba pasteurizada y había que hervir a diario cuando el lechero, por la mañana temprano, la dejaba a la puerta en su hermoso litro de cristal? Entonces se comía mejor o peor, según fuese el presupuesto familiar, pero, eso sí, todos los ingredientes comestibles eran auténticos, naturales y frescos. No había que pagar a precio de oro lo natural, sino, por el contrario, lo artificial.
Hoy se han vuelto las tornas. Hay casi que ser rico para poner a la mesa alimentos naturales, sin conservantes ni colorantes ¿Es esta vida, mejor?
Cuando la economía doméstica era modesta, pero no precaria, el ama de casa podía darse el lujo de utilizar los servicios de la lavandería, que recogía la ropa de cama (sábanas, colchas, mantas, edredones, etc.), sucia cada semana y la entregaba limpia y planchada cinco días después por un precio poco menos que irrisorio. Lo mismo sucedía con la tintorería si los recursos económicos lo permitían. Servicio de recogida y entrega A DOMICILIO ¿Es esta vida, mejor?
Zapatero remendón, talabartero, limpiabotas, jardinero, fontanero, electricista, pintor de brocha gorda, carpintero, albañil, etc., estaban siempre disponibles cuando hacían falta sin demora. Serios y formales, trabajaban bien y, además sus tarifas eran asequibles al bolsillo medio ¡No hacía falta empeñarse hasta el pelo para realizar una reforma en casa! ¿Es esta vida mejor?
Si el televisor o la radio se rompían, el técnico venía a repararlo en casa o se lo llevaba al taller, en el peor de los casos, sin cobrar sobretasa por el transporte ¡Y además lo arreglaba bien y rápidamente! Cierto, no teníamos video, ni películas VHS, pero en los cines podíamos ver cada semana dos películas de estreno, noticiero, documental y dibujos animados en función continua desde las 4:30 de la tarde a la medianoche; ¡y buenas obras de teatro (de autores que sabían escribir para públicos que sabían escuchar!) ¿Es esta vida, mejor?
Las páginas amarillas de la guía telefónica eran eso: una guía completa y eficaz de todo tipo de servicios ¿Han probado Uds. a buscar en las páginas amarillas una camisería a medida? Encontrarán que las camiserías están incluidas en confecciones industriales y que las tiendas incluidas en esta sección venden, pero no confeccionan camisas. Lo sé de buena tinta, porque me ha pasado a mí ¿Es esta vida, mejor?
Estos son sólo unos pocos ejemplos. Podría, si quisiera continuar hasta cansarnos y aburrirnos ¿Qué nos ha pasado? ¿Dónde está la buena vida que teníamos, menos sofisticada, menos cómoda, pero más rica en servicios cotidianos y en calidad?
Por eso me pregunto si no será hora ya de que nos detengamos en esta loca y arrolladora carrera de progreso y modernismo, volvamos atrás y recojamos muchos de los usos y buenas costumbres que, cual trastos anticuados e inservibIes, hemos ido desechando a lo largo de estos años. Progreso, sí, pero añadido a; no en lugar de cuanto bueno y agradable conformaba nuestro pasado.
Más libros y menos tele; más tertulias y menos corrillo; más eficiencia y buena voluntad en los servicios y menos afán de lucro sin contrapartida; más calidad de vida, en suma y entonces sí que podremos todos sentirnos plenamente satisfechos del progreso tecnológico de las postrimerías de nuestro siglo XX.
¡Que de nada vale el progreso a pedacitos! ¡Que progreso es un concepto existencial y por tanto atañe igualmente a la técnica y a lo social!
¡Cuando logremos asentar el progreso firmemente sobre sólidas bases de óptima convivencia social, podremos decir, llena la boca satisfacción, que esta vida sí es mejor!
REFLEXIONES A LA LUZ DE ORTEGA
(Septiembre/octubre 2006)
Allá por la primera mitad del pasado siglo XX –¡qué lejano suena eso del pasado siglo incluso para el que, como quien suscribe, nació por esas fechas!-, por esas fechas, repito, Ortega y Gasset, sentando cátedra como siempre, nos dejó esta perla: “La socialización del hombre”. Su línea de pensamiento, intemporal como la naturaleza misma del objeto de su análisis, sigue teniendo vigencia cuando discurre:
“…La existencia privada, oculta o solitaria, cerrada al público, al gentío, a los demás, va siendo cada vez más difícil… La calle se ha vuelto estentórea… El que quiera meditar, recogerse en sí, tiene que habituarse a hacerlo sumergido en el estruendo público, buzo en océano de ruidos colectivos… No se sabe cuál será el término de este proceso… Desde hace dos generaciones la vida… tiende a desindividualizarse. Todo obliga al hombre a perder unicidad y a hacerse menos compacto. Como la casa se ha hecho porosa, así la persona y el aire público –las ideas, propósitos, gustos- van y vienen a nuestro través y cada cual empieza a sentir que acaso él es cualquier otro… Hay una delicia epidémica en sentirse masa, en no tener destino exclusivo. El hombre se socializa…
La socialización del hombre es una faena pavorosa. Porque no se contenta con exigirme que lo mío sea para los demás –propósito excelente que no me causa enojo alguno-, sino que me obliga a que lo de los demás sea mío… Prohibido todo aparte, toda propiedad privada, incluso ésa de tener convicciones para uso exclusivo de cada uno… La Prensa se cree con derecho a publicar nuestra vida privada, a juzgarla, a sentenciarla. El Poder Público nos fuerza a dar cada día mayor cantidad de nuestra existencia a la sociedad. No se deja al hombre un rincón de retiro, de soledad consigo…
Ahora, por lo visto, vuelven muchos hombres a sentir nostalgia del rebaño. Se entregan con pasión a lo que en ellos había aún de ovejas. Quieren marchar por la vida bien juntos, en ruta colectiva, lana contra lana y la cabeza caída. Por eso, en muchos pueblos de Europa andan buscando un pastor y un mastín…
El odio al liberalismo no procede de otra fuente. Porque el liberalismo, antes que una cuestión de más o menos en política, es una idea radical sobre la vida: es creer que cada ser humano debe quedar franco para henchir su individual e intransferible destino.”
Valga recordar que, para Ortega, los conceptos de liberalismo y de democracia son diferentes:
“Democracia y liberalismo son dos respuestas a dos cuestiones de derecho político completamente distintas.
