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E. P. D.

Se nos fue en la madrugada del 11 de diciembre.

 

 

La poética de Óscar Echeverri Mejía

Hernando García Mejía

 

    Desde su primer poemario, fechado en 1942 y titulado "Destino de la voz", la vida de Óscar Echeverri Mejía (1918-2005) fue una larga y fecunda parábola de fidelidades inalterables a la poesía. Nada ni nadie lograron moverlo un solo paso de su destino. Siempre estuvo ahí, lira en mano, pajarillo en la rama interpretando la belleza del mundo.

    Poeta clásico por definición, no podía abstraerse al cultivo del soneto, en cuyo estadio, harto difícil y riesgoso, obtuvo piezas de excepción por su forma cuidada y armoniosa y por la frescura e inspiración de sus ideas.

    A pesar de lo que preconicen algunos modernistas o vanguardistas. ya es bien evidente, a propósito, que los únicos y verdaderos modernistas y vanguardistas siguen siendo los clásicos. el soneto es la gran prueba de fuego de la auténtica poesía. ¿Por qué? Por sus mismas limitaciones técnico-formales: catorce versos de once sílabas fonéticas, dos cuartetos y dos tercetos rimados entre sí. Quien logre crear dicha estructura perfecta, habitarla de una idea original y airearla de música, bien puede hacer cualquier otro milagro en poesía.

    Lo anterior lo han respaldado con creces desde los piedracielistas colombianos hasta Jorge Luis Borges, quien hizo bastantes sonetos impecables, aunque en bloque cerrado, o sea sin separar cuartetos y tercetos.

    Nuestro poeta Echeverri Mejía se sentía en el soneto como pez en el agua, tanto que, incluso, nos dio su propia fórmula, de la misma manera alegre y generosa como la señora experta en maravillas culinarias nos facilita su receta. He aquí su Fórmula del soneto:

 

Quiero saber, preguntas, el secreto

para hacer un soneto. Y yo te digo:

Coloca cuatro versos, buen amigo,

y has preparado ya el primer cuarteto.

 

Sigue mezclando como te receto,

sin que te importe lo demás un higo:

Añade, aparte, y a la par conmigo,

cuatro más, y ya está el otro cuarteto.

Los demás ingredientes son diversos:

Mezcla, también aparte, otros tres versos

y probarás así el primer terceto.

 

El segundo prepara sin mi ayuda

igual al otro, y no te quepa duda:

¡Has preparado tu primer soneto!

 

 

 Su maestría en el género era tal que bien podía darse el lujo .insólito por demás. de hacer un soneto sin siquiera tema, simplemente para jugar. Como éste:

 

Sin tema alguno, inicio este soneto

por ver si en el camino puedo hallarlo,

mas aunque ya he empezado a pergeñarlo

no encuentro el tema en el primer cuarteto.

 

Buscando aún la inspiración, me meto

en el segundo: a poco de empezarlo

veo que voy camino de acabarlo

y éste es sólo un amago de soneto.

Estando en la mitad de la jornada

no acude el tema a mi tenaz llamada

y se ha fugado ya el primer terceto.

 

En este grave punto algo me roza,

siento bullir la llama poderosa

del tema, al fin.... mas se acabó el soneto.

 

 

     Esto se llama facilidad, pero no una facilidad cualquiera sino la difícil facilidad que, a la vista del profano o del desconocedor, hace que ciertas cosas, siendo de suyo complejas, resulten, por gracia del talento creador, aparentemente al alcance de cualquiera. He ahí el gran principio universal del arte.

¿Cuántos sonetos escribió Echeverri Mejía a través de toda su vida? Innumerables. Y claro, todos medidos, pulidos, ortodoxos. Un poco al azar, vamos a releer algunos que nos gustan particularmente. .A un caracol. es, sin duda, uno de los más bellos:

 

Fruto del agua, yaces derrumbado

solitario en recóndita ribera:

¿Dónde estará la ola pasajera

que te dejó en la arena sepultado?

 

Flauta del mar, pareces agobiado

por tu carga de música ligera.

¿De dónde vienes, y qué ignota cera

tu diminuta forma ha modelado?

Tu breve espacio encierra la armonía

y el rumor de la mar, como el diamante

toda la inmensa claridad del día.

 

Tienen en ti las olas su colmena

y es tu sino de inmóvil navegante

naufragar en tu océano de arena.

 

 

     Del caracol, tan regiamente definido como flauta del mar, pasemos a la mujer en el cándido espectáculo de su desnudez, que nos recuerda a todos la magnificencia divina en lo mejor y más perfecto de la creación:

 

DESNUDO

 

Inmóvil surtidor, su cabellera

resbala por la espalda dulcemente.

