La mujer y su derecho a la igualdad

 

 

Cada 8 de marzo se celebra el “Día Internacional de la Mujer” para conmemorar la lucha de la mujer -a lo largo de la historia- por la igualdad de derechos sociales.

            No está de más, por tanto, que recordemos, al menos brevemente,  que la posición social y legal de la mujer con respecto al hombre no ha sido siempre la misma.

            Aunque la inmensa mayoría de culturas del Neolítico fueron esencialmente matriarcales, el postneolítico fue eminentemente patriarcal, por lo que el nivel de libertad social y privilegio legal permitido a las mujeres en aquel entonces era muy variado e iba desde la permisividad de Egipto, Creta, Babilonia y la Roma imperial hasta la más absoluta subordinación de la mujer griega y de la hebrea a pesar de la prédica de  Platón en su “República” a favor de  la igualdad entre los sexos.

            En la Europa post-romana, la Iglesia influenció grandemente a la sociedad en contra de la igualdad hombre-mujer. No hay que olvidar por ejemplo las palabras de San Pablo: “El hombre es la cabeza de la mujer”.

            Los anglosajones sin embargo fueron más respetuosos con algunos derechos de la mujer hasta el Siglo XII aproximadamente, cuando la influencia de los jueces eclesiásticos tuvo mucho que ver con la gradual disminución de los pocos derechos que estaban al alcance de la mujer y ya en la primera mitad del Siglo XIX la mujer había tocado fondo, totalmente desposeída.

            Con la explotación industrial de la mujer en Inglaterra, sin embargo, se alcanzó una nueva reivindicación con la ley reguladora de horas y condiciones de trabajo.

A mediados del siglo XIX surgió un movimiento en pro de la igualdad en educación, sufragio, derechos legales y empleo iniciado por un puñado de pioneras lideradas por Barbara Leigh Smith y agrupadas bajo el nombre de “Women’s Movement”. La posición legal de la mujer mejoró grandemente con la Ley sobre la Propiedad de la Mujer Casada en 1870, enmendada sucesivamente en 1882 y 1893. En 1891, el caso Jackson tuvo también una favorable repercusión en este sentido, cuando la ley inglesa falló que el marido no tenía derecho alguno sobre la persona de su esposa.

            En 1888 la exitosa huelga de mujeres en Londres marcó un hito en la actitud de los sindicatos, que dejaron de intentar por todos los medio su expulsión del trabajo industrial y las aceptaron.

En 1906, el gobierno bendijo el ingreso de la mujer en centros de enseñanza secundaria y reconoció el movimiento sufragista femenino y ya en 1918, gracias a la participación activa de la mujer en la Primera Guerra Mundial, las mujeres inglesas obtuvieron su derecho a voto.

            En 1919 se les abrieron las puertas -por ley- de los servicios públicos y ciertas profesiones y en 1955 se ganó la batalla de “igual sueldo a igual trabajo” en el servicio civil y la enseñanza. En 1975 se abolió totalmente la discriminación por sexo en Inglaterra. En Europa Occidental la situación de la mujer es similar a la existente en Gran Bretaña. En 1971, Suiza, último bastión europeo de desigualdad en el voto, cayó. Europa del Este protege a la mujer expresa y constitucionalmente de discriminación.

 En los Estados Unidos las mujeres votan desde 1920 y desde 1964 están específicamente protegidas contra la discriminación por ley.

En el Medio Oriente y Asia los derechos de la mujer dependen fundamentalmente de las religiones dominantes, siendo los países musulmanes –y dentro de ellos especialmente los musulmanes integristas-  los que más delimitan la posición de la mujer.

            Y hay que reconocer que la Comisión de Naciones Unidas pro Status de la Mujer, creada en 1946, ha influenciado positivamente la política de sus países miembros.

            Sin embargo, mucho queda por hacer. Pero no todo depende del trabajo político, jurídico y social. La mujer tiene que alzarse por sí misma y sobre sus propios pies y luchar valientemente, sola y agrupada, en todo momento,  por su propia dignidad.

            Ha habido muchas mujeres excepcionales en la Historia que prueban de manera incontrovertible que, a pesar de las circunstancias adversas, de la discriminación y del machismo, una mujer puede ser reconocida, respetada y aceptada como su igual por los hombres.

            Ahí están, para demostrarlo, Sirimavo Bandaranaike en Sri Lanka e Indira Gandhi en la India y Golda Meir en Israel como ejemplos extremos. Y miles y miles de mujeres, conocidas unas e ignoradas las más, que se propusieron y lograron para sí una vida digna e independiente: Gertrudis Gómez de Avellaneda, Simone de Beauvoir, George Sand, Elena Curie...

            Lo principal y más importante es que toda mujer tenga conciencia de que su yo personal es libre y digno de respeto y consideración; que la mujer no acepte borregunamente ni el desprecio ni el maltrato por parte de su pareja y que se convenza de una vez por todas que puede y debe aprender a erguirse.

            Que recuerde siempre que más le vale estar “sola que mal acompañada”, porque sólo el hombre que la ame con consideración y respeto merece estar a su lado. Porque el compañero debe ser amigo, amante y adorador; nunca amo, expoliador y soberano.

            Cuando cada mujer, convencida de su propio e individual valor como persona, lo reivindica valerosamente en cada momento de su experiencia vital, está “haciendo camino” y abriendo horizontes y conquistando futuro.

            Y no olvidemos las que de nosotras podemos considerarnos hoy privilegiadas por haber nacido y vivir en el seno de una sociedad que –aunque sólo en la forma- respeta los derechos fundamentales de la mujer, que hay muchas otras mujeres con menos suerte que siguen sufriendo aún por el mero hecho de haber nacido hembras.