La democracia responde a esta pregunta: ¿Quién debe ejercer el poder público? La respuesta es: el ejercicio del Poder público corresponde a la colectividad de los ciudadanos…..
El liberalismo, en cambio, responde a esta otra pregunta: Ejerza quienquiera el Poder público, ¿cuáles deben ser los límites de éste?
La respuesta suena así: el Poder público, ejérzalo un autócrata o el pueblo, no puede ser absoluto, sino que las personas tienen derechos previos a toda injerencia del Estado. Es, pues, la tendencia a limitar la intervención del Poder público.” (El Espectador V, 1927).
Hechas estas salvedades de rigor, y dando por sentado que se me permitirá pensar -y decir sin ambages lo pensado- sin incurrir en la cólera irreflexiva o la descalificación arrebatada del lector apasionado, la coherencia de Ortega me reafirma en la convicción íntima de que es absolutamente necesario poseer una parcela intocable de mundo interior para crecer intelectual y espiritualmente. El hombre, como ser pensante, necesita de la introspección en soledad para poder conocerse y conocer a los demás. Y es de este conocimiento íntimo y relevante que fluye la capacidad de reconocerse y recrearse.
La renuncia –parcial o total- de nuestra intimidad en favor de lo público, que suele ser insustancial y baladí, resulta en merma de nuestro albedrío, en detrimento de nuestras capacidades de análisis y en deterioro de nuestro potencial creativo.
Somos seres sociales y precisamente por eso a la sociedad debemos un esfuerzo sostenido de crecimiento moral, ético y filosófico que revierta en beneficio de los demás; nunca el sacrificio de la individualidad, que es base de la creatividad.
Desdeñar “pastor y mastín”, que es como decir dueño y carcelero, es una obligación insoslayable para todo individuo responsable de su cometido social. Lo contrario es evadir esa responsabilidad, convertirse en “apagado bruto” y recomenzar la escala universal.
Cuando los pueblos, en su ignorancia o su desesperación, escogen el camino equivocado de sumisión al poder a cambio de migajas de seguridad, cuando voluntariamente depositan su presente y su futuro de libertad en manos de una “promesa fantasma de bienestar”, cuando aceptan con entusiasmo esperanzado que pondrán fin a sus privaciones por el solo hecho de denigrar su individualidad y convertirse en meros engranajes de la maquinaria social, caen, irremisiblemente, en las garras del monstruo feroz que habrá de devorarlos.
Desdichadamente, los pueblos tienen la mirada fija en el suelo que les brinda alimento y abrigo y no alzan la vista al cielo y a la luz. Por eso es tan fácil engañarlos, tan sencillo acorralarlos, tan simple utilizarlos en la consecución de fines inhumanamente autoritarios. Pero también es cierto que esos mismos pueblos son capaces, cuando hartos de yugo, de levantarse y reclamar los fueros que les corresponden por derecho propio. ¡Ésa es la luz de esperanza que alumbra la humanidad!
¿Es Educación sinónimo de Felicidad?
(Mayo/junio 2006)
D. Antonio Torres del Moral, Doctor en Derecho y en Filosofía y Catedrático de Derecho Constitucional Español, dice que "el derecho a la instrucción, que es un derecho individual, exige, para no quedar vacío de contenido, unas garantías de calidad... que tienen que proporcionar los poderes públicos con competencia para ello".
La instrucción, vista desde el punto de vista educativo, podría definirse como el caudal o cúmulo de conocimientos relacionados con la ciencia, las humanidades y el arte que se adquiere a lo largo del proceso de aprendizaje académico.
Y educación, como concepción general, es el acto de transmisión de los valores y el conocimiento de una sociedad. Debe la educación ser la guía para el aprendizaje de una cultura y de un comportamiento compatible con la adultez que permita a cada persona llenar satisfactoriamente su cometido dentro de la sociedad en que vive.
Es necesario que tengamos muy en cuenta que la educación, ciencia esencialmente social y socializadora, debe en todo momento intentar el logro de un producto (el educando) equilibrado física, intelectual y moralmente para que pueda, a su vez, revertir esa educación obtenida en beneficio del resto de la sociedad.
Es muy común en los días que vivimos que nos hablen una y otra vez de que el fin último de la educación es el de lograr un individuo feliz. ¿Es realmente así? Analicemos.
Si partimos de la base de que la felicidad es un estado de conciencia desvinculado de las condiciones materiales del individuo en sociedad, resultaría innecesaria porque, ¿quién más feliz que aquél que ignora cuanto vaya más allá de sus necesidades vitales y perentorias?
Si, por el contrario, consideramos como felicidad el conocimiento de nosotros mismos y del entorno en que nos desenvolvemos, nos encontraremos con la desoladora realidad de que, mientras más conocemos de la sociedad en que vivimos más razones nos asisten para sufrir por las inevitables deficiencias de una organización creada por los seres imperfectos que somos y que, por tanto, no adolece de injusticias, desigualdades, y hasta atrocidades manifiestas.
La educación sirve para lograr un individuo que, mediante el uso equilibrado de sus conocimientos, sus habilidades, su capacidad de raciocinio, su creatividad y sus principios éticos y morales sea capaz en todo momento de anteponer su sentido del deber y la justicia a sus intereses o inclinaciones personales cuando éstos puedan ser contrarios al bien social.
Y sirve también la educación para que esas habilidades adquiridas a través de la instrucción le proporcionen un medio de vida decoroso y mínimamente gratificante.
Un individuo correctamente educado no será por ello más feliz, pero sí podrá enfrentar en mejores condiciones los obstáculos que a lo largo de su existencia inevitablemente tendrá que salvar para subsistir y discernir con claridad.
Será entonces cuando, comprendiendo y aplicando, entenderá que la felicidad llega cuando logramos Amor y Justicia con inteligencia, tacto, disciplina y una férrea voluntad si, además, las circunstancias que rodean nuestra existencia nos lo permiten, cosa que no siempre sucede.
¡No! Educación y Felicidad no van de la mano. Recibimos la educación como derecho fundamental e inalienable de una sociedad democrática, pero la felicidad es algo intangible que cada individuo debe construirse y que, no nos engañemos, no siempre se alcanza.
Amor y perdón no son sinónimos de impunidad
(Marzo-abril 2006)
Cuando Jesús en la cruz clamó: “Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen”, ponía claramente de manifiesto su divina capacidad para apiadarse de sus angustiadores y preconizaba que el rencor y la venganza eran irreconciliables con su doctrina de paz y de amor.