Cayendo de la cima de la frente

la luz tiembla en sus ojos prisionera.

 

Arde en sus labios una quieta hoguera.

Goza el aire en sus hombros, inocente.

Florece en cada brazo, humanamente,

de la mano la rosa verdadera.

Dos cálidas colinas embellecen

el casto pecho, y en su cima ofrecen

la miel de su redonda florescencia.

 

El vientre es un remanso de purezas

y los muslos, cerradas fortalezas,

guardan su clara sombra de inocencia.

 

 

     Ahí queda, para siempre, la doncella, ofrecida al goce purísimo del ojo adorador, no violador.

    El milagro sencillamente expuesto al sol de la estética. A la mirada agradecida por algo que embellece al mundo, que alimenta la ilusión del vivir y del soñar y que presta alas y arrestos a la poesía, fuente que todo lo refleja y que nos hace amar lo bello y lo sutil, aunque a veces no lo comprendamos siquiera.

    ¿Qué tal la belleza de las metáforas? Inmóvil surtidor, su cabellera... Hallazgo sorprendente, único y lógico. Arde en sus labios una quieta hoguera... Fuego detenido, concentrado, mudamente invitador y más quemador del alma que del cuerpo... Florece en cada brazo, humanamente/ de la mano la rosa verdadera... Auténtica preciosidad. Suele darse a las manos femeninas símiles de palomas o de pájaros en vuelo. Pero lo de la mano-rosa, abierta y florecida, resulta más íntimamente poético y sugeridor. El vientre es un remanso de purezas/ y los muslos, cerradas fortalezas./ guardan su clara sombra de inocencia.. Aquí aparece la promesa implícita, casta y limpiamente insinuada. Sin ningún rastro venéreo ni erótico. La elación meramente admirativa y reconocedora.

    De tan casta pintura y definición de la doncella pasemos ahora a "La Venus del espejo" de Velázquez, que constituye la otra cara del prodigio, la de la hembra verdadera. Notemos la maestría de las pinceladas líricas que recrean, otra vez, la obra inmortal del pintor hispano:

 

No se ondula una ola pasajera

con la gracia inmortal y la infinita

cadencia de su cuerpo, que limita

con el amor y con la primavera.

 

En la cima sin par de su cadera

la forma y la pasión se han dado cita.

El pincel la soñó como Afrodita

y ella trocose en hembra verdadera.

Fluye y se queda, río de delicia.

El ojo, enamorado, la acaricia

y recrea en el aire su bosquejo.

 

La cintura se ofrece como un fruto

y el rostro verdadero, en el minuto,

huye al limbo inefable del espejo.

 

 

     Tras estos deleitosos saboreos líricos que nos presentan a la mujer desde dos ángulos distintos, el de la idealidad y el de la carnalidad, es justo hacer el tránsito obligado hacia lo divino, nuevamente con el pretexto inspirativo de una pintura de Velázquez, "El Cristo de San Plácido", que movió, incluso, el numen poderoso de don Miguel de Unamuno:

 

Nunca te vi tan libre, Jesús mío,

ni en tan dóciles clavos prisionero.

Tu cuerpo, flor divina del madero,

le da a la muerte vida y poderío.

 

No estás clavado al árbol duro y frío

sino que lo sostienes, volandero.

Sumida está en un sueño pasajero

la cabeza, delicia del rocío.

Baja en olas de sangre, de la frente,

tu cabello que el rostro transparente

oculta casi a la mirada herida.

 

Y el hombre espera al pie de tu Calvario

que despiertes del sueño milenario

para trocar su muerte por tu Vida.

 

 

    La rosa ha sido desde siempre símbolo de muchas cosas en la vida y en la poesía. Numerosos poetas la han cantado y algunos de ellos han realizado bajo su inspiración verdaderas obras maestras. Alta, esbelta, delicada, sangrante y fragante, ella es, en sí misma, símbolo no sólo de la vida, sino de la poesía. Echeverri Mejía no podía escapar a su influencia mágica, exquisitamente romántica y magnética. Prueba de ello es su "Nuevo soneto a la rosa", suma de atisbos imprevistos y concreción dichosa de quintaesencias estético-filosóficas:

 

Sube del seno de la tierra oscura

y nace en su botón la primavera.

Es savia, vuelta forma, de la era

y espejo puro de la arquitectura.

