BRISA EN EL VERANO
—¡Sopla, Eolo, limpia mi cabeza de turbias imaginaciones, transporta en tu oxígeno semillas de claridad, de renovados pensamientos! ¡Y tú, frescor insospechado en estas fechas veraniegas, inspírame bellas líneas, ya sean prosa o verso! La amplitud de visión me ensancha el ánimo, sobre todo si el agua, el verde, los caminos y los monumentos alegran mi espíritu.
La percepción física se transforma en sentimientos de paz, mi paz, no la que falta en muchos hogares, países y editoriales. Sí, sé que hay conflictos pero poco puedo hacer para arreglarlos y además el dejar de disfrutar ahora no va a mejorar mi capacidad de análisis posterior cuando me ponga a leer y pensar sobre esos desastres.
¡Qué simpáticos y graciosos esos veinte niños de tres, cuatro y cinco años caminando tras sus jóvenes profesoras! O cuidadoras. ¡Iban tan seriecitos atendiendo las indicaciones de sus guías!
Es la hora de los niños, de sus padres y de sus abuelos. No es tiempo de jóvenes amantes enlazados en continuos besos y abrazos. Eso queda para el anochecer. ¡Mira esas pequeñas bicicletas y a sus no menos infantiles pilotos! ¿Y qué me dices de esos dos elegantes caballos portando despacio a vigilantes del parque? Son bonitos los equinos y ¡qué porte tienen!
Me saluda un bebé desde su cochecito. Para él todos somos buenos, acaso una novedad en su corta existencia.—