Jesús crucificado pedía perdón para quienes lo torturaban hasta la muerte porque “no sabían lo que hacían” y abrió las puertas de su Cielo al ladrón que, en su última hora, pedía la salvación.
Reconozcamos que este mensaje del Nuevo Testamento, si aplicado literalmente a nuestros días, podría obligarnos espiritual y moralmente a perdonar sin condiciones las acciones malignas de nuestro prójimo y renunciar a priori, y de hecho, a la autodefensa. Poner la otra mejilla, sufrir mansamente con la esperanza de que nuestros enemigos sean tocados por la luz de la Verdad divina y truequen su odiosa ira desenfrenada en Amor, en Fraternidad, en Mansedumbre.
Yo creo sinceramente en la relatividad de las cosas, de los hechos y de las citas. Si no, ¿cómo entonces encajar en ese Jesús doliente al Jesús iracundo que azotó a los mercaderes del templo?
Y estoy razonablemente convencida de que rencor y venganza son algo completamente distinto de justicia; de que el Amor al prójimo no es sinónimo de impunidad para el criminal y de que la sociedad humana debe buscar el equilibrio de que carece –y, por ende, la paz duradera- precisamente en el sentido de la equidad y la justicia para TODOS.
Pienso, y trato de ser objetiva, que el castigo mesurado de una mala acción resulta en el respeto necesario del sujeto castigado al derecho del prójimo y que de ese respeto nace la paz social.
Haz a tu prójimo lo que quieras hagan contigo no significa libertad absoluta para lo bueno y para lo malo. Significa, por el contrario, respeto mutuo. Es de ese respeto que nos debemos y que algunos –muchos, desgraciadamente- no tienen, que se nutre el Amor.
Perdonar una mala acción no significa “borrón y cuenta nueva” si queremos verdaderamente lograr una sociedad esencialmente pacífica. Significa que, sin afán de venganza, sin rencor ni encono, estemos dispuestos al acogimiento del individuo mal-actuante una vez que haya recibido el merecido castigo de su falta siempre que la haya reconocido y demostrado verdadera voluntad de enmienda, en el seno de la sociedad.
Somos hijos del Cielo y de la Tierra y albergamos todos la capacidad de desarrollar las virtudes y de someternos a los vicios que llevamos dentro. Justicia y respeto son las bridas necesarias que previenen el desenfreno.
No puede haber Amor en los ultrajados, en los hambrientos, en los masacrados, en los discriminados, en los desfavorecidos… como no cabe el Amor en los poderosos, en los avariciosos, en los verdugos, en los discriminadores, en los abusadores…
Acabemos de una vez por todas con la iniquidad, el hambre, la estulticia… y habremos logrado el primer paso para erradicar el fanatismo, el terror, el odio y la venganza.
Ningún hombre es verdaderamente libre si carece de los medios para subvenir a sus necesidades vitales y sólo en libertad puede el hombre levantarse, trascender su materialidad y preocuparse de alimentar su intelecto con consideraciones filosóficas y su alma con sentimientos ultraterrenos.
El primer paso: justicia. Y después, todo se andará.
El Carnaval
(febrero 2006)
Sin casi darnos tiempo de reponer cuerpo y bolsillo de los excesos de las fiestas navideñas y los regalos de Reyes; sin haber sido capaces aún de recomponer el ánimo del jolgorio que tan cercano estaba todavía, se nos echó encima una nueva etapa de festividades, preludio de Cuaresma, que es igual que decir abstinencia: ¡El Carnaval!
El Carnaval es la fiesta de la carne, pagana y ritual, trasladada a nuestros días. Suele ser ocasión y excusa para cometer todo tipo de excesos, especialmente porque el disfraz y la máscara dan a buena parte de los componentes de la sociedad la oportunidad de olvidar sus inhibiciones y dar rienda suelta a sus más abstrusos instintos amparados en el anonimato. Es también la fiesta del boato y el culto a la belleza corporal representado por sus reinas, sus trajes despampanantes y sus carrozas esplendentes al igual que la época idónea para la mofa y la befa, con su Rey Momo, dios de la risa y la burla; hijo de la Noche y el Sueño, que fuera expulsado del Olimpo por la causticidad de sus burlas. Y es, por supuesto, delicia de niños y jóvenes que disfrutan unas anheladas vacaciones escolares con fiestas de disfraces, confetti, serpentina y caramelos.
Bien cierto es que, aunque las fiestas de Carnaval han tenido gran repercusión en la gran mayoría de países occidentales -recuérdense Venecia, Madrid, Barcelona, Valencia y Sevilla; Sao Paulo y Nueva Orleans, La Habana, México y Buenos Aires- , hoy por hoy, al igual que otras muchas tradiciones populares, experimentan una decadencia real debido, quizá, al cambio radical que el sistema de vida contemporáneo impone aunque aquí en España lo hayamos visto resurgir de sus cenizas como el Ave Fénix desde hace relativamente pocos años, tras mucho, muchísimo tiempo de prohibición. Hoy, son famosos los carnavales de Canarias, por su alegría derrochadora y los lujosos y extravagantes vestidos que lucen sus hermosas mujeres en los desfiles, y los de Cádiz, por sus concursos de chirigotas, entre otros..
Yo recuerdo vagamente los carnavales de mi infancia como un derroche de luz y color envuelto en la sana alegría general del pueblo entero, que se volcaba puertas afuera en carrozas y carruajes y comparsas. ¡Todos los fines de semana durante un mes entero! Las calles se poblaban de risa, jarana y manifestaciones artísticas populares, cada grupo empeñado en lograr con su creatividad y buen hacer el galardón de ser considerados los mejores en cada desfile. Y todo ello, aderezado con las exquisitas rosquillas de carnaval que los vendedores ambulantes voceaban continuamente para atraer con su pregón la atención de los niños, golosos todos, y el beneplácito de los padres, excepcionalmente complacientes en esas fechas. Recuerdo los hermosos bailes infantiles que organizaban por aquel entonces las Sociedades españolas Centro Asturiano y Centro Gallego, con magos y payasos y rifas y meriendas de las que salíamos torcido el disfraz y corrida la pintura, pero felices y ahítos de dulces y golosinas. Y recuerdo también los ríos multicolores de serpentina que, pisoteados y sucios, quedaban en las calles como mudos testigos, inservibles ya, esperando resignada e inevitablemente el golpe de la escoba del ejército de barrenderos que, de madrugada, se ocupaba afanosamente de limpiar calles y aceras, preparándolas para el siguiente día.