 

Su universo en que nace la tersura

refleja de la muerte la carrera:

a cambio de su vida pasajera

tiene la eternidad de su hermosura.

Todas las formas en su ser confluyen,

las vanidades nacen y concluyen

en su existencia que marchita el día.

 

Ella sabe que el aire, que es su fosa,

la llevará a vivir en otra rosa

para inmortalizar la poesía.

 

 

 

    Para no abusar más del soneto, método en el cual nuestro poeta fue un artífice preciosista, como queda congruentemente demostrado, digamos que también se lució, y no podía ser de otra manera, en el verso libre, de cuerpo ancho y honda respiración rítmica. Su poema "Lección lírica de Colombia", que quien esto escribe ha reproducido y hecho reproducir en varias ocasiones, incluso en algún texto didáctico de Español y Literatura, es de una belleza singular y constituye un canto inimitable al país, con sus ríos, sus ciudades, sus nevados y sus frutas sabrosísimas. Detengámonos un poco en este dulce apartado:

 

En los valles

el trópico prepara sus frutas: la papaya

que en su pulpa amarilla nos da el sol en tajadas;

la piña femenina de duro corazón;

la chirimoya

a cuya carne sube tembloroso el azúcar;

el mango que resume la tierra en su sabor;

la pitahaya que finge una tortuga

trepando por los muros con su carga de almíbar

y el lulo, ese pequeño universo de miel.

 

    Veamos ahora otros productos terrígenos, entresacados de la joya del poema:

 

Aquí crece el café con niñez de esmeralda

y breve juventud de uva y de cereza,

su elíxir derramado por el mundo

y el nombre de la patria

escrito en la pizarra de su jugo.

El maíz,

cuyos granos sonríen como niños

y la caña de azúcar, con su talle

doblado hacia el dulzor, igual a una mujer;

el aguacate, pera de los trópicos,

el cacao,

cuyo sabor el sol dora y acendra;

el tabaco

que destila el insomnio y da a los sueños

su cuerpo grácil construido en humo.

 

    Esta "Lección lírica de Colombia", perfecta y totalizante, serviría, por sí sola, para presentar y respaldar a cualquier poeta de verdad. Es un texto que produce envidia de la buena, que nos reconcilia con la poesía en sus más traslúcidos hontanares y nos conecta con la patria en la eficacia de sus valoraciones entrañables.

    Óscar Echeverri Mejía fue un poeta de verdad y un sonetista magistral.

 

***

Murió Oscar Echeverri Mejía

 Por Luis Mario

 

Cuando muere un poeta, un real poeta, se despide rumbo a la eternidad como cualquier mortal, pero su ausencia no se convierte en silencio de átomos, sino en voz unánime, debido a que su palabra sigue vigente en muchos oídos y canta desde muchas bocas.

Así sucede con Oscar Echeverri Mejía, que acaba de morir en su patria, Colombia, el pasado domingo 11 de diciembre, según me informa Pedro Henao Montes, un amigo común que es más que un común amigo. Nacido en Ibagué en 1918, el poeta fue secretario de la Academia Colombiana de la Lengua y Correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, así como miembro honorario de la Asociación Prometeo de Poesía de España.

Toda la familia se reunió junto a la esposa, Lourdes, para honrar póstumamente al hombre que tanto honró a los suyos y a su patria, y además de la Santa Misa se leyeron versos, bellos versos del poeta con sabor a inmortalidad.

Uno más en despedirse sin dejar de estar presente, en 1992 se cumplieron cincuenta años de lo que se dio en llamar la iniciación poética de Oscar Echeverri Mejía. Fue en Manizales, Colombia, en marzo de 1942, cuando el poeta publicó su primer libro definitorio: Destino de la voz. La suya era una voz con un destino admirable, porque a esa obra se sumaron España Vertebrada, Humo del Tiempo, Las Cuatro Estaciones, Flor de Sonetos y otros muchos títulos.

A los versos claros unió la clara prosa periodística, traducida al inglés, francés, italiano, portugués y vascuence. Cinco décadas después de su primer triunfo, Carlos Holguín Sardi, Gobernador del Valle del Cauca, le concedió la Orden al Mérito Vallecaucano “Benjamín Herrera”, en el grado de Caballero.

Echeverri Mejía fue un hombre de hogar y un poeta de familia, que es decir de Dios. A esas cualidades responde su libro Historia de la sangre, donde con una poesía excelente rescata temas que otros poetas evaden.

