JOSÉ MARTÍ Y EL POEMA VITAL

 

            ...Y murió en Dos Ríos, una zona de la selva oriental de Cuba, en donde confluyen el río Cauto y el Contramaestre. Era de día, y era mayo 19 de 1895. El último día de su vida de 42 años, y su primer combate: el de las balas y los sables, desde luego; de otros muchos combates estuvo llena su existencia. Y, todavía, en otros campos impalpables, intemporal y vivo, sigue librando combates aquel tierno guerrero de luces que fue José Martí.

            Apenas rebasada la niñez comenzó a luchar con la palabra escrita aquel muchacho habanero que imprimió un periódico en donde defendía la libertad de opinión, y escribió un poema premonitorio, de estructura dramática, donde un guerrero, por amor a su patria necesitada y su deber entendido como primordial, dejaba el calor familiar y moría por la causa de su pueblo, cuya carga se echó como misión sobre sus hombros.

            Aquél no era más que el primer verso del poema de su vida, de la vida del que dijo la poetisa chilena Gabriela Mistral que era «el mejor hombre de nuestra raza».

            Si alguna existencia se puede catalogar como un «poema vital», ésa fue la existencia de Martí. La poesía es un gesto del espíritu, una actitud ante la vida, una perspectiva desde la que aquélla se contempla y se hace; y, en algunos seres excepcionales, la vida se realiza como la confección de un poema. El poema vital de Martí comenzó en los primeros momentos de su ser consciente, cuando imprimió el periódico «El Diablo Cojuelo», y escribió el poema dramático «Abdala». Después toda su vida fue el ir haciendo ésta verso a verso.

            No es imprescindible el poema escrito para denotar la presencia de la poesía. Hay sensaciones de la naturaleza, manifestaciones del espíritu, acciones y momentos sublimes de los seres humanos, que tienen todo un contenido poético, y en donde se da, sin versos, una plasmación poemática.

            Su vida tuvo una intensidad tal, que parece vivida como si cada día fuera el último de su existencia. Vida hecha como de síntesis vitales, como una asimilación concentrada de experiencias y conocimientos, de intuiciones que revelan y anticipos del intelecto. De no ser así, no podría comprenderse su cultura insondable, su capacidad expositora que asombraron al poeta Rubén Darío, al extremo de llamarle «maestro».

            Fiel a la sinceridad, como a una obediencia ética hasta en detalles simples que a veces constituyen un riesgo, cuando una vez entró en Cuba en forma encubierta bajo un pasaporte falso, insistió en que dicho documento estuviera expedido a su segundo nombre y su segundo apellido Julián Pérez. —Para no mentir del todo— contestó al amigo curioso.

            Apasionado del gran poema de América, asumió la misión de agregar un verso en el mismo. Es de objetiva substancia poética el pasaje en que cuenta cuando llegó a Caracas una noche, y más que preocuparse por dónde iba a comer y a dormir, preguntó cómo se iba a la estatua de Simón Bolívar, Y allá se fue «sin sacudirse el polvo del camino», a sostener un diálogo bajo el silencio nocturno con el Libertador. Acaso es cierto que allí le prometió completar la obra que aquél había comenzado, por la respuesta que recibió de los «héroes de mármol» a su pregunta increpante: «¡dicen/ oh mármol, mármol dormido/ que ya se ha muerto tu raza!», que recoge después con estos versos en un poema.

            Convencido de esa necesidad de que, en un instante determinado, un hombre asuma por los demás la misión de redimir «las almas oprimidas», porque «en esos hombres van miles de hombres –señaló-, va un pueblo entero, va la dignidad humana», tomó un día aquella decisión sublime que tanto ponderó en Carlos Manuel de Céspedes, cuando éste decidió «echarse un pueblo sobre los hombros». Y, como éste, Martí asumió el papel de redentor, con una mezcla de místico deber y arranque poético. Aquella poesía que conforta y levanta, que Martí afirmó que era «tan útil a los pueblos como la industria misma».