Hoy por hoy, sobrepasado ya el medio siglo de mi vida, confieso que estas fechas me son ajenas. Y observo, condescendiente desde mi atalaya, las idas y venidas; giros y revuelos; grandezas y miserias de mis congéneres carnavaleros que –ebrios de Carnestolendas- gozan (o fíngense a sí mismos gozar) del efímero placer que estas fiestas proporcionan.
Con los Pobres de la Tierra
(Noviembre/diciembre, 2005)
Dijo el poeta:
Con los pobres de la Tierra
quiero yo mi suerte echar.
El arroyo de la sierra
me complace más que el mar.
¿Es la pobreza una condición "sine qua non" de la sociedad? Resulta irónico, sin embargo, que Pobreza o Paupertas fuese entre los antiguos la divinidad alegórica "madre de todos los bienes" según Aristófanes e inventora de las artes según muchos. Cuenta la leyenda que, tras unirse a Paros, dios de la Abundancia, tuvo de él al Amor. Hoy, sin embargo, hablar de pobreza es para nosotros hablar de escasez, de falta.
Y al hablar de pobreza, es necesario hablar también, ¡cómo no! de caridad. Pero ante todo, tenemos que conocer y saber reconocer las diferentes clases de pobreza. Existe la pobreza material, la pobreza intelectual y la pobreza espiritual. Y la caridad, que es a la pobreza lo que el antídoto al veneno, debe saber discernir para poder aliviar.
Porque la caridad que se contenta con una lismona de moneda o pan es caridad de un hora, que palia el mal, pero no lo erradica. La verdadera caridad, la caridad positiva es la que busca el modo de eliminar la pobreza de manera radical y duradera.
Para ello, es necesario eliminar primero las otras dos pobrezas -aunque entre tanto se logre este objetivo, el reparto de pan sea necesario- porque sólo cuando el hombre es intelectualmente rico y espiritualmente fuerte logra, por sí mismo, eliminar su pobreza material.
El que es pobre de espíritu es siempre débil. Se acoquina y se encoge ante las dificultades y no sabe cómo lograr que su miedo no se traduzca en cobardía; la cobardía que lo paralizará irremisiblemente impidiéndole afrontar -y vencer- escollos y dificultades.
El que es pobre intelectualmente -entiéndase incapaz de pensar y llegar a conclusiones propias para actuar en consecuencia- carece de las herramientas imprescindibles para labrar su propio presente y, por ende, mucho menos su futuro.
Ambas pobrezas, por lo tanto, desembocan en la tercera: la pobreza material que necesita pan y monedas.
Sin embargo, no es bueno olvidar que también convive, en nuestra sociedad actual, la pobreza aparente con esa pobreza real que tan necesitada está de Caridad. Esa pobreza aparente es hija legítima del bienestar y se le reconoce por su afán consumista. El pobre aparente es aquél que puede satisfacer sus necesidades reales pero no tiene suficiente para colmar sus ambiciones innecesarias. Ese pobre lo es sólo por comparación; no en esencia. Y es, por su eterna e insaciable insatisfacción, un elemento perturbador de la paz social porque su propia infelicidad contagia el ambiente y crea malestar. Y no es cierto que sea más feliz quien más tiene; sino quien menos necesita.
Estamos inmersos en una vertiginosa carrera donde quien primero llega a la meta es quien más "tiene": más televisores, más videos, más y mejores coches, más, más, más... y no nos damos cuenta de que, en ese afán acaparador, perdemos la oportunidad de vivir.
Triunfador no es sólo el que alcanza reconocimiento, notoriedad y dinero a espuertas. También triunfa el que, anónima pero plácidamente, se dedica a "SER" espiritual e intelectualmente un "HOMBRE DE BIEN".
¡SEQUÍA!
(Julio/agosto 2005)
La Tierra, nuestra Tierra, es el único planeta conocido que está cubierto por océanos, ríos, lagos, humedales, nubes… una capa acuosa y líquida: ¡agua! La vida misma se forma, desarrolla y existe merced a la presencia de este líquido imprescindible.
Sin embargo, a pesar de la abundancia global, los seres humanos estamos teniendo problemas de escasez de agua cada vez más frecuentes, cada vez más intensos, cada vez más devastadores. Las sociedades contemporáneas están sufriendo una nueva sequía global, y ella no se debe ni a la falta de lluvias, ni al menor caudal anual de los ríos, ni a la ausencia de acuíferos. Por el contrario, los estudios climáticos muestran una tendencia al incremento de las lluvias. Los flujos fluviales se han vuelto más irregulares, pero no han disminuido. Y el balance total del agua subterránea tampoco ha cambiado significativamente.
Muchos científicos piensan que el mundo se está haciendo más húmedo y que, debido al efecto invernadero, están aumentando la evaporación y la cobertura nubosa y, por ende, las precipitaciones. Paradójicamente, en ese marco de creciente pluviosidad, las sociedades están teniendo problemas con el líquido vital: la sequía en el mundo del agua. Si bien el agua existe, no está donde se la necesita. Y cuando se la encuentra, su calidad degradada la hace inutilizable. Las regiones semiáridas están cada vez más secas. Todavía llegan las masas de aire de procedencia oceánica, cargadas de humedad, pero la ausencia de cobertura vegetal ha reducido la evapotranspiración y, por lo tanto, la formación de las nubes potencialmente productoras de lluvia durante los períodos de sequedad.
En general, se considera sequía al conjunto de condiciones climáticas que provoca un déficit pluviométrico temporal respecto a las precipitaciones estadísticamente más frecuentes en un territorio determinado. Su resultado más evidente es la disminución del agua disponible. Se trata, ante todo, de un fenómeno climático que tiene la consideración de riesgo natural por su potencialidad catastrófica, singularizado también por el hecho de que los caracteres que presenta como catástrofe se instalan lentamente y, una vez finalizado el periodo deficitario, la restauración de las condiciones estimadas como normales puede demorarse mucho.
Los científicos especulan e investigan, pero la realidad es que se desarrollan nuevos eriales cada día porque los episodios de sequía se extienden más y más en el tiempo. Los agricultores y criadores de ganados, que desde tiempos antiguos produjeron los alimentos que nutrieron a pueblos y ciudades, están pasando a ser los habitantes empobrecidos de los nuevos desiertos, que sólo originan polvo y migrantes hambrientos.