Escribirles a los padres propicia solidaridad y comprensión, el poeta amplía el círculo familiar al abuelo, los hijos, los hermanos, y el resultado es una poética en cuyo engranaje caben todos los amores sin que merme la calidad estética en ninguno de ellos. Cuando se tiene el don de la modernidad, no hay tema arcaico. Y así es este poeta, cuyo primer lazo familiar lo ciñe a su esposa, su “siempreviva”:

 

Tú en este viaje eres la brisa,

yo el timón que nunca descansa.

Si el brazo duda, tú lo guías,

si el mar se encrespa, tú lo calmas,

porque tú eres en mi vida

-con alma, nervios y coraje-

la Milagrosa Siempreviva.

 

Oscar Echeverri Mejía es el cantor de la sangre, de la tierra, de la virtud y de la muerte. A esta última la relaciona con los almanaques, puesto que día a día, dice: “quito la hoja que me engaña/ y hacia la luz de Dios me acerco”. Y se acerca por la vía de Jesús, cuando rotundamente evoca a “El Cristo de San Plácido” en dos tercetos lúcidos:

 

“Baja en olas de sangre, de la frente,

tu cabello que el rostro transparente

oculta casi a la mirada herida.

 

Y el hombre espera al pie de tu Calvario

que despiertes del sueño milenario

para trocar su muerte por tu vida”.

 

El poema de Oscar Echeverri Mejía “El poeta se despide de su mundo” también fue leído en sus funerales. Así, diciéndole adiós y leyendo su despedida, es la mejor forma de evocar al poeta que, como buen periodista, tuvo la gracia incuestionable de resumir en un soneto todo lo provechoso de su existencia:

 

Adiós amor que hiciste que corriera

la sangre por mis venas, ríos soñados

en cuyas aguas consulté mis hados;

niñez en que reí por vez primera.

 

Adiós árboles, flores, primavera;

ojos, labios y senos adorados;

verano, sol y lluvia; cerros, prados

que me dieron la vida verdadera.

 

Adiós lejanos mares que en sus olas

me trajeron espumas, caracolas;

aves, música, brisa, sueños, vino.

 

Dejo mi sangre en otras prolongada,

en poemas mi vida eternizada

y me confundo en el Amor Divino.

 

 

 El Espectador, Bogotá, 20 de diciembre de 2005 (edición de internet)

 

† † † Sueño sellado † † †

 

Gustavo Páez Escobar*

 

    De Medellín me llamó Hernando García Mejía a decirme que acababa de enterarse, por un artículo de Óscar Domínguez en El Nuevo Siglo, de la muerte de Óscar Echeverri Mejía. Según esa columna, que a mi turno leí en la edición dominical del citado periódico, el poeta falleció el pasado 11 de diciembre en su predio campestre “Aguasabrosa”, situado en Calima-El Darién.

 

    Desde hacía tres años no había vuelto yo a recibir correspondencia suya. En diciembre del 2002, al acusarme recibo de un libro, me ofreció remitirme copia de la nota que publicaría en un diario caleño. Ese artículo nunca me llegó. Una de sus exquisitas muestras de amistad era la de enviar a los autores los recortes de prensa donde comentaba las obras recibidas. Yo sabía que su salud venía en franco deterioro. Por supuesto, su silencio posterior lo interpreté como un signo funesto.

 

    Desde que en agosto del mismo año donó a la ciudad de Pereira su biblioteca particular, que tanto había consentido –conformada por cerca de 8.000 volúmenes–, comenzó a asaltarme el triste presagio de que el poeta se estaba despidiendo de la vida. Hizo coincidir dicho acto con los 60 años de la aparición de su primer libro, “Destino de la voz”. A pesar de no haber nacido en Pereira, sino en Ibagué (en mayo de 1918), fue llevado a aquella ciudad a los tres meses de nacido. Allí vivió hasta los 20 años, cuando sus padres se trasladaron en forma definitiva a Cali. En Pereira recibió el hálito de su inspiración poética, y siempre la consideró su cuna sentimental. 

 

    En la ceremonia de entrega de su biblioteca fue presentada su última obra: “Muerte: sueño sellado”, que recopila los poemas dedicados a la muerte en las seis décadas de su laboriosa producción. El profeta de su propio destino, maestro del soneto clásico, le dice a la parca: “No tiene ojos pero nos acecha. / Ignora el almanaque, mas la fecha / que nos asigna nunca se le olvida. / Es la derrota, mas con ella empieza / el duradero triunfo de la vida”. Y en reportaje a Óscar Domínguez le decía poco tiempo atrás: “Yo no pienso en la muerte, convivo con ella”.