            Sus palabras para llamar a los cubanos de nuevo a la guerra, constituyen uno de los testimonios más grandiosos de la oratoria española. (Superior a Castelar y a Cánovas, dijo Rubén Darío). El discurso conocido por «Con todos y para el bien de todos», unido a la objetividad de los planteamientos políticos, con también una incursión tal a la dimensión de lo poético que fue capaz de concebir -y hacer concebir al auditorio- que un precepto legal, rector superior de la existencia de la república, podría consistir en un postulado místico-jurídico que sería «el culto a la dignidad plena del hombre»; y que ésta pudiera ser «la ley primera», es decir, derecho objetivo de la nación cubana futura.

            Acaso no todo el auditorio entendía muchas de aquellas cosas de los discursos martianos. Pero todos los oyentes, al cabo, terminaban por aceptarlo. Contaba un veterano de la guerra de independencia, entonces emigrado, hombre de pueblo, que era tal la fascinación que aquel orador les producía, que ellos no lo entendían, pero que, sin embargo, «estábamos dispuestos a morir por él».

            Luego, aquel hombre hablaba a veces -como habla la poesía- a otra zona del ser que no es exactamente la inteligencia. ¿Habrá acaso imagen más poética (o ardid) para unir a dos generaciones hacia la marcha conjunta que aquella de «los troncos añosos junto a los pinos nuevos», en uno de sus más hermosos discursos?

            La misma guerra a la que convocó a su pueblo, que es un evento de cruda objetividad, Martí intentó fundamentarla sobre dos elementos, entre otros: la espiritualidad y la generosidad. «Si la guerra es posible -escribió a Máximo Gómez- es porque antes existe... el espíritu que la reclama y hace necesaria». Luego, la guerra respondía básicamente a una necesidad espiritual del pueblo cubano. Y, más tarde, en las Bases del Partido Revolucionario Cubano, convoca a «una guerra sin odios». Nunca alguien se había planteado una guerra así, que sólo una imagen poética puede concebir.

            El mismo sacrificio en que convirtió, al fin, su vida, en Martí se transmutó en una especie de bienestar elegíaco: «Cuando al peso de la cruz/ El hombre morir resuelve,/ Sale a hacer bien, lo hace, y vuelve/ Como de un baño de luz». Y esto se convierte, entonces, en una forma poéticamente sublime del amor, cuando escribe a su madre, en vísperas de su viaje sin regreso: « ¿Y por qué nací de Ud. con una vida que ama el sacrificio?».

            La selva cubana no fue sólo para Martí el escenario para efectuar la guerra, sino también el descubrimiento de lo trascendental poético en la revelación del alma del paisaje. Pocas veces se ha abstraído la espiritualidad de la naturaleza (y en medio del peligro) como en las descripciones del «Diario de Campaña» de Martí: «La noche bella no deja dormir... entre los nidos estridentes oigo la música de la selva, compuesta y suave, como de finísimos violines; la música ondea, se enlaza y desata, abre el ala y se posa... es la miríada del son fluido: ¿qué alas rozan las hojas?, ¿qué violín diminuto, y oleadas de violines, sacan son, y alma, a las hojas?, ¿qué danza de almas de hojas?».

            Cuando llegó el momento del combate por sorpresa en Dos Ríos, poco antes escribía Martí una carta memorable a su amigo mexicano Manuel Mercado, donde, después de hacer importantes advertencias para el destino de la que llamó Nuestra América, acudió a su natural irradiación fraterna, portador él mismo del recado necesario del amor, y dijo: «Hay afectos de tan delicada honestidad...» Aquí interrumpió la carta. Fueron las últimas palabras, y de ostensible lirismo, que escribió en su vida, o el último verso de su poema vital. Luego fue la cabalgadura y el destino y la bala enemiga... y el silencio. Como Abdala, el héroe de su poema dramático vaticinador, que concibió en su adolescencia, cayó Martí «por defender la patria».

Cuando el poeta Rubén Darío supo la noticia de esa muerte, como en un dolorido comentario, hizo esta pregunta: —Pero, oh maestro, ¿qué has hecho?— Ahora podemos responderle: —Hizo el último verso del poema.

Ángel Cuadra

Del libro “José Martí: Análisis y conclusiones”

 

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