Y mientras los antiguos paisajes húmedos se secan en las zonas rurales, las grandes ciudades se dedican a vaciar o degradar los ríos, los lagos y los acuíferos. Las aguas son desviadas, acumuladas, disparejamente distribuidas y pesadamente contaminadas por los monstruos urbanos que no cesan de crecer. Se ha generado una concentración patológica de la demanda y por ende no hay suficientes recursos para satisfacerla. Precisamente, son esas mismas zonas urbanas las que más degradan el recurso. No sólo consumen mucha agua, sino que además la devuelven a los sistemas naturales en malas condiciones.
Añadamos que, al calentarse los mares, se acelera el motor climático, generando sistemas más numerosos e intensos que intensifican los procesos erosivos y las inundaciones catastróficas. Al mismo tiempo, se desecan los suelos y desaparece la húmeda película de vida que sirve de apoyo a las plantas y animales.
Podemos definir este proceso de degradación de las tierras en zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas como desertización. Y ésta ocurre en las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas donde las tierras son sumamente vulnerables, la vegetación es escasa y el clima es particularmente hostil. Estas áreas equivalen a un tercio de la superficie terrestre y están habitadas por una quinta parte de la población mundial. La desertización tiene su origen principalmente en las variaciones climáticas y las actividades humanas, pero muchas otras causas pueden interactuar para crear las condiciones que conducen a la misma.
Entre esas causas se encuentran el desplazamiento de refugiados durante los períodos de conflicto, la inapropiada utilización del suelo o gestión medioambiental y, por supuesto, los factores socioeconómicos y políticos específicos.
Las variaciones climáticas: Las temperaturas que permanecen altas durante meses provocan sequías que impiden el crecimiento de la vegetación.
Las actividades humanas: El sobrepastoreo, que elimina la cubierta vegetal que protege el suelo de la erosión; el cultivo excesivo, que desgasta el suelo; la deforestación, que destruye los árboles que ligan la tierra al suelo; las prácticas inapropiadas de irrigación, que aumentan la salinidad y, algunas veces, secan los ríos que alimentan grandes lagos. El Mar de Aral y el Lago Chad se han visto dramáticamente reducidos por esta razón.
La intensificación de las actividades humanas provoca el aumento del efecto invernadero, causando el calentamiento global. Es probable que las tierras secas sean especialmente vulnerables a los aumentos de temperatura durante el siglo XXI.
Lo triste de todo esto es que hace ya mucho tiempo que sabíamos los humanos cómo las presiones económicas pueden conducir a la sobreexplotación de la tierra, golpeando más fuertemente a los habitantes más pobres, quienes, obligados a extraer todo lo que pueden de la tierra para obtener alimentos, energía, vivienda y una fuente de ingresos, son a la vez la causa y las víctimas de la desertización. Y sabemos desde hace mucho que los modelos de comercio internacional, basados en la explotación a corto plazo de los recursos locales para la exportación, actúan contra los intereses a largo plazo de las poblaciones locales. La pobreza lleva a la desertización y ésta, a su vez, a la pobreza.
Lo triste es que, aún sin la ayuda de los medios científicos de última generación, ya nos enseñaban en la escuela que una manera simple y barata de fertilizar la tierra es preparar abono, que se convertirá en humus y regenerará la tierra con la materia orgánica; que es necesario combatir los efectos del viento construyendo barreras y estabilizando las dunas de arena con especies de plantas locales; que los árboles desempeñan diversas funciones: ayudan a fijar la tierra, actúan como cortaviento, mejoran la fertilidad de la tierra y ayudan a absorber el agua durante las fuertes lluvias; que los gases de invernadero aumentan peligrosamente con la quema de tierras y bosques y que la reforestación es indispensable para mantener la capa vegetal del suelo.
Lo triste es que, pese a que hace muchos años sabemos cuán importante es la alternancia de cultivos para permitir la recuperación de los nutrientes utilizados por las plantas, se ha acelerado la introducción del monocultivo. Y es triste tener que reconocer que el Hombre, pese a saber que la biodiversidad de la agricultura debe conservarse, dejando "respirar" al suelo durante un cierto período de tiempo, sin cultivos ni pasturas para el ganado, se hace caso omiso de ello en aras de un provecho inmediato.
Lo triste es que sabemos bien que los estilos de vida tradicionales que se practican en muchas zonas áridas ofrecen ejemplos de vida armoniosa con el medio ambiente y que el nomadismo se adaptó de una forma particular a las condiciones de las zonas áridas; moviéndose de un abrevadero a otro, nunca quedándose en la misma tierra, evitando ejercer demasiada presión sobre el medio ambiente.
Lo triste es que, sin embargo, los estilos de vida cambiantes y cada vez más proclives al sedentarismo acomodaticio y el crecimiento demográfico ejercen cada vez más presión sobre los recursos escasos y los ambientes vulnerables.
¿Qué nos pasa a las sociedades contemporáneas? ¿Acaso es que nuestra ambición desenfrenada nos impide ver que somos parte del medio ambiente? ¿Que el agua, base de la vida, de los ecosistemas, de los ciclos naturales terrestres, no es tan sólo un recurso, sino la base esencial de nuestra vida y de la vida de las generaciones venideras? ¿Que al secar los lagos, ríos y acuíferos estamos secando nuestras propias vidas; que al degradar el agua, estamos contaminando el futuro?
La sequía que estamos creando es voluntaria. El Mundo de Agua está aún aquí, pese a todo. Si recapacitamos y nos dedicamos a comprenderlo y respetarlo, todavía podremos vivir plenamente en el futuro.
Y eso no significa que retrocedamos ni que perdamos los beneficios de la vida presente. Pero no es necesario tenerlo TODO durante todo el tiempo.
Respetemos los ciclos naturales. Cedámosle a la naturaleza extensiones arboladas dentro de las ciudades en crecimiento. Persigamos y castiguemos severamente con la Ley a los desaprensivos que contaminan con vertidos incontrolados, a los avariciosos que saquean el mar, a los temerarios que destruyen el ecosistema.
¡Tenemos que reaccionar ahora! ¡Tenemos que reinsertarnos en la Madre Naturaleza y respetarla, defenderla y mimarla para asegurar nuestra propia supervivencia! ¡Hoy, y no mañana!