 

    Su obra, representada en más de 20 volúmenes, contiene diversas facetas (la romántica, la patriótica, la telúrica, entre ellas) y está movida por una profunda  sensibilidad y un precioso lenguaje. Fuera de su libro inaugural, editado a los 24 años, su labor deja títulos de gran valía, como “Las cuatro estaciones”, “Escrito en el agua”, “Humo del tiempo”, “España vertebrada”, “La piel de la patria”, “Duelos y quebrantos”.

 

    Fue un brillante periodista cultural y un gran divulgador de las letras. Su escritura es modelo de casticidad. Con esa virtud, ejerció una cátedra ejemplar en las columnas que sobre el idioma –como jefe de relaciones públicas y miembro ilustre de la Academia Colombiana de la Lengua– escribía en diversos diarios y revistas. Como diplomático visitó a España, Méjico, Venezuela y Panamá, y como alma andariega descubrió amplios horizontes.

    Pertenecía a distintas entidades académicas y literarias de Colombia y del exterior. En 1994 el escritor y periodista español Severino Cardeñosa Álvarez le rindió espléndido tributo de admiración al recoger en edición de 400 páginas buena parte de su obra poética.

 

    “Aguasabrosa”, su reino terrenal, conoció sus horas de sosiego –y al mismo tiempo de infatigable creación– en la mejor etapa de su vida. Dicho rótulo era como una insignia ambulante de su espíritu, pues primero se lo asignó al predio rural donde residía en Buga, y al trasladarse años después a su nuevo domicilio en Calima-El Darién, con el mismo nombre bautizó esa morada. Su amor por el campo se lo transmitió su padre, quien además, como poeta elemental que era, alentó la visión literaria del futuro escritor.

 

    Ha muerto un inmenso poeta. El nombre de Echeverri Mejía entra a engrandecer el acervo cultural de la patria.

 

 

***

 

Diario de Occidente

Nota luctuosa por el deceso del soñador de Aguasabrosa

    El domingo pasado, frisando 88 años de edad, dejó de existir el poeta y escritor colombiano, Óscar Echeverri Mejía, columnista para diferentes diarios del país y del exterior, en los que escribía correcciones idiomáticas y crítica de libros. Pierden las letras y el lenguaje a uno de sus más grandes cultores.

    El maestro se distinguió por su valiosa pertenencia a destacadas entidades e instituciones:

* Fue director del Departamento de Información y Cultura del Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia.

* Miembro principal de la Junta de Censura de Cine del Ministerio de Educación Nacional de Colombia

* Diplomático en España, México, Panamá y Venezuela.

* Miembro de número de la Academia Colombiana de la Lengua, y correspondiente de la Real Academia Española.

* Miembro de la Academia Norteamericana de la Lengua Española.

* Miembro de honor del Centro de estudios de Relaciones Públicas de Colombia.

* Miembro de número de la Sociedad Bolivariana de Colombia, y de la del Paraguay.

* Miembro de la Federación Latinoamericana de Sociedades de Escritores, con sede en Caracas.

* Miembro fundador y ex presidente de la Asociación de Escritores de Colombia.

* Miembro fundador de la Casa de Poesía Jorge Isaacs.

* Miembro honorario de la Sociedad Sanmartiniana de Colombia.

* Miembro de Honor de la Fundación de Poetas Vallecaucanos.

* Miembro del Instituto O’higginiano de Colombia.

* Editor y director del suplemento Estafeta Literaria, del periódico La Paz, de Bogotá.

* Fundador, y director por diez años, de los programas radiales La voz de la Academia Colombiana de la Lengua y Cuestiones de lenguaje, y su director durante 10 años.

 

    Inició su vida literaria a los 17 años en El Diario, de Pereira; durante 10 años fue jefe de Relaciones Públicas de la Academia Colombiana de la Lengua y la representó en varios congresos internacionales.

    Obtuvo diversas condecoraciones y reconocimientos, entre ellos: diploma Maestro de poesía, otorgado en Valparaíso, Chile; Mérito civil, en el grado de comendador, en España; diploma Rubén Darío, en el grado de comendador, en Nicaragua; Mérito literario latinoamericano, en Caracas; Orden del Arriero, en Antioquia; premio Bernardo Arias Trujillo, en Risaralda; Cruz de caballero, en la Orden al Mérito Vallecaucano, en Cali; y Orden Luis Carlos González, en Pereira.

    Fue huésped distinguido del ayuntamiento de Veracruz, México; y de la Cámara Junior de Maracaibo, Venezuela; y figura en un gran número de enciclopedias y antologías colombianas y extranjeras.

    De la prolífica producción literaria del maestro quedan para la historia 27 obras publicadas en Colombia, España, Argentina, México y Venezuela: Altamar (tres ediciones), Arte poética (antología), Canciones sin palabras, Cielo de poesía, Destino de la voz (dos ediciones), Diccionario abreviado de la lengua española, Duelos y quebrantos, El paso del tiempo, El toro celtibérico, Escrito en el agua, España vertebrada, Flor de sonetos (antología), Historia de la sangre, Humo del tiempo, La llama y el espejo, La patria ilímite, La piel de la patria, La rosa sobre el muro, Las cuatro estaciones, Mar de fondo, Muerte sueño sellado, Nuestro idioma al día (dos ediciones), Rostros del amor, Señales de vida, Un autor en un libro: Guillermo Valencia, Veintiún años de poesía colombiana (antología) y Viaje a la niebla.

    Editó, además, un disco de larga duración, con poemas de las cuatro estaciones; en la voz de Eucario Bermúdez, arreglos musicales de Jaime Llano González y presentación de Roberto Burgos Ojeda; y en Televisa Radio de México, siendo cónsul general de Colombia en ese país, en su programa Yo el poeta, emitió y recreó su vida en una magistral conjugación de hechos y creación de poesías; fueron segmentos de media hora cada uno, durante cinco días consecutivos.

    De su magistral obra dan cuenta otros autores: Antología simbólica de Óscar Echeverri Mejía, selección y análisis por Fredo Arias de la Canal, Edición del Frente de afirmación hispanista (México); y Antología total (dos ediciones), selección y crítica del poeta, por Severino Cardeñoso Álvarez (Vigo, España).

 

    Una sentida voz de condolencia para su primera esposa, doña Bertha Garrido, para sus hijos Fernando y Horacio, María Constanza, Amparo y Diego; para sus hijos, en su segundo matrimonio, Felipe y Carolina; y para su esposa Lourdes Carrasco.

 

 ***

    Ayer domingo 11 de diciembre, a las cuatro de la madrugada, falleció el poeta. Por disposición de la familia, se programó todo lo necesario para su inhumación de manera rápida, y siguiendo las opiniones y gustos manifestadas por el Poeta en vida. A las nueve y media de la mañana se celebró la Santa Misa. A las diez se llevó a cabo una pequeña y sobria ceremonia para la cremación. Asistieron todos los hijos del Poeta, los familiares más cercanos, D. Pedro Henao y una tía de éste.

      Así nos describe el Sr. Henao la ceremonia:

    Amparo, una de las hijas del poeta leyó un poema escrito por un hijo de ella. Luego, leyó una carta de su sobrina y nieta del poeta. María Constanza, otra hija del poeta leyó el poema Epitafio. Tuve el honor de leer los poemas "El poeta se despide de su mundo", y "Sólo un poeta".

     La familia se despidió del poeta y recordaron muchos de los momentos pasados en su compañía. Estuvimos allí unos minutos más y nos retiramos.

     Valga recordar que el Poeta utilizó en muchas de sus actividades académicas el seudónimo de Sergio.

     Copio a continuación los poemas leídos:

 

 

EL POETA SE DESPIDE DE SU MUNDO

  

Adiós amor que hiciste que corriera

 la sangre por mis venas, ríos soñados

 en cuyas aguas consulté mis hados;

 niñez en que reí por vez primera.

 

 Adiós árboles, flores, primavera;

 ojos, labios y senos adorados;

 verano, sol y lluvia; cerros, prados

 que me dieron la vida verdadera.

 

  Adiós lejanos mares que en sus olas

 me trajeron espumas, caracolas;

 aves, música, brisa, sueños, vino.

 

  Dejo mi sangre en otras prolongada,

 en poemas mi vida eternizada

 y me confundo en el Amor Divino.

SÓLO UN POETA

 

 Si un día te preguntan, hijo mío,

 ¿Quién fue tu padre?, diles simplemente:

 daba en la mano el corazón, la frente

 siempre en alto, sin sombra de desvío.

  

Amó la mar, las rosas, el rocío,

 el lucero que viaja en la corriente,

 la luciérnaga, en fin, que de repente

 baña de luz la noche junto al río.

  

En sus ojos, que ardían como leños,

 guardaba al par imágenes y sueños.

 Vivió en el aire, igual a una cometa.

  

Amor brindóle infierno y paraíso,

 y dejó en versos todo cuanto hizo

 pues en la vida fue ¡Sólo un poeta!