Eliana Onetti
En Torno al “Mes Floreal”
(Mayo/junio 2005)
Por la simple aparición del primer narciso que aquel día nos dio por plantar en el rincón más alejado del jardín; por la fragancia inenarrable de un rosal en flor, pletórico de pétalos multicolores al tiempo que de verdura; por el apenas perceptible tamiz de luminosidad que se posa en las horas, cada vez menos oscuras; y también, ¿por qué no?, por su inconstancia y su locura, mayo se hace patente. ¡Mayo! ¡Suena el nombre, que refulge! ¡Mayo!
Siempre que pensamos en el mes de mayo nos acordamos, ante y sobre todo, de la primavera, ese milagro eterno, testigo ubérrimo de fertilidad con que cada año nos sorprende la Madre Naturaleza.
Y en la madre, que es pecho caliente y refugio cariñoso y mano blanda y mirada tierna y fuente de vida y amor perenne. En la madre, que es símbolo de la transubstanciación de Eva -pan y vino- en María: piedad, ternura y sacrificio.
Y en otras cosas pensamos, ¡cómo no!, cuantas veces llega mayo con su claro verdear de hojita nueva... En la lucha de clases pensamos, y en las luchas obreras por obtener reivindicaciones sociales y laborales para los pobres de la Tierra, y quizás también en las otras luchas, las por venir, las que no se han librado todavía porque no ha nacido aún el su adalid.
¡Sí!, no nos engañemos. Cada logro social obtenido ha sido hechura de un adalid, un hombre o una mujer especiales, diferentes, dogmáticos y voluntariosos que, a pesar de los pesares, han hecho de su vida calvario. Calvario de ideal, precio neto y absoluto que, con total dejación de sus intereses personales, no les ha importado pagar. Esos hombres y mujeres son los que, con la fuerza de su pasión y su lírico entusiasmo, han arrastrado al rebaño de sufridores mansos e indolentes, sacándolos de su marasmo, guiándolos unas veces a la inmolación y otras veces al triunfo, pero siempre a la acción. Robespierre, Washington, Lincoln, Céspedes y Martí, Bolívar, Hidalgo y San Martín, Mariana Pineda, Gandhi, Cortés, Francisco de Asís, Santa Teresa de Jesús y ¿por qué no? Marx y Lenin (que no por estar equivocados al olvidar que nada bueno nace del odio y del rencor vivieron y murieron menos obsesionados por su error).
¿Y hasta cuándo esperaremos que otros nos hagan sitio bajo el sol? La fuerza, la verdadera fuerza, radica solamente en la unión. Si dejásemos de lado el egoísmo y, con generosidad pusiéramos todos y cada uno de nosotros ese “talento” que nos ha sido confiado al servicio propio y de los demás, entre todos construiríamos un mundo mejor que no puede estar basado en la envidia o el odio hacia los más favorecidos; sino en el amor y la solidaridad de los desfavorecidos que, aunando esfuerzo, pueden llegar a vivir no sólo bien; sino mejor.
El milagro de mayo puede ser el milagro de toda la humanidad. Pero no basta con desearlo. Es preciso forjarlo en el yunque del esfuerzo conjunto, sin dilapidar fuerzas en afanes ni empeños destructivos. Es necesario que cada uno de nosotros halle dentro de sí -y la transmita- la convicción de que es rentable vivir de conformidad con los principios democráticos de “Libertad, Igualdad y Fraternidad”; que peca igual contra la sociedad en que vivimos quien ve cómo otro roba, mata o simplemente atenta contra el bienestar social y nada hace por impedirlo (¿pecado de indiferencia... de insolidaridad... de falta de civismo?) que ése que comete la infracción, el delito o el crimen. Es imprescindible adecuar la vida a los principios; no los principios al medio de vida. Y es vital que la filosofía del “pelotazo” deje de causarnos subconsciente admiración... ¿o envidia? para suscitar simple y llanamente un más que merecido rechazo.
Y recordar que SIEMPRE ES MÁS BIENAVENTURADO DAR QUE RECIBIR.
EL DIA DE LOS PADRES
(Marzo-abril 2005)
Siempre decimos: “Madre no hay más que una”. Nunca, sin embargo, aplicamos la misma sentencia al padre. En honor a la verdad, la figura del padre, cabeza de familia y, hasta hace muy poco tiempo -exactamente 1975- dueño y señor de “vidas y hacienda” dentro del seno familiar por obra y gracia del Código Civil español, pasa casi inadvertida en la escala de valores míticos que nuestra sociedad aplica.
Yo confieso que, a pesar de ser mujer, todos esos tópicos al uso que no son más que generalizaciones me dejan más o menos indiferente. La realidad es que a la mujer le ha tocado siempre “bailar con la más fea” y que ese estado de cosas perdurará por mucho tiempo aún, por más que estemos ya en el tan llevado y tan traído “Tercer Milenio”.
Pero no es a la mujer, sino al hombre, al varón, que pretendo referirme porque, aunque D.H. Lawrence, autor del -en su época- escandaloso libro “El Amante de Lady Chatterley”, puso en boca de uno de sus personajes frase tan lapidaria como la que traduzco: “Los hombres deben engendrar y morir jóvenes”, entiendo que ni todos son iguales ni es justo negar “al César lo que es del César”.
Y la figura del padre -del buen padre- es conmovedora y trascendente. El Padre Celestial, el Dios de todos los cristianos, por ejemplo, se nos ofrece como un ser esencialmente justo y exigente; pero también amante y compasivo. Abraham, padre amantísimo, es ejemplo de virtud y sacrificio. El padre del Hijo Pródigo se nos revela como compendio de amor paternal y comprensión. Y José, el carpintero, padre de Jesús, es una figura decididamente aleccionadora en su generoso acogimiento de una criatura amada y protegida -aunque no engendrada- por él. Ciertamente la Virgen María, en su esplendor, opaca casi siempre la silenciosa, paciente y generosa visión de José, pero no por ello es menos espléndida su capacidad de amar, su bondad y su ejemplo de desprendimiento.
El 19 de marzo se celebra El Día del Padre en España (Día de Los Padres en América) para honrar al padre, que engendra la vida para que la madre, luego, la acoja en su seno y le permita crecer y desarrollarse.
No le ha sido otorgado a la mujer el don maravilloso de dar vida. La mujer tiene la dura y peligrosa tarea de sacarla a la luz con dolor. Sin padre no hay creación como no hay criatura sin madre. Y esa milagrosa conjunción equipara los sexos en importancia. A cada uno su misión. Y ambos, a dos, tienen el sagrado deber de convertir la criatura de los dos en hombre o mujer de bien, en ser humano cabal, en ciudadano honesto y útil a su familia y a su país.
¡Feliz Día del Padre a todos los padres y abuelos, dadores de vida, progenitores del linaje humano!
Navidad
(Diciembre 2004)
Cristiana esencia que se nutre de gentiles ritos, concita entre las gentes
falacias de alegría, arraiga en la costumbre con luces y fanfarria,
y anuncia su llegada en dispendiosa orgía de compras obligadas.
Es perentorio parecer contento aunque se estruje el corazón por dentro
cuando llegan las fechas navideñas, y el lúdico boato de manjares y licores
proclama sin rubores su imperio en las mundanas fiestas.
No hay sitio recoleto que escape a su bullicio sin recato;
la sociedad se goza en su profano orgullo y, sin remordimiento,
derrocha en vanidades fútiles los sagrados momentos.
Navidad no es eso. Es llevar el corazón desnudo y bien abierto
y es sufrir como nuestra aquella indiferencia y aquel desvalimiento;
es saber que ese Niño, Hijo del Dios nuestro, vino al mundo desnudo
y sin techo para insuflarnos compasión, humildad y amor fraterno;
no es volver la mirada; es mitigar del hermano el sufrimiento;
es sentirnos más nobles y más puros por causa del Cordero
y aspirar a una Paz verdadera que nos nazca de adentro
y se desborde en acción y en hechos para que este mundo nuestro,
por su Gracia Redentora, deje de ser ¡un infierno!
¡Paz, en esta Navidad, a todos los hombres de buena voluntad!
Eliana Onetti
La fiebre
(Noviembre de 2004)
La revista Time, en su suplemento de Otoño 2004, plantea que existe en el mundo un nuevo brote de la llamada “fiebre del lujo”. En su editorial, firmado por Kate Betts, se afirma que no es necesario ser un experto en moda o diseño –o un multimillonario- para darse cuenta de que el lujo ha invadido casi todos los aspectos de la vida diaria. Añade que a pesar de la inseguridad que se vive en el mundo, los negocios dedicados al lujo han experimentado un boom escandaloso y añade que la mayoría de los analistas coinciden en que el consumidor siente la necesidad de mimarse; sea comprando una nueva crema de belleza, o un televisor de plasma o incluso un sistema de planchado profesional. Y esta tendencia, ejemplifica el suplemento de Time, se da en todos y cada uno de los mercados contemporáneos, desde los libros hasta los electrodomésticos, pasando por los productos de belleza, la ropa, el calzado, los complementos y la arquitectura.
Todo parece reducirse a “el placer de gastar”. Sin embargo, hay otras motivaciones que subyacen en esta tendencia cuya existencia no ponemos en duda aunque la misma sea menos evidente dentro de la sociedad española debido, fundamentalmente, a que el español medio está todavía en la fase de consumo inicial: vivienda, coche y ocio son todavía los objetivos primordiales del español medio que comienza, sin embargo, a buscar ese toque de glamour que embellezca su vida, todavía de manera discreta, pero imparable.
Y no es que el válido derecho de todos a buscar el modo de disfrutar una vida mejor, más agradable y cómoda sea en sí mismo algo censurable. Por el contrario, la ambición de mejoramiento debe ser siempre ley de vida en el ser humano.
Lo preocupante es que las sociedades todas se desvivan por disfrutar sin parar mientes en sus posibilidades reales. Ello lleva al endeudamiento de la familia a través del gasto incontrolado y redunda finalmente en un perjuicio social porque se crea una ilusión de bienestar que no es real y que, más temprano que tarde, se traducirá en un empobrecimiento de la población por el efecto inflacionario que tales gastos conllevan; es decir, por el crecimiento desmesurado de los precios en relación con la capacidad adquisitiva real.
Muchos indicios apuntan a que la sociedad española comienza a padecer esta “fiebre del lujo” de que habla Time. Hace pocos días escuchamos una noticia en la que se informaba de que los niños españoles dejan, como media, de jugar a los ocho años. A partir de esa edad, sus preferencias de ocio son la televisión, el video, las videoconsolas, los ordenadores (juegos de ordenador) y los equipos sofisticados. Ya no sueñan con una bici; sino con un quad; no admiten que sus materiales escolares sean simples, sino que exigen que además estén a la moda; no piden; sino demandan enérgicamente ropa y calzado de grandes marcas internacionales que se destacan por su alto precio, etc.
Los hombres comienzan a entrar también en la vorágine consumista, no sólo con el culto al cuerpo en los gimnasios; sino también con el consumo de tratamientos de belleza y operaciones de estética.
Y las mujeres, ¡no digamos! Muchas no vacilan en imitar cuerpos esculturales de la grande y pequeña pantalla pasando por el quirófano del cirujano estético sin detenerse a pensar en las consecuencias económicas y el posible detrimento de su salud.
Cada vez más observamos casos de anorexia y bulimia tanto en hembras como varones y, en el extremo opuesto, la proliferación de casos de obesidad mórbida en jóvenes de menos de 35 años.
Vemos cómo ya no es suficiente tener un coche; sino que se prefiere un 4 x 4 –y no precisamente porque se viva en un medio rural-; no se concibe una casa sin piscina aunque la municipal esté a menos de 500 metros de la vivienda y el costo del mantenimiento de la misma sea a todas luces desorbitado en relación con su uso racional…
Y una vez atrapados en la órbita del consumo por el consumo, resulta que la vida se convierte en una desesperada lucha para obtener el dinero con que financiar esos objetos añorados que, una vez comprados, ¿tenemos el tiempo y las fuerzas para disfrutar?
No nos olvidemos de lo que nos subrayó Bertrand Russell: "El ser capaz de llenar el ocio de una manera inteligente es el último resultado de la civilización".
Eliana Onetti
El Día de la Hispanidad
(Octubre de 2004)
El 12 de octubre de cada año se celebra el Día de la Hispanidad que conmemora con regocijo y respeto la hazaña de Cristóbal Colón y sus tres carabelas: el descubrimiento del Nuevo Mundo en 1492.
En América, fue D. Hipólito Yrigoyen, presidente de Argentina desde 1916 a 1930 quien, el primer año de su mandato, y a pesar de la oposición de una mayoría que negaba la herencia colonial española, proclamó el 12 de octubre como fiesta nacional por primera vez, porque... «era aquella una herencia inmortal que debemos afirmar y mantener con jubiloso reconocimiento». Desde entonces todos los países hispanoamericanos comenzaron a conmemorar la fecha como «Día de la Raza».