 

 

EPITAFIO

  

En unos cuantos metros cúbicos de aire y noche

 poned este epitafio que es toda mi fortuna:

  

"Aquí reposa Sergio,

 señor de nube y sueños,

 quien gastó sus riquezas de amor y poesía

 hasta quedar tan limpio como esta limpia losa.

 Si algún rumor del mundo

 queréis a su retiro traerle, solamente

 dadle el del ancho mar.

 Y si osáis algún día dibujar su retrato

 decid: fue un navegante varado en tierra firme,

 buscó siempre el amor

 en las rutas incógnitas

 de la inefable rosa de los vientos.

 Creyó en la vida. Hizo de la amistad su lema.

 Su existencia fue un sueño, y a su muerte

 devolvió a Dios su alma

 y reintegró a la tierra lo que ella le había dado:

 un efímero nombre

 y un puñado de huesos".

 

Oscar Echeverri Mejía

 (1918-2005)

 

 

 

LA VENUS DEL ESPEJO

 

    No se ondula una ola pasajera

con la gracia inmortal y la infinita

cadencia de su cuerpo, que limita

con el amor y con la primavera.

 

        En la cima sin par de su cadera

    la forma y la pasión se han dado cita.

    El pincel la soñó como Afrodita

    y ella trocose en hembra verdadera.

 

            Fluye y se queda, río de delicia.

        El ojo, enamorado, la acaricia

        y recrea en el aire su bosquejo.

 

                La cintura se ofrece como un fruto

            y el rostro verdadero, en el minuto,

            huye al limbo inefable del espejo.

 

 

 

 

LA POESÍA, "JARDÍN SUMERGIDO"

 

    Cada vez que recibo un libro de poemas del salvadoreño David Escobar Galindo siento el mismo asombro de quien se encuentra, de repente, un diamante o una esmeralda. Eso, exactamente, me ha pasado hoy al recibir el libro suyo, titulado «El Jardín Sumergido» (1). Es el volumen 5 de la colección "Toda la Poesía".

    El propio Escobar Galindo ha escrito que "todos los poemas fueron escritos durante la primera mitad de 1997, especialmente en París; desde mi habitación del hotel, sede principal de la Unesco, florecieron muchas sensaciones. Por las fructuosas y recónditas tierras de Normandía viví con anticipo de ilusión algunos de estos alientos poéticos. Y el soneto, siempre el soneto. No tengo intención de saber por qué, ni cómo, ni cuándo. Acaso por ser hoy joya infrecuente se me ha prendido más en los estambres de la conciencia. Si es así, enhorabuena".

    Ya en casos pasados, a través de lecturas de la poesía de David, yo había hecho algunas acotaciones no sólo a la frecuencia con que él escribe bellísimos sonetos, sino por la perfección y oportunidad de ellos. Yo he sido igualmente fiel amante del soneto, y por eso puedo opinar acertadamente sobre el  tema.

    Siempre noté que David es un sonetista perfecto y lo tiene incrustado, en el mejor sentido, en su lírica. David es, a más de profesor universitario, colega mío, como miembro muy destacado que es de la Academia Salvadoreña de la Lengua. Además de nuestras afinidades lingüísticas, por sus versos veo que tenemos otras felices coincidencias. Creo que él, como yo, vive en el campo: por esa razón es un enamorado de la poesía, de su esposa y de la pintura. Los títulos de algunos de sus libros dicen mucho acerca de su vida particular: «Cornamusa» (1975), «Jarros de humedad» (1998), «El Jardín Sumergido» (1997). Copiemos, aquí y allá, de este libro: "Que el año te acompañe y no se canse / de mirarte oficiando los colores". "Concluida aquella tarde la jornada, / subí al jardín, en cotidiano rito, / para que la fatiga no me invada". "Porque el aroma tuyo, ahora mío, / hace que el corazón  ciego de audacia  / ya ni por su áurea música pregunte". "Aunque acaso será porque comprendo / que en penuria de luz sigo viviendo / mientras hable tu ausencia en el rocío".

(1) David Escobar Galindo: «El Jardín Sumergido». Colección "Toda la Poesía", Tomo 5. Imprenta Offset Ricaldone. San Salvador, República de El Salvador, Marzo 2001. 122 páginas.

 

 

 

ENVÍOS LITERARIOS

 

 

    Un poco retirado de mis últimos achaques, he tenido la ventaja de recibir continuamente los libros y las revistas que me envían mis amigos de vieja data. Enumeraré algunos, dándoles las gracias a sus remitentes y autores:

La Asociación Literaria Calíope, de Madrid, publica variedad de libros de poetas y ensayistas, amén de sus ya célebres antologías: Hace poco me llegó la titulada «Entre Nosotros», que se inicia con este sabio epígrafe de Luis Muñoz Marín: "La lengua es la respiración del espíritu". Este volumen, de 84 páginas, trae un escogido grupo de autores de España, México, Cuba, Nicaragua, Estados Unidos, República Dominicana. En su "Poema postrero", exclama el nicaragüense Orlando Tijerino: "...¡habrá para formar el hermoso poema postrero/ que se salve!".

    Eliana Onetti, alta dirigente y eminente poetisa, culmina así su poema "Prosopografía": "Son silenciosos/ conmovedores como un reencuentro".

    Entusiasma que en medio de tanto afán de silenciar la cultura literaria haya empresas como "Calíope" interesadas de modo tan evidente por la difusión de la poesía.

 

ME AMAS, LUEGO EXISTO

 

            Esperarte, esperar, desesperar...

    El temor de que en mí no estés pensando

    y que desaparezca si -callando-

    cierras tu mente y dejas de pensar.

 

                Pierdo mi ser si tratas de olvidar,

        respiro porque sé que estás mirando

        mi recuerdo. Revivo sólo cuando

        reapareces, y dejo de esperar.

 

                        Late mi corazón en tu costado

                y si duermes lo dejas enclavado

                en el olvido, como un nuevo Cristo.

 

                                Mientras bajo tu piel voy buceando

                        y sólo por tu aliento respirando

                        pienso, amor, que me amas ¡luego existo!

 

 

 

MI MADRE

 

Mi madre es tierna igual que el alba.

Por ella supe yo del cielo,

de la belleza de las cosas,

del tibio sitio del ensueño

y de la luz de la esperanza.

En su regazo siempre tierno

yo conocí la dulcedumbre

y el agua pura del consuelo.

 

(Ella me dio desde un principio

la miel del canto, sin saberlo).

 

Como si oyera un piano lejos

rememoro mi infancia ida

y a mi adorada madre veo

como el lirio al borde del agua

detenida al pie de mi sueño.

 

En la niebla de lo pasado

se me diluyen los recuerdos:

Sólo me queda de la infancia

su imagen, fuente de mis versos.

 

 

 

Yo la veo venir de lejos

desde el principio de mi vida:

Desvelada junto a mi lecho

con su aureola de ternura

rodeándome de silencio.

 

La imagino sola a mi lado

siguiendo el ritmo de mi aliento

como se escucha un dulce canto

que tiembla apenas en el viento.

 

Aún escucho sus arrullos

y oigo el murmullo de sus cuentos

dichos con voz lejana, como

si descendiera de los cielos.

 

 

 

PATRIA AUSENTE

 

 

Yo creí que la patria sólo era

la noción geográfica que nos dieron los textos,

que sólo con salir de sus físicos límites

se podría borrar su nombre del recuerdo.

 

Pero una vez dejé la Patria, y en su ausencia

aprendí que no es sólo una comarca

perdida en el planeta, sino el sitio

donde están las raíces más hondas de nuestra alma.

 

Supe que está ceñida a nuestra infancia,

que un sitio, o un perfume, o un amor la recuerdan,

que los huesos queridos que duermen a su amparo

nos llaman, silenciosos, a compartir su tierra.

 

Y aprendí que la Patria es un dolor lejano,

o un juego en la niñez, o un azul cielo

visto en el campo un día

o unos ojos mirándonos desde un vago recuerdo.

 

Supe también que el nombre de la Patria designa

el río familiar que cruza nuestro pueblo,

una amistad que fue más honda con el tiempo.

 

Comprendí que la patria es el hogar antiguo,

con su jardín callado y su árbol predilecto

que se alza en el sitio

donde empieza a crecer, tembloroso, el recuerdo.

 

Supe que es la memoria de los héroes,

el sabor que le da su tierra a ciertas frutas,

los mares que la guardan, ciñendo sus contornos,

los ríos que le cantan con sus voces de espuma.

 

Supe que en ella están mil sitios imborrables

donde a un tiempo brotaron anhelos y esperanzas

y tuvimos derrotas y triunfos enlazados

como el cauce y el río, como la luz y el alba.

 

Comprendí que en la ausencia está la Patria

más cerca al corazón, y que en vano la alejan

océanos y valles y tiempo, pues su nombre

en la distancia azota más fuerte nuestras venas!.

 Óscar Echeverri Mejía

Del libro "La rosa sobre el muro", 1952.

 

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