En España, fue la Casa de América de Barcelona la que inició su conmemoración en 1915, pero no fue sino hasta 1917 que se instauró como fiesta nacional. Curioso que América se anticipase a España en esta celebración.
Tenía razón el presidente Yrigoyen. La gesta de Colón inició un proceso de conquista y colonización que tuvo como consecuencia la aparición de países que tienen una comunidad de ideas, de cultura, y sobre todo, de idiosincrasia: la de la raza hispana.
Durante mucho tiempo ha habido quienes pretendieran restar importancia al hecho de la influencia española en América y quitar, por tanto, mérito a España aduciendo que Cristóbal Colón no era español, sino genovés. Yo digo que poco importa cuál fue el lugar de nacimiento de este marino soñador e intrépido. Lo que sí tiene importancia es que, a pesar de la situación de la España de ese momento, empeñada en la gesta de la unificación y la expulsión de los moros, fueron los Reyes Católicos los únicos que se avinieron a emprender la aventura. No hay que olvidar que Colón había peregrinado por Italia, Francia y Portugal ofreciendo a las Cortes de los antedichos países la hegemonía de las tierras que descubriese a cambio de patronazgo económico.
‘ Tampoco tiene demasiada importancia que Fernando de Aragón, ya muerta Isabel de Castilla, se negase a pagar a Colón la recompensa acordada por su hazaña. (Todos conocemos la avaricia de Fernando y tampoco debemos olvidar el endeudamiento de las arcas reales, consecuencia de la Reconquista.)
Lo realmente importante fue que la España descubridora, la España Imperial, a diferencia de las Francia e Inglaterra imperiales, supo sembrar en sus colonias de América la semilla de la hispanidad; que los hombres y mujeres que allí fueron asentaron sus reales en la nueva tierra de manera tal que la hicieron suya y la amaron como suya enseñándole a esa nueva tierra religión, lengua, cultura y tradición; y que sus descendientes se sintieron criollos y no peninsulares de paso. Eso es lo verdaderamente importante.
En cualquier país hispanoamericano sus gentes tienen similares virtudes y parecidos defectos a los que perviven en el pueblo español, dando por sentado que hay ligeras diferencias determinadas por la. desigualdad climática, igual que un gallego y un castellano y un andaluz, aunque españoles, son diferentes porque el clima de sus regiones determinadas los remodela. Y tanto es así, que hay más puntos de comunidad y conocimiento entre un hispanoamericano y un español que entre dos hispanoamericanos de diferentes países.
Esa hispanidad es la herencia de España en América. Ésa es la hispanidad que pervive a pesar de las diferencias políticas y económicas que sentaron las bases de la independencia de las colonias. Y esas colonias, ya libres e independientes políticamente, siguieron siendo hispanas.
Lo que no sucedió con las colonias inglesas y francesas, la India y Argelia, por ejemplo, que, liberadas del yugo colonial, siguieron siendo lo que eran antes de la conquista: hindúes y musulmanes eran y son. Y los siglos de vida colonial apenas si representaron un ligero barniz en sus culturas, barniz que perdió lustre en muy pocos años, perdurando sólo la lengua, como lengua extranjera, en los estratos políticos y administrativos; nunca en el pueblo llano.
Por eso, afirmamos y defendemos los hispanoamericanos esa herencia inmortal de España, y debemos ser agradecidos.
Eliana Onetti
Día a día
Septiembre de 2004
Día sí y día también nos llegan, a través de los medios de comunicación las más intranquilizadoras noticias sobre la violencia que, desatada, nos acorrala amenazante, haciendo que nos sintamos totalmente inermes ante la certidumbre de que el peligro inevitable acecha y espera el mejor momento para ejecutar el daño.
Día sí y día también se nos informa de sucesos en el seno de la familia tales como: malos tratos a menores, golpizas y asesinatos de mujeres, abandono de ancianos –que es también una forma pasiva de violencia-, parricidios perpetrados por jóvenes y toda una etcétera de sucesos que nos ponen “los pelos de punta”.
Día sí y día también vemos y escuchamos las consecuencias sangrientas de la enajenación social, que vuelve a matar y morir por la fe, por el dogma, por la “patria” o simplemente porque sí.
Día sí y día también nos llegan las trágicas escenas de horror provocadas por las incontrolables e incontroladas fuerzas de la Naturaleza, que parece haberse contagiado de la insaciable sed de violencia humana.
Día sí y día también vemos cómo las clases políticas entretienen sus ocios en feroces diatribas y estériles discusiones, entrenando sus armas para la lucha por el poder.
Día sí y día también, ¿por qué no poner reflexión entre tanto mal, tanta saña, tanta atrocidad? Decía Aristóteles que "La sabiduría es un adorno en la prosperidad y un refugio en la adversidad".
Día sí y día también, ¿por qué no pensar como Wilde y repetirnos que "En el arte, como en el amor, la ternura es lo que da la fuerza" y que, como bien dijo Da Vinci, "La belleza perece en la vida, pero es inmortal en el arte"?
¡Y actuar en consecuencia, sin dejarnos vencer por el desaliento! Esforcémonos por poner cada día un grano de cultura que fecunde la aridez intelectual; una gota de belleza que prevalezca sobre la fealdad imperante; y, sobre todo, mucha ternura en cada cosa que hagamos para que podamos, con esa nueva fuerza, intentar la utopía de ganar un futuro en paz!
Pero, ¡no nos engañemos!, sembrando en el seno familiar y en nuestro círculo afín todo esto, lograremos, quizá, solamente abonar el terreno para la cosecha ¿próxima?
Hace falta también que las fuerzas sociales todas –y me refiero a las fuerzas sociales que detentan el poder- dejen a un lado rencillas, ambiciones y envidias para, de manera unificada, combatir violencia con justicia eficaz; enajenación con cordura y control; politiquería con honestidad verdadera.
Si día sí y día también los mejores hombres y mujeres de este mundo en que vivimos optan por sacrificar ego, bienestar y vanagloria para lograr calidad social, entonces estaremos comenzando a construir una paz justa y duradera. Entretanto, que la poesía y el arte nos ayuden a ver la realidad como debería ser para alivio de nuestras mentes y nuestras almas.
Eliana Onetti